2. Confusión

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Capítulo II

Abro los ojos cinco minutos antes de que mi alarma suene, como todos los días de clase, y la apago para que no pueda sonar después. Me encanta que mi cuerpo ya tenga la costumbre de despertarse más temprano de lo habitual, de esta forma sé que nunca me van a poner falta por llegar tarde a clase.

Me levanto con los ojos entrecerrados, todavía acostumbrándose a la claridad del amanecer. Lo primero que hago es caminar hacia mi ventana cerrada y mover las cortinas a un lado para observar mejor la calle. Mis ojos se abren como platos y mi mandíbula cae al suelo, ha nevado, y mucho, demasiado diría yo. Hay montañas de nieve por todos lados y un tractor con una pala gigante en la parte delantera avanza lentamente por la carreretera intentando quitar la nieve acuerdo mulada de la misma.

Abro la ventana y una ráfaga de aire frío invade mi cuerpo, haciéndome estremecer y comenzar a tiritar. La cierro inmediatamente. Esto es impresionante, ni siquiera en invierno había hecho nunca tanto frío. Es como si el aire fuera a congelarse en cualquier momento, dejando sin respiración a todos los habitantes del diminuto pueblo. Me encargo de arreglarme y vestirme durante los cinco minutos que he ganado de mi valioso tiempo, procurando quedar lo más perfecta posible. Para mí, el maquillarme se convierte en una ardúa tarea, porque si excedo la cantidad de maquillaje sobre mi rostro, me convertiré en un payaso, gracias a mi pálida piel, y los demás me verán como la niñita que intenta parecer alguien mayor pero no sabe como hacerlo, y no, no quiero convertirme en el centro de las burlas de mis compañeros.

Cuando termino de aplicar el escaso maquillaje a mi piel y de ponerme el uniforme verde amarillento y gris que tenemos que llevar todos los alumnos del instituto, que me parece un insulto al estilismo moderno , camino hacia el cuarto de mi hermana mirando el reloj, justo cuando debería sonar mi alarma y la suya, cosa que ninguna de las dos hace. Lo mío sí tiene explicación, la he apagado yo, lo de ella... es por flojera y nada más.

Su puerta está entreabierta y desde fuera se escuchan los suaves ronquidos que se desprenden de sus labios. Abro la puerta con cansancio, cansancio de la rutina, de hacer siempre lo mismo cada día, aunque ayer la niña misteriosa se encargó de romperla, pero parece que todo ha vuelto a la normalidad otra vez, excepto por el fenómeno que se está originando allá fuera. Pero el cansancio y las ojeras que me he encargado de tapar hace un momento no es sólo por eso, también se debe a que esta noche no he dormido demasiado bien. Los pensamientos me carcomían por dentro y no me dejaban dar ni una cabezadita, obligándome a dar vueltas por la cama. Ayer no abrí la carta, más por miedo que otra cosa, pero la curiosidad de saber que hay dentro me estaba matando, y lo sigue haciendo todavía.

No creo que pueda aguantar mucho tiempo más.

La fortaleza no es mi fuerte.

—Lea, despierta, despierta—repito mientras la muevo con energía, que no sé de donde ha salido, instándola a despertarse de una vez. Ella gruñe y se remueve incómoda. Alza sus manos e intenta quitar mis manos de su costado con torpeza y taparse con la manta más— ¡Vamos!—insisto una vez más con voz de sargento militar, haciéndome escuchar.
Deja de forcejear, gracias a Dios, porque si no la iba a chocar contra la pared y no me convendría tener cargos por agresión en mi limpio expediente, y abre los ojos con algo de dificultad.

—Vaya, parece que estás aprendiendo de mí—sus inmensos ojos café rodeados de pecas me miran con satisfacción y orgullo.

—Si aprendiera de tí ya estaría con un coma etílico y botellas escondidas debajo de mi cama—replico con una expresión de asco—, así que no, no estoy aprendiendo de tí, y no lo haría ni en un millón de años.

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⏰ Última actualización: Sep 24, 2017 ⏰

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