thirty one

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Mientras la observaba caer al suelo, una oscura satisfacción se reflejaba en sus ojos. Evangeline, tambaleante, intentó levantarse, pero el impacto del golpe la había dejado momentáneamente aturdida. El sabor metálico de la sangre llenaba su boca mientras limpiaba su nariz ensangrentada, sintiendo cómo cada movimiento provocaba un ardor punzante.

El aire en la habitación era denso, casi irrespirable, como si las paredes mismas fueran cómplices de la opresión que se cernía sobre Evangeline. Su captora, una mujer de presencia intimidante y mirada helada, la observaba con una mezcla de superioridad y desprecio, disfrutando del poder que ejercía sobre su prisionera. La mujer la miró desde arriba, con esa sonrisa cínica que parecía no abandonarlo nunca, disfrutando del poder que ejercía sobre ella. Para ella, el control absoluto sobre la situación era una demostración palpable de su supuesta superioridad. 

—Sonríe un poco, no seas tan dura contigo misma —le ordenó, con una voz cargada de cinismo, mientras sus manos se extendían para apretar las mejillas de Evangeline, forzando una sonrisa que no era más que una mueca de dolor. La respuesta de la joven fue inmediata, un movimiento instintivo de rechazo, un intento de alejarse de aquel contacto no deseado.

Evangeline sintió la piel arder bajo la presión de esos dedos fríos y calculadores. La mención del collar, y peor aún, de la "otra rata inmunda", encendió algo en su interior. No podía permitir que esa mujer siguiera manipulándola, no después de todo lo que había pasado.

—Si te atreves a hacerle daño, yo...

—¡No! ¡No! ¡No! —la voz de la mujer se alzó en un tono de burla y reprimenda, interrumpiendo a Evangeline antes de que pudiera terminar su amenaza. Con la rapidez de una serpiente, volvió a sujetarle el rostro, esta vez tapando su boca con una mano firme, obligándola a callar— sigues sin aprender, Evangeline. Igual que cuando vivías conmigo. Siempre tan desafiante, tan testaruda.

Los ojos de Evangeline ardían con una mezcla de ira y miedo, luchando por mantenerse firme frente a la situación. Pero la fuerza con la que la sujetaba no le dejaba muchas opciones. La mujer la soltó bruscamente, como si se hubiera cansado del juego por un momento, apartándose con un desdén palpable.

—Y tú sigues siendo igual de ingenua, tal y como te recuerdo de pequeña —dijo, su voz goteando condescendencia— ¿por qué sigues intentándolo? No tienes oportunidad alguna de salir victoriosa.

Evangeline cerró los puños, luchando por controlar el temblor en sus manos. La impotencia la ahogaba, pero se negó a dejar que esa mujer la viera derrumbarse.

the auction (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora