Ana fue la siguiente en entrar a la biblioteca, tenía muchas ansias de leer aquel libro que su amiga le había recomendado ayer en la tarde en la universidad. Sus gustos por la lectura parecían más bien apasionados y distraídos, leía cuanta historia de amor le revolviera el cabello con ideas que solo se entretejen entre tinta y papel; algunas historias fantásticas, de acción o suspenso, también hacían parte de su pequeña colección en casa. Por aquel día de mayo la biblioteca estaba más vacía de lo habitual, ni siquiera la lluvia que resbalaba por las calles seducía a los transeúntes que pasaban por el costado buscando refugio. Ana sacudió el roció de su cabello y se detuvo solo un momento para admirar su refugio, el olor del café recién hecho, los murmullos y las sonrisas secretas que ocultaban los muebles rústicos de madera eran las cosas que más amaba ella de la biblioteca. Luego de secar de forma improvisada el agua de su ropa se aproximó al mostrador para ubicar su libro, se dirigió al administrador con un saludo jovial.
- ¡Hola Pablo! -, dijo Ana sonriendo mientras se apoyaba de puntillas en frente del mueble color azul oscuro, - Estoy buscando éste Libro, ¿De casualidad lo tendrás? –
Pablo dejó por un momento de escribir en su diario de notas un pequeño poema que lo inspiraba mientras escuchaba golpear la lluvia en las ventanas. Pablo tiene un aspecto sombrío, usa lentes de marco grande y grueso de color negro, lleva puesta su camisa blanca, la de la suerte, y con su pequeña corbata roja oculta la mancha de café que hace una semana derramó sobre sí. Mira fijamente a Ana y se levanta del banquillo, su jean azul desteñido se cae de sus tirantes de goma dejando ver la figura esquelética del joven bibliotecario; Pablo señala hacia su derecha y mirando a Ana dice: - Sube por la escalera hasta llegar al fondo del segundo piso. Luego, gira a tu izquierda y pasando el pasillo encontrarás la sección de misterio -. Ana sonrió un gesto de gracia, media vuelta a su izquierda emprendió camino hacia el segundo nivel en busca del misterio.
Ansiosa por encontrar lo que estaba buscando y sin dar mucha prisa a su caminar, Ana comenzó a subir la escalera dando pequeños saltos entre cada sobresalto; peldaño por peldaño el piso se hacía cada vez más inalcanzable, era como si una pequeña brisa la elevara lentamente hasta llevarla a su destino. Mientras Ana volaba sobre la biblioteca el ruido de la lluvia la arrullaba, los murmullos que escuchaba recién se hacían cada vez más imperceptibles, el aroma de café recién hecho se colaba por su boca a cada toma de aliento que respiraba, la luz se volvía más tenue pues el segundo piso carecía de las enormes ventanas que iluminaban todo el primer piso; Ana suspiró profundamente una vez más para saborear en su mente el aroma de la madera húmeda y la tinta de los libros, mientras sonreía cerró levemente sus ojos y dio el último salto para llegar a su destino, exhaló y entre abrió los ojos, cuando pudo ver claramente de nuevo en su horizonte se alzó una figura que recogía algo del piso; rápidamente abrió sus ojos a plenitud para poder observar con mayor atención aquel joven de camisa blanca que estaba de espaldas.
Antonio estaba levantando un libro que dejó caer por accidente mientras escuchaba el rugir de las escaleras de madera, llevaba puestos sus jean azules, un poco más coloridos que los de Pablo, camisa blanca que dejaba ver un poco al desnudo su pecho y traía las mangas hasta la altura de los codos. Hace menos de una semana que Antonio trabajaba en el local y estaba encargado de la cafetería, lugar que estaba tan vacío como la penumbra de noche buena; el frío de la tarde hizo antojar al joven de su bebida predilecta para la lectura: un café. Mientras se erguía del piso, libro en mano giró levemente su rostro hacía la izquierda para ver, por encima de su hombro, el cabello lacio y desmarañado de Ana; sus ojos se clavaron directamente en su sonrisa color primavera, el invierno se convirtió en verano y el roció que dejaban las gotas de lluvias en las ventanas alcanzó para alumbrar todo el salón, era como si el sol saliera de esa sonrisa pícara y juguetona. Antonio quedo pasmado, sus pies no pudieron moverse al compás de su corazón, sus manos temblaron de inseguridad y sus ojos bajaron la mirada al no sentirse digno de la belleza que ahí reposaba. Ana detuvo su andar y admiró el cabello travieso color negro de aquel joven que solo se concentraba en mirarla, se sintió un poco intimidada y suavemente le regaló dos pasos al camino para encontrar su destino. Los ojos de ambos jóvenes comenzaron a danzar en un vaivén de miradas, estaban a solo dos metros de distancia pero el camino fue tan largo como los poemas antiguos de grandes escritores, la fantasía de cervantes quedaba pequeña para tanta conmoción.
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Entre Páginas
RomanceTodos somos protagonistas del amor, cada uno juega un papel en el destino de otras personas. Pero hay momentos donde no existen las casualidades, sino los encuentros; hay ocasiones donde las almas se reencuentran y se reconocen, olvidando presente...