Dulce Confesión

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Era una tarde de lluvia, lo recuerdo bien. Mi mejor amiga, Anna, me habia invitado a pasar el día en su casa. A nuestros escasos 15 años era lo mejor que podíamos hacer. Agradecí que sus padres no estuvieran para platicar más con ella y divertirnos.

-Entonces, Angel -me dijo ella, sentándose en el sofa de su sala, justo a mi lado -¿Cómo sientes el día?

-Muy mojado a mi parecer -le respondí divertido, disfrutando ver su linda sonrisa tras mi comentario.

Era un secreto para ella en ese momento, pero me moría de ganas por ser más que amigos a su lado. ¿Y cómo no quererlo? Su hermosa y delicada silueta, su suave piel blanca y su lacio cabello castaño que hacía juego con sus acaramelados ojos provocaban en muchos chicos (y más adultos) unos deseos tremendos de estar a su lado, sin contar que sus pequeños, pero firmes pechos y su tono inocente la volvían irresistible para todos, sobretodo para mí.

-Jeje. Eres un tonto, Angel. Es obvio que el día está muy mojado -Continuó ella, sonriendo un poco más de lo habitual, cosa que agradecí a más no poder.

-Si. Y me imagino que debe estar haciendo mucho frío allá afuera...

Desde que llegué a su casa, no había dejado de mirar los pies de Anna, los cuáles, tristemente para mi, se escondían debajo de un par de Tenis Converse de color azul. Admito que me gustaría quitarselos y olerlos, pero mi mayor deseo era disfrutar a placer de sus riquísimos pies. Y ese día estaba más que perfecto para hacerlo. Solos, en su casa, sin nadie que interrumpiera gracias a la lluvia. Si, era definito que sus piecitos debían ser míos

-Ay, cierto. Los demás se pueden mojar afuera -continuó Anna, mirando hacia su ventana -pero nosotros estaremos cómodos y calientitos bajo este techo.

Ella se acercó para abrazarme con ternura. Gracias a ello, se me ocurrió un plan para ver el tesoro bajo su calzado.

-Si. Tu casa es un lugar muy cómodo, Anna. Pero no sé como sueles ponerte cómoda cuando no hay nadie -le contesté aún en el abrazo.

-¿A qué te refieres?

-Bueno. Hay personas que se ponen cómodas cuando se visten de cierta manera en su casa, o cuando no llevan alguna prenda. En tu caso, ¿cómo sería una Anna cómoda?

Ella se separó un poco de mi, mirandome un poco confundida. Tras unos segundos sonrió y respondió

-Bueno. Yo ahorita ya estoy cómoda. Cuando estoy sola no traigo mi bra y no uso zapatos. Me hacen sentir libre -Sonrió tiernamente a decir eso último.

"¡Eureka!" Pensé feliz en mi mente. Ella podría quitarse los tenis si la convenzo indirectamente. Ahora solo faltaba pedirselo.

-Woah, ya veo. Entonces, ¿segura que ahorita ya estás completamente cómoda, Anna? -Le pregunté mirando directamente a sus pies, esperando lo notara para que el plan funcionara.

-Jeje. Bueno, justo ahora no estoy asi de cómoda. No quiero que pienses que me tomo mis libertades solo por andar en mi casa

-Vamos, Anna. No hay problema por eso. A mi me gustaría verte asi -contesté sin apartar mis ojos de sus pies.

-Jeje. ¿Enserio...? -Ella me miró de manera pícara, acariciando mi brazo izquierdo -Entonces, ¿te gustaría verlos?

Obviamente asentí. Al parecer, el plan funcionó. Anna por fin me dejaría ver aquellos pies que habían sido el objeto de mis mayores fantasías. Ella puso sus manos sobre la cintura, deteniendolas solo para mirarme de vuelta, confirmando mi deseo. Yo cerré mis ojos de la emoción, con mi palpitar al máximo, pero al abrirlos, me lleve uma sorpresa más que gloriosa...

Los pies de Anna, una Dulce Confesión (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora