Capítulo 2

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El de cabellos negros se levantó tiempo más tarde, esta vez el dolor de cabeza ya había desaparecido, haciéndolo sentir mejor. Se paró de la cama y se dispuso a acomodarla, no quería abusar de la amabilidad de Samuel; una vez con la cama hecha decidió ir en busca del baño, para lavarse la cara y hacer sus necesidades. Tardó un largo rato en encontrarlo debido a que el lugar era terreno desconocido para el menor, al salir de la habitación bajó las escaleras suponiendo que así encontraría al propietario de la casa.

—¿Hola? ¿Samuel? —preguntó al aire, esperanzado de que le contestaran.

—¿Sí? ¿Ya despertaste Alejandro? —escuchó una voz hablándole desde lo que intuyó sería la cocina.

Entró a la cocina y de inmediato sintió el aroma de la comida, no sabía si era porque no había comido o porque de verdad olía delicioso, pero poco le importo.

—Siéntate, anda, que no muerdo. —bromeaba el mayor, quién vestía un delantal morado.

Alex asintió con la cabeza y obedeció, sentándose en aquella mesa redonda de madera, la cual solo tenía dos sillas. En ese momento se quedó apreciando la casa ajena, era pequeña pero acogedora. Una sala, una cocina, dos habitaciones y dos baños, complementado con una pintura blanca y pisos de madera. A pesar de la sencillez se respiraba un aroma hogareño, como a vainilla con menta, algo muy extraño para Alejandro.

Samuel sirvió los dos platos con comida y una jarra con jugo de naranja, para luego sentarse justo en frente del más bajo. Un silencio incomodo se hizo presente, nadie hablaba, nadie comía.

—¿Quieres llamar a tus padres después de almorzar? Deben estar preocupados por ti. —propuso Samuel con una leve sonrisa en los labios.

Alejandro no supo qué hacer, si decirle la verdad o tan solo ocultarla. Él definitivamente no podía regresar a su hogar y no tenía a dónde más ir, sólo quedaba ir por su cuenta. Bajó la mirada, perdiendo el apetito en su totalidad.

—Entiendo. Puedes quedarte conmigo un par de días, el teléfono está en la sala de estar por si necesitas usarlo. —comentó Samuel mientras comenzaba a comer.

—Gracias... —musitó en un susurro.

—Come, que no sabe feo, lo cociné yo. —señaló el plato de comida que no había ni tocado, usando un tono ofendido.

[...]

Después del almuerzo Alejandro se ofreció a lavar los trastes, como muestra de agradecimiento. Era sábado por la tarde así que Samuel no tenía que ir a trabajar, lo único que hizo fue sentarse en el sillón de la sala de estar y ver televisión, cambiando los canales de uno en uno en busca de algún buen programa. Soltando uno que otro bufido al no encontrar algo interesante, por eso odiaba la televisión por cable, se preguntaba porque la pagaba si ni siquiera la usaba.

—Samuel, ¿no seré una molestia para ti? —preguntó Alex, denotando impotencia en sus palabras.

—Umm, no chaval. Tengo buen salario, además solo eres uno. —se alzó de hombros, restándole importancia al asunto.

—Lo siento, ni siquiera sabes quién soy y... y aun así ofreces tu ayuda. —se lamentaba el más bajo.

—Bueno, ¿qué tal si te encargas de los que haceres de la casa? Así podrías "pagar" tu estadía. Comúnmente no tengo tiempo para hacerlos ya que trabajo la mayor parte de la semana. —propuso Samuel.

—Me parece bien. También puedo cocinar, sé un poco. —dijo, mostrando una sonrisa. La primera desde que había conocido a Samuel.

—¡WOAH! ¡Que puedes sonreír! Pensé que eras algo así como un gnomo amargado. —bromeó el más alto, quería preservar esa sonrisa en su rostro.

—¿Lo dices por mi altura? ¡Que no soy tan bajo, joder! —hizo un berrinche, estaba hasta las narices de que le recordaran que no nació con uno y noventa de altura. Era un hobbit, ya lo sabía, ¿qué con eso?

—No te enojes gremlin, ¿te gustan los juegos? Tengo varios. —le dijo mientras le enseñaba los mandos de su consola, invitándolo a jugar un rato.

—No soy bueno en ellos, te advierto. —contestó tomando un mando.

Ambos se acomodaron en el sillón de piel sintética del mayor, jugaron varias cosas en general hasta que terminaron en una partida online de Call of Duty. Samuel sintió que tal vez era momento de hablar sobre los padres de su inquilino, deben estar preocupados por él.

—Alejandro. —le llamó sin dejar de ver el televisor.

—Hmn. —solo contestó, en señal de prestarle atención.

—¿De verdad no llamarás a tus padres? —soltó Samuel.

Y no hubo respuesta, solo los sonidos de las múltiples armas usadas en el juego. Hasta que asesinaron al personaje del menor.

—No puedo hacerlo. Ellos me echaron de casa. No tengo lugar a donde volver. —confesó con la mirada hacia el suelo.

Samuel apagó el televisor, pudo escuchar claramente los sollozos del más bajo. No supo que hacer, sentía que si lo tocaba podría arruinarlo.

¿Estaría mal abrazarle?

No sabía qué hacer.

Prefirió observarle.

—Yo... Mis parientes viven en América. No tengo dinero para viajar hasta allá, tampoco tengo pasaporte. Sólo tengo 17 años... Yo perdí todo, no me queda nada. Y no es como si hubiese tenido muchas cosas desde el inicio, pero soy un desastre. Mi vida debió haber terminado esa noche. No debería seguir vivo. ¿A quién engaño? No puedo vivir, no si tengo que fingir que estoy feliz con lo que soy... Yo, yo... —y no pudo decir más por que estalló en llanto. Uno sonoro y lastimoso, en el cual desquitaba el odio que le tenía al mundo.

Debía odiar al mundo, porque el mundo lo odiaba a él.

Sin amigos ni familia, abandonado como un perro a su suerte.

Y lo sintió. Dos grandes brazos rodeándolo, como si él fuera un niño con su madre.

Se sintió protegido, pero el llanto no paraba, sino que incrementaba.

De Luque apenas comprendía la gravedad de la situación, no era psicólogo ni nada por el estilo así que se dejó llevar, sus instintos actuaron a su voluntad y acabó envolviendo al menor en un abrazo maternal. Con una mano acariciaba su cabello y con la otra lo pegaba a su pecho.

—Tranquilo, hay muchas razones por las que vivir Alejandro. Mis 32 años de experiencia te lo garantizan, un día puedes conocer un alíen o tal vez salvar al presidente. O encontrar una buena chica. —trató de bromear, pero nada de lo que decía parecía hacerlo sentir mejor.

Así que solo se quedaron así, Samuel consolándolo y Alejandro llorando en su pecho.

Desde que lo conoció, De Luque sabía que tendría que apoyarlo en todo. Tenía la vida de ese chico en sus manos.


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⏰ Last updated: Aug 18, 2017 ⏰

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Alejandro decide morir [Vegexby]Where stories live. Discover now