Por y para siempre (MALEC)

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Por y para siempre

Azahara Vega



Infierno, Edom

Los días eran todos iguales. Cada día se despertaba, acudía a las reuniones que por antemano le dictaban, presenciaba la tortura de las almas condenadas en ese Reino y... se refugiaba en los dormitorios que le entregaron en una de las viviendas desperdigadas por Edom.

Con el paso de los siglos la rutina era lo único que lo mantenía cuerdo, que le obligaba a levantarse de la cama y enfrentarse a otro día más en el Infierno. Los recuerdos de su vida en la tierra se difuminaron y acabaron enterrados en lo profundo de su mente, olvidados ante la dura realidad con la que se enfrentó al morir y aparecer ante las puertas del Reino de su padre. Asmodeus lo recibió con los brazos abiertos, una sonrisa falsa, orgulloso al ver al hijo más poderoso que tuvo; pero la "fingida" calidez con el que le recibió se quebró en el momento en que comprobó que no iba a participar en ninguno de los planes que ideó para él. No deseaba destruir nada, ni conquistar nada, ni siquiera participar en esa guerra ancestral contra el Cielo. No le importaba nada.

Se rio de su padre cuando esté le aseguró que iba a sufrir por no obedecerle.

¿Qué le iba a hacer si ya estaba en el Infierno? Si perdió lo que más amó y nunca lo iba a recuperar. Si lo poco que le quedaba de esa vida en la que una vez inmensamente feliz se esfumaba entre sus dedos por culpa del transcurso del tiempo.

Asmodeus no se rindió. Cada día lo torturaba y cada día comprobaba que nada rompía a Magnus Bane, nada le afectaba acostumbrado al dolor, a los gritos de los condenados, al fuego y al azufre, al vasto mundo rojizo y estéril que era el Reino de Edom.

Magnus se adentró en su dormitorio y avanzó hasta los ventanales. Mantenía en todo momento la mirada fija en un punto a lo lejos, a las puertas del Reino, donde apareció el día en que murió. Era lo único que recordaba con claridad y lo atormentaba muchas noches.

Una espada Nefelim clavada en el pecho, atravesándole el corazón, quitándole el aliento hasta que la oscuridad y el frío de la muerte lo envolvieron, atrapándolo en una espiral de miedo, dolor, angustia y...

Apoyó la mano izquierda contra el frío cristal. ¿Cuánto tiempo pasó desde que murió? No lo sabía. Y tampoco le importaba. Tenía una eternidad por delante y eso era lo que más le aterraba hasta que su corazón se congeló para siempre.

Ahora no le importaba nada.

Decidió que esa noche se acostaría antes. Intentaría descansar, o dormir un par de horas. Magnus soltó una carcajada hueca carente de sentimientos, mientras se dirigía hacia el baño a tomar una larga ducha para ver si podía quitarse del cuerpo el olor a azufre y a ceniza, algo que sabía que era imposible.

Cada noche era igual. Se restregaba la piel hasta que enrojecía, odiando ese aroma que se pegó a su alma.

Se desnudó lentamente y se metió en la ducha. Siseó ante el agua fría y comenzó su ritual, dedicándose esos minutos a vaciar la mente centrándose en limpiarse a fondo, como si el agua pudiera eliminar la suciedad que era el Infierno.

La palabra dormir pasó por su mente y le hizo reírse de nuevo. Era imposible que durmiera más de dos horas seguidas. En cuanto su mente se apagaba lo acosaban las pesadillas, los recuerdos difuminados por el tiempo y salpicados de odio, de arrepentimiento, de angustia, de rabia...

Cerró los ojos y quedó bajo el chorro de agua fría, quedando de espaldas para que se deslizara por su cuerpo marcado por las cicatrices de los innumerables castigos de su padre.

Por y para siempreWhere stories live. Discover now