Siempre nadaremos a su lado

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—Mmm, me pregunto dónde estarán esos niños, ¿no es así, Rei-chan?— dijo pensativo un hermoso rubio mientras entraba en una de las habitaciones de su hogar, seguido de su esposo.

Rei sonrió ante el apodo usado por su pareja. —No lo sé, Nagisa-kun. Deberían estar por aquí.— respondió en tono juguetón.

Ambos, marido y marido, se adentraron en la habitación, compartiendo miradas cómplices y alguna que otra risa silenciosa. Comenzaron a moverse de forma sigilosa, haciendo el menor ruido posible con sus pisadas contra el parquet. Inspeccionaron sin apuro alguno el lugar; miraron debajo de las camas, abrieron el armario, husmearon detrás de la puerta, incluso se dieron el lujo de revisar el baño. Pero, aun después de allanar casi por completo la habitación, no lograron encontrar nada. Mejor dicho, no lograron encontrar a nadie.

El peli-azul barrió el cuarto cor la mirada. Realmente habían buscado en toda la casa y no había ni rastro del paradero de los chicos... y entonces lo vio. Se golpeó mentalmente, ¿cómo pudieron pasarlo por alto?

En una de las esquinas, justo al fondo y pegado contra la pared, se encontraba un gran cofre donde, teóricamente, iban guardados todos los juguetes que, por cierto, estaban regados por cualquier lado.

Sonrió con ganas al mismo tiempo que tocaba el hombro de su esposo. Cuando por fin logró capturar su atención le señaló el inmenso cofre. Las orbes rosas siguieron la extensión del brazo de su acompañante y se frenaron en el objeto que se perfilaba como el mejor escondite del lugar. No pudo evitar esbozar una sonrisa similar a la de Rei.
Se dedicaron una mirada y, sin necesidad de palabra alguna, armaron un plan.

—Rei-chan, no están aquí— se quejó Nagisa—. ¿Qué hacemos?

—Tenemos que seguir buscando en otro lugar, Nagisa-kun.

Con cuidado, Nagisa se dirigió a la puerta de la habitación y Rei se posicionó al costado del mueble.
Cuando se sintió listo, el peliazul hizo una seña a su esposo, el cual abrió y cerró la puerta. Luego comenzó a dar pisadas, dando la impresión de que se estaba yendo. Al cabo de unos segundos se empezaron a escuchar unas voces.

—¿Ya se fueron?— susurró una de las voces.

—No lo sé, deberíamos fijarnos...— se sintió como respuesta .—Sal tú primero.

—¿Qué? ¡No! No quiero arriesgarme.— en su voz había mucha indignación.

—Pero eres el mayor.— replicó el otro.

—¡Con más razón! ¡Tú eres el consentido, a mí no me harán caso!

La pequeña pelea se extendió unos minutos más, hasta que los dueños de las veces decidieron jugar "piedra, papel o tijera" para resolverlo. Aparentemente, el mayor fue el vencedor.

—Me niego a dar un paso fuera de este escondite.— habló el menor.

—¡No es justo, aprende a perder!

El silencio llenó la habitación. Rei y Nagisa evitaban mirarse a los ojos, porque si lo hacían las carcajadas no podrían ser contenidas por más tiempo y su maravilloso plan se iría por el caño.
Un suspiro resignado llamó la atención de ambos, seguido de un crujido. Uno de los niños perdidos estaba por salir. El rubio fue de puntillas hacia el cofre y se acostó lo más pegado posible frente a él.

—Uno... dos... y... ¡Tres!— un pequeño abrió el cofre con furia. Miró al frente. No vio nada. Estuvo a punto de decirle a su hermano que era seguro salir hasta que...

—¡MASATOOO!— un grito seguido de la cara de su padre, lograron que Masato saltara en su lugar y se volviera a meter en su pequeño escondite.
Antes de que pudiera cerrar el cofre, Rei alzó a uno de los niños, haciendo volar.

-Quiero nadar contigo!- Reigisa (One-shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora