Capítulo I
Siempre me he imaginado la vida como un puzzle. Vas uniendo cada pieza a lo largo de la vida, conforme vas creciendo y aprendiendo. Cada cosa nueva que vives es una pieza más.
Hay personas que lo dejan a medio hacer, personas que no encajan las piezas correctamente o personas que ni si quiera lo empiezan.
Por último, están las personas que sí lo acaban, esas a las que ya no les queda nada más por vivir, que han unido cada pieza de su vida a la perfección hasta dejar el puzzle completo, esas que después de haber vivido una vida perfecta, pueden morir tranquilamente, sin ataduras, sin remordimientos, sin miedos, sin terribles recuerdos del pasado.
Sólo con felicidad, pura y eterna felicidad.
Yo quiero pertenecer a ese grupo, es más, necesito pertenecer a él.
Durante toda mi existencia, yo y mis pensamientos han girado en torno a ese grupo, tanto tiempo que me he permitido crear por cuenta propia tres objetivos o leyes fundamentales: Vivir sin pecados, haciendo el bien y cuidando a los demás, procurando no dañar ni una sola alma.
Claro está, también tengo metas para un futuro cercano, adecuadas a mi coeficiente intelectual; si me permitiera crear expectativas más altas sobre mí, eso sería soñar, y eso sólo se hace cuando se duerme, nada más.
Eso es algo que estoy intentando hacer ahora mismo, pero que mi queridísima supuesta hermana no tiene intenciones de dejarme hacer, bastante normal en ella, lo de fastidiarme siempre que puede. Siempre ha sido así, desde que Claire nos adoptó a las dos, ella se mete conmigo y me hace burlas, y yo, como la niña llorona y frágil que soy, sólo me enfado, no ataco, no peleo, simplemente actúo como la víctima, ella es el león y yo soy la gacela. Siempre intento cambiarlo, pero ella me gana.
—¡¡Lea!!—grito su nombre extasiada sin poder aguantarlo más, pero ella no me escucha, o finge no hacerlo, lo que es más probable—¡¡Para ya!!—vuelvo a intentarlo, sin resultados.
Me levanto de mi cama, mi cómoda y caliente cama, con un humor que no se acerca ni un poco a alegre, y voy directa a su habitación con pasos firmes y estruendosos, mis pantuflas resonando por toda la planta de arriba junto con el sonido de la batería que sale del cuarto de mi hermana.
Me paro en el umbral de la puerta y después de unos segundos ella repara en mí, y deja de tocar esa estúpida batería que está amargando mis días.—¡Ah! Hermana, me deslumbras—dice poniéndose una mano sobre la frente en forma de visera—, ¿nunca has pensado en broncearte?
—Primero, no me llames "hermana", porque no lo soy, sólo coincidimos en el mismo orfanato cuando Claire quiso ayudar a algún pobre niño brindándole cobijo y amor —tercio, haciendo con los dedos unas comillas.—Y segundo, esa broma ya no tiene gracia.
Ella se ríe, echando la cabeza hacia atrás y depositándola sobre el respaldo de la silla, con sus alocados rizos rojos cayendo alrededor. Yo la miro, ahora completamente enfadada.
—Oh, vamos, no te enfades, sabes que sí la tiene. Y puedes convencerte de lo que quieras, pero seguimos siendo hermanas, da igual que no sea de sangre.
—¡Bueno, a esto no era a lo que venía! Quiero que pares de tocar esa cosa ahora mismo, no me dejas dormir.—recobro el tema principal, no quiero seguir por ese tema de conversación.
—Deberías dejar de dormir tanto y disfrutar de la vida, hermana, son dos días y ¡pum! Te mueres.—dice con total convicción, como si se lo estuviera creyendo.
—Estás totalmente equivocada en esa afirmación sobre la vida- ignoro el hecho de que me acaba de llamar hermana otra vez-, y por si no lo sabías, esta semana he estado trabajando dos horas extras todos días para pagar todos tus malditos gastos.—le espeto al borde del colapso.—¿Así es como me lo agradeces?
