Conversaciones Nocturnas

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Disclaimer: Todos los personajes, escenarios, historias y demás cosas puedan reconocer aquí no me pertenece, sino a Rick Riordan (Es decir, si la saga me perteneciera ustedes ¿Creen que yo hubiese permitido que todos pasaran un año con el nudo en la garganta por no saber si la mejor pareja de todas sobreviviría al Tártaro? Yo creo no). Me adjudico únicamente la trama.

La imagen de la portada es propiedad de Viria.

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Advertencia: contiene spoilers de HoH, asi yo les sugiero que no lean la historia si no terminaron el libro. ¡Después no digan que no se los advertí!

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Conversaciones Nocturnas

Por primera vez, desde que llegó al viejo continente, Annabeth sentía algo de paz.

Por supuesto que esperaba un ataque en cualquier momento, y debido a esto no podía bajar la guardia en lo absoluto, pero algo en su interior le decía que, al menos ésta noche, los tripulantes del Argo II estarían a salvo de los vasallos de Gea.

Hoy había sido, lo que en su caso podría considerarse, un día común: logró escapar con vida del Tártaro junto a su novio; vio como sus amigos vencían a un gigante con la ayuda de Hécate; se salvó por los pelos de morir en el derrumbe de una cueva subterránea milenaria; y volvió a reencontrarse con la Pretora de la Legión Romana que, dicho sea de paso, intentó asesinarla en el pasado, para entregarle una de las piezas históricas más famosas del mundo antiguo (cuyo precio, vale aclarar, fue enfrentar a una vieja enemiga de madre y un viajecito a las profundidades del Inframundo) con el propósito de establecer la paz entre romanos y griegos.

Definitivamente, este día no salía de lo común. Y es que, con todas las cosas que le venían sucediendo desde el invierno pasado, enfrentar cara a cara a la muerte ya era una algo rutinario.

En ese momento los siete de la profecía se hallaban en el comedor del trirreme terminando de cenar, o más bien seis de ellos porque Leo se negó a dejar la sala de control con la excusa de que necesitaba reforzar los sistemas de seguridad aunque, para Annabeth, aquello era mentira y se trataba de otra cosa.

Entre el grupo reinaba una quietud que la hija de Atenea encontraba reconfortante, puesto que todos parecían estar de acuerdo con la idea de olvidar, al menos por un rato, la actual situación. Conversaban de temas tribales, o bien estaban en silencio.

Hazel ya había terminado, más aun permanecía en la mesa esperando a que Frank comiera su pudin de chocolate, mientras descansaba su cabeza sobre el hombro del nuevo Pretor de la Duodécima Legión Fulminata. El chico parecía a gusto y sereno, cosa que no paso inadvertida para Annabeth ya que durante el tiempo que lo conocía jamás lo había visto tan tranquilo y eso ayudaba a reforzar su teoría de que esa noche nadie los molestaría.

Piper, que estaba a su lado, intercambiaba miradas y sonrisas con Jason, quién se hallaba en la cabecera de la mesa, mientras él le contaba viejas anécdotas suyas del campamento romano. De tan enfrascados que estaban en eso ninguno llegó a terminar la mitad de la comida de su plato, y ya seguro no lo harían puesto que debía de encontrarse fría.

El más abstraído de todos era Percy, que ni siquiera llegó a probar bocado y observaba con mucha atención la imagen en vivo del Campamento Mestizo. En ella se podía observar el sol de mediodía iluminando los verdes campos de Long Island Sound, al tiempo que los griegos alistaban sus tropas y discutían estrategias de guerra. Por un momento Annabeth logró vislumbrar como Clarisse La Rue impartía ordenes a los campistas novatos y los reagrupaba en filas defensivas frente a la casa azul, ya que al parecer los únicos que formarían las líneas de ataque serían los campistas más experimentados. Con cada nuevo rostro que aparecía, el de su novio se mostraba más preocupado... Ella por supuesto sabía lo que el chico estaba pensando, y fue por eso que tomó su mano.

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