Con una mezcla de sorpresa y repulsión, Louis se dio cuenta de que lo que había encontrado era una trampa para aquellos que, como él, buscaban lo inusual. El joven exhibido era una víctima del comercio ilegal, una realidad que había sido ocultada tr...
Louis permanecía inmóvil en un rincón de la sala de espera del hospital, con la mirada perdida en un punto indefinido. Su mente era un torbellino de pensamientos, todos girando en torno a Harry. Aún podía sentir la aspereza de la sangre en sus manos, el rojo intenso que manchaba sus nudillos, recordándole la violencia del episodio reciente.
El silencio tenso de la sala se rompió con la voz familiar de la doctora, quien se detuvo frente a él con una mezcla de profesionalismo y preocupación.
—Señor Tomlinson, parece que nos volvemos a encontrar aquí —dijo, hojeando la carpeta que llevaba en las manos—. Le inyectaron escopolamina en líquido. Es una droga potente.
Louis alzó la mirada, sus ojos reflejaban la angustia que lo consumía.
—¿Estará bien?
—Por el momento, está sedado. Estamos administrando un tratamiento para eliminar la sustancia de su sistema sin causarle más daño. La policía también ha solicitado un informe médico, así que les hemos proporcionado la información necesaria —explicó con un tono calmado, aunque su mirada dejaba entrever cierta inquietud—. ¿Y usted? ¿Desea que revisemos sus manos?
El abogado esbozó una sonrisa tensa, su rostro marcado por la preocupación.
—No se preocupe, doctora. Estoy bien. Las heridas ni siquiera duelen —levantó una mano envuelta en gasas—. Gracias de todos modos.
—Entendido. En cuanto despierte, le avisaremos para que pueda verlo.
Louis asintió levemente y observó a la doctora alejarse. Intentó distraerse con el teléfono, desplazándose sin rumbo por las redes sociales. No tardó en frustrarse. Soltó un bufido, bloqueó la pantalla y volvió a levantar la vista.
—¿Louis?
La voz lo sacó de su ensimismamiento. Giró la cabeza y se encontró con una figura conocida. Una mujer vestida con el uniforme del hospital se acercaba con paso cansado pero firme.
—¿Keila? —preguntó con sorpresa, sin poder ocultar su asombro. La castaña sonrió con amabilidad, y él no pudo evitar devolverle el gesto.
—No puedo creer que estemos aquí después de tanto tiempo —admitió ella, posando una mano en su hombro en un gesto de familiaridad antes de sentarse a su lado—. ¿Todo bien? ¿Algún problema con tu familia?