—Alto ahí, rubia, que yo también trabajo.
—¿A eso le llamas un trabajo?¿A vender pulseritas hippies por internet?—pregunto alterada, con los puños apretados a mis costados.
—Eh, que la señorita perfección se enfada, llamen a la policía, por favor, aquí hay un caso grave, puede matarme.—hay clara burla en su voz.
—Vamos, Lea, sabes que no quiero discutir, va en contra de mis principios.—bajo la voz, esta chica es imposible.
—Ah, sí, esos tres principios, esos que tienes por toda la casa, gracias por recordármelo.—habla con sarcasmo, algo que odio.
—Sabes que son necesarios.Sobre todo para ti, deberías aprendértelos de memoria.
—¡Ja! Yo no me aprendo eso ni...—se escucha un ruido sordo y después otro de cristales rompiéndose, que retumba por toda la casa y corta a Lea.—¿Has oído eso?Porque si no lo has oído estás sor...—la vuelvo a dejar con la palabra en la boca.
—Shhhh—me pongo un dedo en los labios y avanzo a pasos lentos hacia el pasillo, con una pizca de miedo brotando desde mi estómago.
El ruido proviene de mi habitación, así que espero que haya sido el viento y no un asesino en serie buscando a su próxima víctima.
No me doy cuenta de que estoy temblando hasta que tomo el pomo de la puerta y la abro lentamente,imaginando posibles escenas, a cada cuál peor.
Suelto un suspiro tenbloroso cuando veo que no hay nadie, sólo se ha caído uno de los cuadros con mis principios grabados y se ha roto el cristal que lo cubría, la ventanas están abiertas y las cortinas blancas están moviéndose al son del viento, luciendo como espectros bailarines.Debe haber sido él, el viento, que ahora está soplando fuerte, algo raro porque hasta hace unos minutos no se movía ni un solo arbusto.
Recojo las piezas del cuadro y me doy la vuelta, con intenciones de tirarlo a la basura y coger dinero para comprar otro marco. Y entonces la veo.
Pego un chillido que se debe de haber escuchado a tres kilómetros y se me cae el cuadro de las manos, provocando otro ruido sordo.
Es una niña, de no más de 10 años, muy parecida a mí; piel extremadamente blanca, cabello rubio claro, pestañas y cejas de color blanco y ojos azul rosado. Está de pie a un lado de la puerta abierta y lleva un largo vestido blanco que está ondeando por el fuerte viento que se cuela a través de mi ventana, lo que hace que parezca más angelical de lo que ya es en sí. Va descalza, pero los pies los tiene impecables, y luce decidida. Hay algo en su expresión que me resulta familiar, a parte de que se parezca a mí, cosa ya en sí muy rara, es como si ya la hubiera visto antes, en un sueño lejano o algo parecido.
Y entonces, habla.
—Chloe,—pronucia mi nombre con un acento extraño, seguramente será de otro país. Lo que me hace abrir los ojos como platos es que sepa mi nombre.—¿Eres Chloe Evans, verdad?
Yo sólo asiento lentamente, mirándola con desconfianza, en estos momentos no puedo decir ni una palabra, estoy paralizada.
Los ojos de la niña brillan y una linda sonrisa cruza su rostro. Camina hacia mí con pasitos cortos y rápidos y me abraza. Yo no abro mis brazos para corresponderle, estoy en shock, y ¡ni siquiera la conozco!
Ella se separa de mí murmurando algo sobre que no debe mostrar afecto y yo estallo.
—Perdona pero, ¡¿quién se supone que eres tú y cómo, cuándo y por qué has entrado a mi habitación?! Y ni siquiera sé cómo lo has hecho...¿Con qué? ¡¿Con magia?!—Termino de hablar con la respiración acelerada. Ella no me responde, ni siquiera se mueve, solo está mirándome con una expresión de horror.
Vale, quizás he sido demasiado brusca.
—Habla, di algo.
