Un suspiro se mezcló con el repetitivo sonido del electrocardiógrafo, los días pasaban lentos y duros, grises y húmedos en sus ojos. Él no debía pasar por eso siendo tan pequeño, sentía irremediablemente la sombra de la soledad sobre él a punto de cubrirlo, se aferraba a la poca luz que le alumbraba, pero cada día ésta se apagaba... no quería llegar a la extinción y perderse en el oscuro e insoportable dolor.
Arrugó su nariz por el olor a hospital, le revolvía el estómago y le quitaba el apetito cuando era la hora de la comida, y no comería de no ser por su hermano, aquel que estaba postrado en la cama desde hace algún tiempo. ¿Cómo podía tener aun fuerzas para reprenderlo por esas cosas? O peor ¿Cómo él podía hacer que su hermano gastase energía innesesaria por no querer sólo comer? El que debería estar en esa estúpida camilla debía ser él y no Lukas.
Se levantó para caminar y tomar las marchitas flores que le trajo la semana pasada y decidió cambiarlas por unas más frescas que al menos alegraran un poco aquella habitación blanca. Vio de reojo a su hermano notando que estaba profundamente dormido, quiso echarse a llorar al poner más atención en la piel que tenía un tono pálido y enfermizo, los ojos hundidos, las ojeras marcadas, el cuerpo casi raquítico y los labios resecos y partidos. Estaba enfadado con la vida y con su hermano, con la vida por ser tan cruel y querer arrebatarle día a día un poco de Lukas hasta que llegara el día en que soltara su último respiro, y con su hermano por negarse rotundamente a seguir con el tratamiento que tal vez le alargaría un poco más su vida, ¿Pero a costa de qué? No podía agitarse, no podía caminar, casi no podía comer, el tratamiento había acabado con muchas cosas, incluso con la esperanza aún cuando él quisiera guardarla.
Salió de la habitación en silencio caminando por el pasillo en el cual los enfermeros y médicos caminaban algo apresurados, algunos pasaban indiferentes a su dolor y otros le brindaban una mirada de lástima, y eso era peor. La lástima.
Caminó como un alma en pena hasta los baños donde tiró el agua del florero por el lavabo, pero pronto su mirada se volvió borrosa cuando prestó atención a las flores, tan marchitas como su hermano, su vida se había ido en suspiro y a su hermano se le acababa con cada latido.
Las frías paredes de aquel baño blanco con olor a desinfectante no le dieron consuelo, tan carentes de calor y familiaridad a pesar de que llevaba semanas estando en ese hospital. Y menos ayudaba el clima invernal de la época, siempre tan nublado y con una eterna nevada copiosa que a veces amenazaba con dejarlo encerrado en ese lugar, sintiéndose asfixiado por su alrededor sin oportunidad de salir corriendo si es que no quería quedar enterrado en la nieve.
Pronto se vio llorando frente al espejo del baño, pudo ver cómo se quebraba al fin, cómo sus ojos demostraban todo ese dolor y esa angustia que cargaba su corazón y había ocultado para no empeorar a su hermano, pudo ver el terror que sentía por el futuro... y no había nadie que le frenara, que le abrazara con fuerza para que las piezas de su corazón no se esparcieran amenazando con nunca volver a unirse para sanar y salir adelante.
O eso pensó.
La puerta se abrió dejando ver a un sonriente doctor, alto y rubio de unos amables y alegres ojos azules, pero su aparente eterna sonrisa se esfumó al ver a ese albino roto, llorando con la boca tapada tal vez para que nadie lo escuchara... o para no escucharse. Había algo que al doctor se le hacía difícil en su trabajo, y era ver a los familiares quebrarse por las malas noticias, pero era algo que en su trabajo no podía evitar pues era parte de, incluso a él le tocaba darlas y era la parte que odiaba de su trabajo. Sin embargo al ver a ese chico llorando con el corazón en la mano le rompió el alma a pesar de las muchas veces que había visto esa escena.
-Hola...- saludó con cautela al chico el cual dio un respingo al ser descubierto. Intentó limpiarse las lágrimas con la manga de su suéter tratando de borrar en vano los vestigios de su llanto aunque su cuerpo aún temblaba por contenerse. -Soy el doctor Kholer, ¿Cómo te llamas?- le dio una sonrisa encantadora pues a su experiencia a cualquiera que le sonreía podía arrebatarle al menos una pequeña y efímera sonrisa, pero eso no pasó con el chico frente a él, simplemente le vio con una desolación que pensó no ver jamás en los ojos de alguien, con un terror plasmado en aquellas amatistas.
-Emil...- contestó con la voz quebrada pero se esforzaba para tranquilizarse, aunque el dolor en su voz no podía ser disimulado, emociones tan intensas como esas no podían ignorarse. -Qué lindo nombre.- volvió a sonreír pero el chico no tuvo intenciones de devolver aquella sonrisa, le molestaba, ¿Cómo podía parecer tan alegre cuando él sufría? -¿Sabes? Sea lo que sea que estés pasando, estoy seguro de que mejorará.-
-¿Qué? ¿Mejorar? Si todo en este maldito lugar empeora a cada segundo. Ni siquiera intentes hacerla de psicólogo conmigo porque no te funcionará. Sólo quiero estar solo.- replicó el albino sacando un poco de su frustración al tiempo que nuevamente las lágrimas se desbordaban, el pecho le dolía sintiendo que de un momento a otro su corazón explotaría. El doctor suspiró borrando su sonrisa y con cuidado se acercó al chico que se puso un poco a la defensiva pero no se movió, era como un gatito asustado y herido, sólo buscando que alguien le mimara un poco.
-Sé que estos momentos son muy difíciles para ti, pero no podemos oponernos a lo que el destino nos tiene ya preparado por mucho que queramos cambiarlo... hay veces que por más dolorosos que sean las situaciones que se nos presentan en el camino debemos enfrentarlas, sean cuales sean los resultados, pues eso nos hace personas más fuertes.- le acarició dulcemente el cabello blanco que estaba algo desarreglado por los días en vela en el hospital.
Emil le vio sintiendo que nuevamente las lágrimas se desbordarían de su corazón y sollozó un poco.
-El destino es muy cruel al quererme quitar a mi hermano...- gimoteó entre el sueter que usaba para limpiarse la carita, entonces miró al doctor -¿Cómo se llama usted?- preguntó un poco más calmado luego de un rato de silencio, donde agradeció internamente que el doctor se haya quedado con él para hacerle un poco de compañía a pesar del trabajo que debía tener por delante. El doctor le dedicó una gran sonrisa, de esas que hacen que el corazón se caliente un poco luego de tanto frío, de esas que hacen que el día se ilumine por completo luego del oscuro sendero en el que andaba a solas.
-Soy Mathías Kholer.-
---- fin cap 1---
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Una historia de hospital
RandomMuchas historias corren por los pasillos blancos del hospital, muchas no son escuchadas y son ignoradas, los sentimientos que se albergan son confusos y tan contradictorios uno del otro que por el lugar en que se desarrollan uno siente que no es cor...