NOSTRO DIO

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"Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in saecula saeculorum. Amen."

— Hermana, ya casi es hora. La madre superiora nos quiere abajo. — Dijo­­­­­­­ Isabel tocando la vieja puerta de roble.

Isabel es una monja ya. Llegó hace unos siete años y digamos que su vida no ha sido fácil: a los 16 años la violaron y al enterarse que estaba embarazada, sus padres la corrieron de su casa. Tuvo que abortar después, pero eso nadie lo sabe, si se llegan a enterar seguro la corren también de aquí.

Cuando visitó a su amiga Esther, la cual también es monja, le dijo que viniera, que las puertas estaban bien abiertas para ella. Y pues, el resto ya lo imaginan.

— Ahora voy.

Me levanté después de rezar, me miré en el espejo y acomodé mi hábito, pues a la superiora le molesta si está desacomodado. Hoy es un día muy importante, ya que las nuevas postulantes llegan y debemos recibirlas.

Siempre que hay alguien nueva, me emociona bastante. Por lo regular yo soy la que les enseño el convento junto con la superiora. ¿Qué puedo decir? Soy buena samaritana.

Todas estaban abajo ya, estaban bien formadas. La madre dio especificaciones y unos cuantos segundos bastaron, la gran puerta se abrió dejando ver a unas veinte aspirantes, todas de cabello largo, lástima que se tendrá que cortar.

Una de todas ellas resaltó no sólo por su gran cabellera negra y rizada, sino por su vestuario, algo atrevido para entrar en un lugar tan sagrado, diría yo. Se le veía con tanta pereza de estar aquí que hasta sentí pena, seguro ella será como las cinco aspirantes de mi generación, se salieron porque no soportaron el ritmo, ellas eran de otro tipo de vida. La vida "galante" diría mi abuela.

Todas y cada una de las nuevas, las acompañaban sus padres, todos muy orgullosos de dejar a sus hijas en el camino del creador.

— Aspirantes... Sean bienvenidas a esta su nueva casa. — Habló muy feliz la superiora

Después de las características palabras de bienvenida, la madre dio unos minutos para que todas se despidiesen de sus familiares. Algunas lágrimas se hacían notar, es lógico, ahora ellas van a entregarse a Dios.

Cuando mi padre me vino a dejar, no hubo lágrimas, sólo me ordenaba que tuviese dedicación y no quería recibir queja alguna. Mi madre no vino, ni siquiera se despidió de mí, un simple "Naciste para ser monja" salió de su boca. Desde ese entonces me mato todos los días para llenarlos de orgullo, aunque sea pecado para nosotras, el orgullo es algo que deseo que mis padres sientan por mí.

Desde pequeña trato de ser la mejor hija para ellos y no ser como mi hermano. Aunque ellos nunca lo noten, yo siempre he dado lo mejor de mí. No niego que a veces es desesperante el siempre apoyarlos y aun así recibir quejas, pero sé que lo hacen por mi bien y el del prójimo.

Los minutos terminaron, los padres abrazaban a todas y les daban la bendición. Cuando éstos se fueron, la madre prosiguió a darnos una compañera de cuarto. Esta parte me gustará mucho ya que unos años después de que entré a este convento, mi compañera misionera se fue a Haití.

Una vez que te asignan con una compañera, la aspirante debe recibir su hábito, no uno como el de nosotras, sino uno muy simple, falda larga y suéter negro junto con un velo. Después deberán acompañarnos a donde se van a instalar y a decidir qué cosas se quedan consigo y qué desechan.

Cuando admites a Dios en tu corazón y pisas el convento, debes decir adiós a recuerdos y objetos de valor sentimental que tengan algunos de éstos. Es una parte muy difícil, de hecho, aquí entre nos, tengo guardado un crucifijo de mi abuela.

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⏰ Last updated: Dec 07, 2018 ⏰

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