—Sólo he venido para entregarte una cosa.—recupera la compostura rápido.—Y no es algo común, como lo que se regala en los cumpleaños, es una carta.—¿Una carta? ¿A mí? Mete la mano en un bolsillo del vestido, saca un sobre y me lo tiende.
—Espera, ¿quién me ha enviado la carta?¿Que estamos en el siglo pasado? Es una broma, ¿a que sí?—rechazo el sobre.
—Puedes estar segura de que no es una broma, pero tengo órdenes de no responder a más preguntas, sólo cógelo.—la miro extrañada y vuelve a levantar el brazo. Parece muy madura para su edad.
Después de varios segundos de indecisión, la tomo. No creo que me vaya a a hacer daño ni nada por el estilo aceptar una carta.
—Gracias, Chloe.—se acerca a mí de nuevo, se pone de puntillas y pega su boca en mi oreja— No eres como esperábamos.—susurra con una voz melodiosa que hace que se me cierren los ojos por un momento, cautivada. Cuando los abro lentamente, esperando ver ese rostro angelical, no veo nada, sólo los muebles de la habitación. ¿Cómo ha podido desvanecerse sin más? Es imposible. Parpadeo repetidamente, pero sigo sin ver ninguna chica. Es como si todo lo que acabo de vivir hace unos segundos hubiera sido un extraño sueño. Pero lo he sentido tan real...
Además, todavía estoy sosteniendo el sobre que me ha entregado, prueba de que lo que acaba de pasar no son simples imaginaciones mías. Demasiadas preguntas y cuestiones se atoran en mi mente, empezando por quién es esa misteriosa chica que ha aparecido tan pronto como se ha ido y terminando en el sobre que tengo en mis manos.
De pronto, la puerta se abre chocando contra la pared con un fuerte golpe que hace que la puerta rebote. Eso debe haber dejado marca. Lea entra, de la velocidad con la que ha venido va dando traspiés intentando frenarse, casi al borde de caerse. Había olvidado que ella también estaba en la casa. Yo reacciono, dejo la carta encima de la cajonera a mi lado y la sujeto por los hombros, obligándola a frenarse y a apoyarse en mí.
Ella empieza a balbucear con la respiración acelerada:
— ¡Oh, dios mío! Pensaba... pensaba que te habían raptado o... algo...p-peor. No sabes lo preocu... — se corta y toma una profunda respiración—Bueno, da igual, lo que importa es que estás bien, sí. Oye, ¿por qué has cerrado la puerta con el pestillo? ¿ no querías que entrara yo o... ? De verdad, no te entiendo.
Yo la miro confusa, ella sigue apoyada en mí.
— Yo no... yo no he cerrado...
—Y además, no se escuchaba nada ahí dentro, te estaba llamando a gritos, ¿sabes? Podrías haber contestado que estabas bien al menos.
Estoy paralizada, me suelto de ella y la alejo. Tropieza con el cuadro roto y empieza a reprocharme algo, la oigo lejana, como si estuviera en el otro lado de una montaña y solo escuchara el eco de su voz.
Me adentro en mis revueltos pensamientos.
Cuando yo entré aquí, no cerré la puerta, la dejé totalmente abierta, y la niña, que yo recuerde, tampoco la tocó. Y los gritos de Lea... debería haberlos escuchado, pero no oí ni una sola palabra.
Entonces lo recuerdo; cómo me hablaba esa chica, con una voz persuasiva debajo de esa fina capa de dulzura, para que me centrara en ella, obligándome a olvidar todo lo que pasaba a mi alrededor, la realidad, encerrándome en el mundo imaginario que ella había creado, con un sólo propósito, entregarme la carta.
Mi hermana me devuelve a la realidad:
— Chloe, Chloe, Chloe— repite, moviéndo una mano en frente de mi cara varias veces.
— Vale ya— quito de un manotazo su mano—, me vas a gastar el nombre.
—Vale, pero mira por la ventana, esto es alucinante.
Me giro rápidamente y miro.
—¡Oh!— me acerco más—, ¿es posible? No me lo puedo creer...
