(única parte): amore, amore, amore

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No creo poder olvidar nunca el día en que te me acercaste con pasos cautelosos, mientras cocinaba espaguetis verdes para la cena, y me preguntaste: ¿Qué soy para ti?

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No creo poder olvidar nunca el día en que te me acercaste con pasos cautelosos, mientras cocinaba espaguetis verdes para la cena, y me preguntaste: ¿Qué soy para ti?

Yo, sin darle mucha vuelta al asunto, te respondí: Mi novia, por supuesto. Supuse que era otra de las preguntas tontas que me haces en medio de cualquier cosa y a cualquier hora. Tu favorita es preguntarme si te quiero, poniendo ojos de perrito bajo lluvia torrencial para que te diga que sí. Deberías darte cuenta de que, sin siquiera hacerme esos ojitos, de todas maneras te diría que sí.

No escuché respuesta de tu parte, así que me giré, dejando la cuchara de madera con la que había estado revolviendo salsa dentro de la olla. Te observé, sentada en el mesón de la cocina, pensativa. Me dijiste, después de verme a los ojos con intensidad: No así, no superficialmente. Es decir, sí, soy tu novia, pero...

Mientras intentabas explicarte, escuchamos que algo se rompía contra el suelo. Las dos salimos de la cocina con rapidez. Resultaba que un gato había irrumpido en nuestro piso, y quebró el jarrón que teníamos en la mesa de la esquina. Con todo el ajetreo de buscar al animalito, sacarlo de la casa (a pesar de tus súplicas, ya tendríamos tiempo mañana de conversar sobre tener otra mascota), y recoger los restos de cerámica; quedaste tan cansada que comiste en silencio y, apenas tocaste la almohada, te sumiste en un sueño profundo. El día siguiente, al despertar, todo recuerdo de la pregunta que me habías hecho, al parecer, se había esfumado de tu mente. Pero yo sí la recordé.

Después de muchas noches de insomnio, miradas fugaces al cielo índigo y más de la mitad de una cajetilla de cigarros consumidos, llegué a esta conclusión:

No eres un te amo que se dice todos los días, y tampoco manos entrelazadas al caminar cuatro cuadras para llegar al supermercado. Pero sí eres tus parpadeos al prestarme atención, apartando la vista de la pantalla de tu laptop, seguramente a mitad de la escritura de algún ensayo para la universidad, escuchándome hablar sobre mi día y todas las peripecias por las que pasé.

No eres la promesa hasta que la muerte nos separe, o el universo entero y todas las estrellas que pueda cubrir con solo una mano. Pero sí eres el café prometido de las tardes, cuando llego cansada de trabajar y compartimos un paquete de galletas mientras vemos una comedia con risas pre-grabadas en la televisión.

No eres la repetición del eres el amor de mi vida, o eres la chica más preciosa que he conocido. Pero sí todas las veces que estoy apunto de entrar en una crisis, y te encuentras allí dispuesta a dejar empapar tu blusa de lágrimas y a escuchar los balbuceos de confusión que brotan de mis labios.

No eres flores regaladas o bombones compartidos. Pero sí eres todas las piedras que me obsequias cada vez que salimos a caminar los domingos por la mañana, solo porque tienen formas extrañas.

No eres un beso en medio de la calle o la proclamación de que no puedes pasar el resto de tu vida sin mí. Pero sí eres el paseo por el centro comercial, y las preguntas a los vendedores por los precios de cosas que me gustan, porque sabes que aún no he combatido mi ansiedad social por completo y a veces no puedo hacerlo sola.

INTERTWINEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora