Erín despertó con el cuerpo entumecido, odiaba dormir tan bien para terminar despertando tan adolorida. Los párpados le pesaban y se encontraba desorientada, lentamente se sentó en la cama tratando de recordar como siquiera se respiraba, no podía mover los dedos de los pies y lo único que sentía era una sensación de cálido hormigueo por todo el cuerpo.
"Bien, es hora de ser una persona mediamente presentable" pensó incorporándose de la cama.
Al sentir el frío del piso se estremeció, debía poner urgentemente una alfombra o comenzar a dormir con medias, aunque esta última era imposible. Nunca -en sus dieciocho años de vida- pudo lograr dormir con ellas, siempre se las terminaba sacando porque sentía demasiado cálidos los pies.
Encendió la luz de su portátil y como pudo se acercó -habiéndose puesto con anterioridad las pantuflas que a causa de su desorientación no había visto- a su peinador, en el cual se encontraban todos sus cosméticos, alhajas, entre otras cosas.
Agarro su peine favorito y comenzó a desenredar su castaña cabellera mientras se miraba en su gran espejo -rodeado de lamparas blancas que obviamente no había encendido porque aún quería conservar la capacidad de ver-, sus ojos cafés se encontraban rodeados por un enfermizo tono rojo y acercándose un poco más al espejo pensó:
"Hasta parezco drogada y todo"
Cuando termino de peinarse y haberse desperezado, salió de su habitación para luego descender lentamente las escaleras. Al llegar a la cocina vio a sus padres desayunando tranquilamente.
-Buenos días-. Dijo con un poco de pereza.
-Buenos días para ti también-. Dijeron ambos adultos a coro.
Erín sonrió ante esto, amaba que se conocieran y llevaran tan bien -terminaban pareciendo uno solo-, aunque no podía negar que siempre al desayunar repetían el mismo saludo.
-No me hubiera sorprendido que bajaras con la almohada-. Le dijo su padre, Augusto Etcheverry, con una sonrisa mientras le servía un tazón con cereal y yogur integral.
-Gracias-. Agarro el tazón y una cuchara de la mesa- La deje en la escalera, me pesaba mucho-. Dijo y luego comenzó a desayunar.
Augusto simplemente sonrió pensando en lo adorable que siempre iba a ser su hija para él.
-¿Como estuvo tu día? - le pregunto su madre, Rebeca Legró, con una suave sonrisa.
-¿Sinceramente? Peculiar-. Ante la confusión de los mayores aclaro: -Para comenzar, cuando estaba en la plaza con mis amigas, Mía se cayó sobre un niño-. Hizo una pausa para comer una cucharada de cereal- Julieta le ayudo mientras yo veía como se encontraba el chico-, hizo un extraño ademán con la cuchara- para resumirlo un poco les diré que descubrí que él estaba solo y por ello lo termine acompañando a su casa-. Volvió a comer cereal-¿Sabían que tenemos nuevos vecinos? Porque yo ni idea tenía, la cosa es que el chico vive a tres casas de aquí- sus padres le miraban atentamente y al ver que ambos iban a tomar de sus respectivos cafés dijo como si nada: - y estoy completamente segura que su madre le golpea.
Los padres de Erín se atragantaron ante la sorpresa, pero rápidamente se recuperaron; Aunque ella los amara le gustaba generar esas reacciones totalmente inesperadas para divertirse, pero como la situación era complicada ni ánimos de reír tenía.
-¿QUE? -dijo la mujer exaltada y consternada-¿Estás segura de eso?
-Lamentablemente si -, dijo muy enojada- el pobre literalmente tembló del miedo cuando ella llego-. Miro su tazón de cereal con desdén- Ustedes saben que se leer muy bien a las personas, por eso estoy segura de que esa señora es un ser totalmente despreciable-. Convirtió sus manos en puños ante la impotencia que sentía- Desde que llego lo único que quería era llevarme muy lejos a Theo y a ella enterrarla tres metros bajo tierra.
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Encantadora
General FictionErín es una chica un tanto excéntrica, que posee una extraña adicción al morbo y a las relaciones prohibidas. Goza de un encanto natural que seduce a todos los chicos que le rodean y por ello está acostumbrada a tener a quien quiera y cuando lo quie...