Ella pega un chillido infantil, que si no estuviera tan asombrada, me habría hecho virar los ojos, y sale disparada hacia las escaleras. Yo la sigo.
Cuando salimos a la calle, cierro los ojos disfrutando de los pequeños copos de nieve que caen sobre mi pelo.
El paisaje se ha vuelto blanco, las copas de los árboles que decoran la calle están bañadas de una capa de nieve, que hace que luzcan como helados verdes cubiertos de nata. Todas las familias del vecindario han salido igual que nosotras, impresionadas ante tal fenómeno tan inesperado.
Miro de refilón a Lea, a quién pillo mirándome con una genuina sonrisa de dientes perfectos.
— ¿Qué pasa?— pregunto, es raro que esté así.
Ella no se anda con rodeos:
—Pegas con este clima— murmura aún sonriendo.
— Ya tuvo que hacer acto de presencia tu despectivo humor, tienes que renovar tu catálogo de bromas para albinos, ya se te quedó anticuado.
— En realidad te encantan, y lo sabes.
—Al final voy a tener que apuntar algunos chistes sobre pelirrojas, ya sabes, para quitarte la ventaja—me permito bromear un poco, con algo de cautela. No quiero otra pelea.
Ella se ríe escandalosamente y yo también me río. Me gusta estar así con ella, discutir todo el tiempo cansa. Al fin y al cabo, lo único que trae son problemas y dolores de cabeza. Disfruto de esta sensación de felicidad que ha traído a mi vida la nieve, que está cayendo en pleno mayo, por no decir que en este pueblo no nieva desde que tengo uso de razón, y olvido por un momento a la niña misteriosa. El pitido de llamada del móvil de Lea arruina el momento de risas y conciliación. Ella se da cuenta rápido y lo coje de su bolsillo, parando de reír. Yo también paro y la miro con mi habitual curiosidad.
—¿Diga? ¡Ah! Hola, cariño—sonríe como una tonta, me hace un gesto con las manos de espera y empieza a caminar otra vez hacia la casa—. ¡Sí! ¿Tú también lo has visto? Es impresionante...— yo entro también, no quiero congelarme aquí fuera, está empezando a hacer frío. Doy una última mirada a la calle antes de cerrar la puerta. Perfecto, el estúpido novio de Lea, Alan, acaba de estropear el único buen momento que vamos a tener en siglos. No tengo nada en contra de él, no lo conzco, pero me hubiera gustado que hubiese durado un ratito más, haber capturado el momento en una foto y enmarcarla para la posteridad.
Lea está muy encariñada con él, parece que después de haber probado y usado mil tíos antes, ha encontrado al adecuado y se ha enamorado. Lo que no me gusta de esa relación es que él no aparenta quererla tanto como ella a él.
—Voy a preparar la cena—digo dirigiéndome a la cocina cuando veo que Lea ha terminado de hablar por teléfono—, señorita enamorada.
—Ja, ja, muy graciosa—se ríe sin ganas—, prepara algo bueno por favor.
—Lo que tú digas—saco una pizza congelada de la nevera y se la enseño—. ¿Está bien esto?
Ella se relame los labios y asiente enérgicamente. Después de un rato comiendo en silencio me mira.
—Ah, por cierto, Alan ha preguntado por tí.
Dejo el trozo de pizza a medio camino de mi boca.
—¿En serio?
—Sí, ha peguntado si estabas bien.
—Pero si no lo conozco—la miro y ella se encoje de hombros y se sienta en una silla.
Me resulta raro que ese tipo que ni si quiera conozco pregunte por mi, ¡pensaba que incluso desconocía de mi existencia!
Este día ha sido muy confuso, demasiado, mi mente no da para tanto, así que dejo de pensar.
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Albina
FantasyLa estirada Chloe Evans lleva una vida normal (a su manera) junto a su hermanastra Lea, quién es todo lo contrario a ella. Están en la recta final de clases, sólo unos exámenes más y darán por terminado el curso, dando la bienvenida a las vacaciones...