Destruido

Entre tiempo y paciencia.

Despertó en el solitario ambiente de su departamento dándose cuenta que no era un día tan agradable: Estaba lloviendo. Odiaba la lluvia, tanto como el olor a cigarro, las sonrisas falsas o las situaciones inesperadas.
Caminó cabizbajo hasta el cuarto de baño, mirando cada parte de su rostro y lo que podía ver de su cuerpo. Arrugó su nariz como si hubiera visto algo muy malo.
Según su lógica, no era el muchacho más agraciado ni el más inteligente y peor aún, no era el más hábil.

-Estás normal -susurró, tratando de convencerse- Estás muy normal.

No, tal vez para él no lo era y para muchos tampoco, como para otros lo contrario.
Obviamente, había una persona cuyas cualidades eran extraordinarias (tan contrario a él) y sí, ese chico era objeto de envidia de muchos pero para Taiga, era el amor de su vida. Era cliché probablemente, aun así sabiendo eso su corazón seguía latiendo de manera acelerada cada vez que lo veía pasar.
Más de cinco años viéndolo a la distancia, sin tener el mínimo atrevimiento de saludarlo siquiera. Siguiéndolo a casa con cautela algunas veces y reprendiéndose al llegar al departamento por esa terrible acción. Tenía tanto miedo de que supiera quién era pero también de que no.
Todas las noches imaginaba una cita, un paseo, unas cuantas sonrisas o tal vez un beso y luego volvía a la realidad. Parecía imposible y tenía en cuenta de que esos anhelos eran parte de su gran imaginación.
Llegaba a la escuela, ponía su maleta en su carpeta e iba en busca de sus amigos. Encontró a un delgado muchacho de cabello celeste.

-Llegaste temprano.
-No tenía mucho que hacer -dijo ladeando su cabeza-

Quedaron en silencio por unos minutos.

-¿Hablaste con él?

Kuroko quiso reírse pero sabía que el pelirrojo hablaba muy en serio. Inhaló profundamente antes de contestar.

-¿Quieres saber si salí a comer con Aomine?
-No es eso -admitió avergonzado- Solo es curiosidad de si hablan aún.
-Sí hablo con él, pero nada fuera de lo común.
-¿Le dijiste algo sobre mí?
-Bueno...

El más bajo llevó discretamente su mano hasta su cuello tocando con delicadeza. Mentiría si dijera que sí pero sabía que Kagami no reaccionaría de forma positiva.

-No en realidad.
-¿Por qué? -lo miró triste-
-No es por ser malo pero ¿Por qué debería?

Era curioso, sus amigos nunca lo alentaron a declararse, más bien, se negaban a la idea de que lo hiciera pero el pelirrojo al preguntar la razón simplemente se excusaban diciendo que era mejor seguir así.

-No lo entiendo.
-Kagami, mira...
-Siempre es lo mismo -mencionó con molestia- ¿Qué hay de malo con que se lo diga?
-Sabes que no hay nada de malo.
-¡¿Entonces por qué?!

El timbre sonó dando a entender que las clases habían comenzado. Tetsuya esbozó una ligera sonrisa.

-Si realmente lo amas, hazlo -dijo- Pero si te amas más a ti, no lo hagas y créeme, estoy rogando porque sea lo segundo.

Taiga gruñó, jamás entendería a qué se refería exactamente.
Sin más que decir fue a clase antes que cerraran la puerta del salón pero de que tendría respuestas, las tendría.
Sus clases pasaron con normalidad: Poniendo atención más a biología que a matemática, intentando no dormir en historia y tratar de comer con discreción en química.
En ningún momento del recreo se encontró al de cabello celeste ni a sus demás amigos. No era novedad, habían momentos en los que simplemente no los veía y eso no le incomodaba, a veces le gustaba estar solo y pensar en lo que hacía en el día.
Pensó que por ser temprano podía ir por el camino más largo ya que había un parque muy bonito. Grande fue su sorpresa al encontrar a cierto chico de piel morena que jugaba. Jugaba solo. Se maldijo por un momento, tenía tantas ganas de ir y preguntarle si podían jugar. A Kagami le encantaba el básquet, Aomine no se quedaba atrás. Esa fue una de las razones por las que le comenzó a gustar.
Se acercó un poco más, intentando que Daiki no lo viera, sin embargo, no se percató de una roca con la cual tropezó y al intentar no caer se había aferrado a las rejas llamando la atención del otro.