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Jeongguk salía de sus clases de inglés a las 7, caminaba tres cuadras hasta el paradero y, usualmente, estaba en el autobús camino a casa a las 7:15, llegando así a las 8:00.

El viernes 11 de agosto no fue así.

Cuando estaba a una cuadra de su primer destino, apunto de cruzar la pista y comiendo unos cheetos, notó como un taxista volteaba a la izquierda, sin avisar, golpeando a un peatón.

—¡IDIOTA, PRENDE TU LUZ! —le gritó Jeon al taxista, apresurándose a ayudar a la persona que había sido impactada.

—¿Estás bien, niña? ¿Te golpeó en algún lugar? —se agachó a su examinando su cara, revisando si había daños, claramente.

Los ojos, que hasta ese momento no había logrado contemplar, se enfocaron en él, y antes de que el menor pudiera perderse en el mar de inteligencia que había en esos ojos marrones, se dió cuenta que lo miraban con furia e indignación.

—Soy un chico. —se puso de pie solo, pues la sorpresa de Jeongguk lo dejó congelado en su sitio e impidiendole ayudarlo.

El chico frente a él sacudió sus pantalones rasgados, tenía cabello negro que contrastaba de manera digna de contemplar con su piel pálida. Antes de que Jeongguk pudiera evitarlo, el chico más lindo que había visto en su vida ya caminaba lejos de él.

Por suerte, Jeon corría muy rápido.

—Espera, ¿seguro que estás bien? ¿No quieres que llame a alguien? —al ver que no respondía optó por disculparse— Perdóname por haberte confundido con una chica, es que eras demasiado lindo como para ser un chico.

El pelinegro bufó y rodó los ojos ante la pobre intento de coquetear de el otro. Ambos caminaron en silencio hasta que Jeongguk decidió romper el hielo.

—¿Quieres? —le preguntó llevándose un cheeto a la boca y ofreciendole la bolsa.

—¿Que es eso? —miraba con desconfianza la bolsa sin percatarse de que, a su lado, Jeongguk se ahogaba con un cheeto.

—¿COMO NO PUEDES SABER LO QUE SON? SON CHEETOS, DIME QUE LOS HAS PROBADO. —el pálido negó.

Aún más decidido que antes, Jeongguk volvió a inclinar la bolsa.

—No acepto cosas de extraños, pero se ve bueno, me llamo Yoongi.

—Jeon, Jeon Jeongguk, un gusto, Yoongi. —y al ofrecerle la bolsa por tercera vez, Yoongi la aceptó.

Tuvo dificultades para sacar uno pero al final lo logró, con los dedos cubiertos con ese delicioso polvo amarillo, se dispuso a llevarselo a la boca.

—Presionalo con tu lengua contra tu boca, sentirás más el sabor. —al parecer Yoongi hizo lo indicado, porque luego de unos segundos, Jeongguk lo vió sonreír por primera vez.

Fue imperceptible, y duró menos de tres segundos (dos, en realidad, los contó), tal vez si no lo hubiera estado mirado fijamente, no lo habría notado, suertudo él.

Y hay amores que toman años en formarse, que comienzan con amistad, que van por niveles, amores que llevan semanas y terminan en meses, amores que llevan días y terminan en semanas. Tal vez hay amores que toman dos segundos y duran para toda la vida, ¿quien sabe?

Después de ese incidente, al no ser extraños, Jeon quiso saber más de el chico que le había robado el corazón. Caminó 7 cuadras más de lo normal, hasta la casa de Yoongi, y cuando éste le preguntó donde vivía y Jeongguk le contestó con la verdad, Min Yoongi dejó escapar una sonrisa que duró 16 segundos antes de que la puerta se cerrara frente al menor.

cheetos; kookgiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora