Pasos y gemidos desesperados rompen el abrumador silencio reinante en el bosque. Un hombre, por completo maltrecho, con un hilo de sangre corriendo por su mejilla, a causa de un profundo tajo en su frente, es el causante del tortuoso bullicio.
Tras él, una sombra se desplaza entre los arbustos con violenta rapidez, como un viento letal. El hombre, víctima de la desgracia, cae con torpeza en una zanja, golpeándose la cabeza.
El viento, transformado en un grotesco ser, de largos y delgados brazos, con afiladas manos, se abalanza sobre el agónico hombre para, con la luna como único testigo, realizar el último acto ominoso de la noche.