Era surrealista, estabas aquí. Entregada totalmente a mí. Había pasado los últimos tres días preparando los detalles de esta noche. Y no me arrepentía.El olor a rosas inundaba la habitación. Las sábanas blancas contrastan con lo moreno de tu piel. Tus cabellos sueltos y esparcidos sobre la almohada, habían perdido el orden y perfección que te dedicabas a colocarle todas las mañanas.
¿Por qué te peinas? Quería preguntarte, ¿Por qué buscas controlar tu cabello? Si es así, como está ahora, suelto, despeinado, salvaje… Que te queda maravilloso.
Eras simplemente la imagen de lo irresistible, pura perfección. Cualquier fotógrafo, pintor o hasta escritor estaría encantado de retratarte.
Tus labios gruesos y enrojecidos por los besos del ascensor. Tus ojos con pupilas dilatadas lucían totalmente negros, nunca antes el color negro se me había antojado tan sensual, tan atractivo.
Un “Eres maravillosa” escapó de entre mis labios, antes de besarte con desenfreno. Desenfreno que tú correspondiste.
Tus labios sabían a tequila y limón. Y estaba plenamente seguro de que no podría beber tequila de nuevo, sin que tu imagen surcara mi mente.
En un movimiento te colocaste a horcajadas sobre mi. Me observas desde arriba, estudiandome. Y algo en mi mirada debió decirte cuanto te veneraba, ya que sonreiste.
Una sonrisa radiante, que nunca había visto antes. Era el tipo de sonrisa de alguien que acaba de ganar la lotería, una que te contagia y derrite aún a cinco kilómetros de distancia. Y esa sonrisa estaba destinada a mí, solo a mí.
Desataste las tiras que sujetaban la parte superior de tu vestido ¿Te había dicho lo hermosa que te veías esa noche? No podía recordarlo.
Al momento en que la tela se deslizó por tu piel mis ojos se maravillaron con tu figura. Una piel suave y tostada entró en mi campo de visión quitándome el aliento.
Tomaste mis manos y las posaste en tus pechos, eran perfectos. Mi pálida piel contrastaba con la tuya y podía sentir la disparidad de la suave piel y lo duro de tus pezones.
Como un niño hambriento me acerque a ellos. Un escalofrío te recorre al contacto con mis dientes, acaricié tus pezones con mi aliento. Y ahí, justo en ese momento, cuando un gemido escapó de entre tus labios, me abandone a mi deseo por ti.
Mi boca desesperada por degustar tu piel, mis manos ansiosas por recorrerte. Eras mía. Con cada beso, cada caricia, cada mordida te entregabas más a mí.
En un ataque de lujuria marqué tu cuello, no quería que olvidaras esto en la mañana, necesitaba que lo recordaras. Por un momento pensé que te molestarias, pero no. Sonreíste como si lo hubieras estado esperando, y volviste a besarme.
Entre besos, mordidas y gemidos, terminaste debajo de mí. Retire el cabello de tu rostro, quería verte, quería que recordaras este momento. Que me recordaras. Pues, bien sabía, había llegado tarde para ser el primero y, siendo realista, no esperaba ser el último.
Precisaba dejar huella. No sería solo sexo, no sería uno más. No. Anhelaba hacerte el amor, adorar y honrar tu cuerpo. Y no solo tu cuerpo, deseaba tocar tu alma. Quería amarte.
Y viéndote directamente a los ojos, me sumergí en ti. Nunca un lugar me pareció tan perfecto, nunca me había sentido tan en casa. Tu calidez y suavidad me arropaban de forma maravillosa.
Y así comenzó el baile de cuerpos, no aparté la vista de tu rostro. Esperaba evocarte así en mis recuerdos: una diosa apasionada.
Intente transmitirte mi amor con cada movimiento, cada caricia, cada beso. Me entregue por completo a ti. Y sentí como nuestros cuerpos se fundían el uno con el otro ¿tú también lo sentiste?
Y fue en ese vaivén de cuerpos que los dos tocamos el cielo, porque eso no podía llamarse de otra manera. Escucharte suspirar mi nombre, mientras hundias tus uñas en mi espalda, no tenía otra definición más que paraíso.
Y allí, sudados, excitados y con respiraciones entrecortadas me sonreíste. Pero esta sonrisa era diferente, no era como la sensual sonrisa que me dedicaste al llegar al bar. O como la esplendorosa sonrisa de haber ganado la lotería.
Esta era la sonrisa de alguien que sabe que la magia está por acabar. La que pones cuando ya eres plenamente consciente que significa ese “tenemos que hablar”. Me imagino que ese fue el mismo tipo de sonrisa que cenicienta le dedicó al príncipe, al notar que su tiempo se había agotado.
Y antes de que dijeras nada, te bese. Reclame tus labios como míos una última vez.
¡Demonios! Quería decirte tantas cosas. Que te amaba, que esto merecía más que una noche, que no me separaría de ti.
Pero Callé.
Callé por cobarde. Callé porque ya conocía el trato, porque fue tu condición y yo la había aceptado. Era solo por una noche.
Mi noche.
Y como le ocurrió a cenicienta mi tiempo se había agotado.
Y en ese beso. El último. Comprendí las palabras de Octavio Paz “Un mundo nace cuando dos se besan”. Era cierto.
Lo que no sabía mi ilustre amigo es que: Los besos, besos como aquellos, no construyen. No. Esos besos, tus besos, destruyen universos.
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Mi noche
RomanceEso acordamos, solo una noche. Una noche en la que yo seria totalmente suyo y ella mía. Pero aún si quisiera más, no lo obtendría. Era solo por esa noche. Mi noche. Ese fue el trato. One-shot.