RENUNCIA

68 2 2
                                    

"¿Cuál es la hora exacta en que tengo que partir?, ¿cuántas son las señales que tengo que seguir?"

Vicentico

Habitación 2710

Anoche pensé en ti. Cada vez lo hago menos. Al pasar de cada día, cada año de tu ausencia te diluyes. Eres tinta en el agua.

Dos horas.

Creo que lo que me pasa le pasa a todo mundo. Tener un amor que nunca se va. No importa lo bien o mal que se esté. Tú eres ese amor para mí.

Sólo necesito unas horas a solas contigo para regresar a nuestro tiempo. Ahora somos tan distintos. Ha pasado tanto tiempo... tanto, que todas las cosas que nos separaron ya no alcanzo a recordarlas. Sólo pienso en todo lo que nos unió. Todo lo que me gustabas. Tus ojos "verdemiel"; tus manos largas y delgadas; tu cabello largo y castaño; tu inocencia de la que ya no queda más. Pienso en cuánto te han roto el corazón.

Noventa minutos.

Sé de tu vida, de a poco, pedazos inconclusos y curiosidades que no me parecen acordes a ti pero, ¡quién soy para saber quién eres! Trece años son muchos años, trece años sin ti. Trece de mala suerte.

Una hora.

Te volviste a enamorar. Lo sé porque vi algunas fotos, leí algunas frases que escribiste. Te vi hipócritamente feliz. Con todo el amor que me diste era difícil creer que ella supiera lo mucho que eres capaz de amar. Por otra parte: ¿a ti qué te pasa?, ¿a quién buscabas convencer de tu felicidad? Era imposible de creer, nuestro amor murió en medio de una explosión. Una niebla rosa como la que dejan los soldados que mueren por una granada. Esa niebla ensució toda nuestra vida después de un "nosotros". No hay forma de limpiar este tiradero que dejó nuestra muerte. Yo no he podido limpiarlo.

Cuarenta minutos.

Hay algo vivo de ti en mí. Tengo tu mirada tierna y triste en mi memoria; siento tu llanto acompañando el mío; tus besos están frescos en mi piel. Pero sobre todo tu amor incondicional, absurdo, necio.

Cuánto nos disfrutamos. Cuántas tardes a tu lado, en tantas camas, tantos sitios. Hicimos un mapa de cariño tan grande que privamos a la ciudad de espacios libres de nosotros. A donde vaya te veo. Ese peculiar andar tuyo. Nuestras citas tan inocentes en un parque que concluían en la regadera de un motel. Juntos.

Treinta minutos

¡Cuánto hicimos el amor! Parecía que queríamos morirnos en un beso o en un orgasmo. Vivir siempre en el fluido de llanto, semen y saliva que emitíamos. Te amo tanto, no dejo de amarte, no puedo.

Tus manos torpes haciendo caricias bruscas y necesitadas; tu sexo fuerte e indomable; tu pasión desbordada. Tu tierno amor, tan dulce que mata. Tan mío que me enloquece. Siempre me veo en esos ojos, en cualquier foto tuya, nuestra, mía; en cualquier lugar sé que piensas en mí, irremediablemente. A mí también me pasa.

Estás en la ropa que me quitabas a mordidas; en el hotel frente a tu casa; en ese auto verde en donde nos cogimos tantas veces... ahí, en donde terminamos. ¡Cuánto dolor!, ¡¿cómo soporte tanto?!, ¿cómo pudimos continuar alejados todo este tiempo?

Veinticinco minutos

Inicio es destino. Empezamos en medio de la desesperación. Un comienzo de sueño. Un viaje, una canción, una carta y un beso inolvidable. Estaba tan enamorada. Hubiera dado mi vida por tu felicidad. Casi pierdo a ambas por ti. Fuimos cariño y entrega pero también fuimos dolor, mucho dolor. Nos despedimos entre gritos, reclamos y llanto, ¿qué nos reclamábamos?, ¿qué más queríamos? Teníamos amor, teníamos todo.

Dos minutos

Suena el teléfono: Señorita, llegó su invitado.

Pasos en el pasillo. Dos golpes en la puerta. Camino de la cama a la puerta rodeada de espejos y me miro en todos en complicidad. Quito el seguro, giro la perilla. Abro. Estás aquí. No hablamos. Tus ojos son los más tristes que jamás he amado. Entras. Tomas mi rostro con tus manos, me miras hipnotizado, sorprendido, sonríes. Te sonrío y se me escapa una lágrima que cae en tu mano. Te acercas nervioso. Huele a "Dolce Gabbana", tu perfume de siempre. Tiemblo, suspiro. Nos besamos. No ha pasado un solo día entre nuestros labios. Se acarician, se tragan, igual que siempre. Un beso eterno continúa.

Te tomo de la cintura. Ya no eres el joven delgado que eras cuando te conocí. Tu cintura, espalda y pecho son anchos. Tu cuerpo ha madurado. Levanto un poco tu camisa para sentir tu piel, sigue igual de suave. Tus poros erizados parecen braille y al tocarlos leo que me extrañaron, que nadie como yo. Bajo mis manos a tu cadera y te acerco a mí. Siento tu pene erecto, ¡cuántos años! El beso se intensifica y me tomas de las nalgas para cargarme. Me presionas contra la pared, ¿eres más alto que antes o estoy volando?

Subes mi vestido y acaricias mis nalgas, mis piernas y no dejas de besar y chupar mis labios. Te tomo del cabello, lo cortaste; siento esos vellitos erizados en la nuca. Me abrazas y como a un bebé me cargas y me pones en la cama. Comienzo a llorar, lames mis lágrimas

-Te amo, siempre te he amado, siempre te amaré.

Sigues lamiendo, ahora mi cuello, mi escote. Me quito el vestido, me quedo en lencería que sé tanto te gusta. Me miras tan enamorado y excitado

-Eres más hermosa que siempre

Lloras. Beso tus lágrimas. Estamos rendidos ante tanto amor que está en el aire y nos ahoga. Trece años contenidos no son tan fáciles de digerir. Nos abrazamos, besamos, amamos, ¿cómo llegaremos a penetrarnos?, ¡esto es mucho! Por fin estamos desnudos, nos acostamos y nos quedamos mirándonos. Miro en ti mi pasado, mi dolor podrido, la peor versión de mí. Me miras, soy abandono y dolor. El sexo no puede curar heridas tan profundas.

Me abrazas y caemos en un profundo sueño, sin sexo, sin nada más, sólo sueño. En tu regazo, acariciando tu pecho, dejo mis lágrimas en ti, y tus lágrimas caen en mi cabello. Duermo como nunca en trece años. Mi amor y mi dolor están aquí, al fin sé dónde y con quién duermes después de tanto tiempo de incertidumbre.

Despierto

Pasan de las cinco y media de la mañana; el cuarto se entrega a las nueve. Ya no estás. Busco en el baño, en todo el cuarto, una carta, un mensaje, algo, lo que sea. No dejaste nada. Me volviste a abandonar. Maldito seas. Volviste a hacerlo. Otra vez me dejaste sola con todo nuestro amor bajo mi responsabilidad. Te odio, más que nunca, ¿por qué vine?, ¿a qué? Me visto, recojo lo que me queda de dignidad del piso, salgo deprisa, dejo la llave del cuarto pegada en la puerta, bajo por la escaleras y salgo por el estacionamiento. No quiero que nadie me vea con tantas ganas aguantadas; mi vagina sigue húmeda por aquél beso, ¡qué pena me dan los cuerpos que no entienden de desprecio! Subo a mi auto, huyo, se acabó todo.

Reporte del recepcionista Manuel Cruz sobre la habitación 2710:

A las nueve de la noche del viernes se registró la señorita Gaby. Dejó dicho que tendría una visita que llegaría más tarde. Su visita fue un caballero de entre treinta y cinco y cuarenta años, que llegó a las diez cincuenta y ocho. Más tarde, alrededor de las cinco de la mañana del sábado el caballero se presentó en recepción preguntando por un servicio de florería. Le expliqué que no teníamos, ni conocíamos uno, sin embargo le dije que había un mercado a unas cuantas calles y que ya estaba abierto y seguro vendían flores. Salió en dirección al mercado. Regresó cerca de una hora después con un arreglo de flores, una caja de regalo en forma de libro y una cajita de plástico con una rebanada de pastel. Subió a la habitación, de ahí llamó a recepción preguntando por la señorita Gaby, entonces pregunté al guardia del estacionamiento y él confirmó que ella había salido hacía apenas unos diez minutos. El caballero salió algunos minutos después a pesar de que su habitación vencía hasta las nueve de la mañana. En la habitación se quedó el arreglo de rosas rojas, la rebanada de pastel y un libro boca abajo que nadie leerá. 

RENUNCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora