Hasta un "¡HYAAAWK!" vale más que mil palabras

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Hasta un "¡HYAAAWK!" vale más que mil palabras

Por: ZeekLaerers

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Tú puedes Zelda... tú puedes...—Se repetía vez tras vez en un mantra accidentado, una manía que tenía desde niña de musitar lo que debía hacer o decir, tratando de reunir el coraje que desde siempre le había faltado por naturaleza. Solo mover los labios sin emitir sonido, oyendo sus palabras dentro de su mente. Musitaba para todo, para pensar, analizar, meditar, absolutamente todo. Pero lo que decían sus labios en esos momentos de trance se quedaba en confidencia por esa sencilla razón, no había sonido alguno que ella modulara cuando lo hacía. Tal vez, porque se le enseñó desde la infancia a solo hablar cuando fuera realmente necesario y de peso. Así que un escape a esa postura de niña de alta clase que debía usar de fachada, era hablar para sus adentros, con tal de soltar cualquier inmadurez que una niña a esa edad podía pasarle por la mente. Y a sus veinte, esa manía continuaba.

Su mente se concentraba en exigirse a no huir como su cuerpo le rogaba, avanzando a paso firme. Sus ojos celestes estaban fijos en solo una cosa entre la multitud de esa estación de tren, o en alguien, en el objetivo. En él. Ese chico de cabello como el oro y alborotado, rostro como un espíritu de luz, aunque de mirada algo taciturna y misteriosa de esos ojos azules como el Gran Mar. Había perdido la cuenta de las veces en las que cada mañana se sentaban en butacas opuestas, esperando el tren que a cada uno lo llevaría a su destino, y sin siquiera conocerse, sin haber intercambiado palabras, sin saber el nombre del otro, algo se habían entregado sin darse cuenta, la devoción de sus miradas.

Se había vuelto parte de su rutina, admirar a ese chico que le robaba el aliento siendo un desconocido, que la hacía temblar cuando sus miradas se abrazaban, contemplar cada detalle de él, deseaba tener el poder de ese Héroe de la leyenda, que regresaba el tiempo a su antojo, para solo retrasar un segundo más el momento en el que llegaba el tren de cada quien, y se veían obligados a separar sus miradas, obligados a regresar a la mediocre realidad.

Y es que se sentía tan hipócrita, ese chico había hecho pedazos todos sus esquemas. Zelda detestaba el verde. Milagrosamente y por obra de Farore, comenzó a encantarle ese color al ver el evidente gusto de ese rubio por el tono de los bosques, al usarlo en su vestimenta con regularidad. Le parecía desagradable absolutamente cualquier marca permanente que una persona se pudiera hacer en la piel, y ahora, le arracaba suspiros ver los piercings de ese joven, el de su ceja, el de su labio inferior, el de sus orejas, y además ese tatuaje que tenía en el cuello que solo podía contemplarse una parte ya que solía usar bufanda. Zelda ya se imaginaba a su estricta nana Impa gritar: "¡Eso es de Ganon!", y para qué negarlo, también la joven repudiaba esas cosas, pero en él... era distinto, era atrayente ver esas marcas perpetuas en su cuerpo, tal vez por una sensación de querer lo prohibido.

Y lo que más le pesaba a la castaña, no sabía por qué, pero todo le sonaba al famoso "amor a primera vista". Algo era atracción, pero ¿Pensar en él a todo momento? No era normal. Y quien conocía a Zelda y su gusto por la literatura, sabía el cómo rechazaba ella de plano ese tipo de amor, tan fantasioso, tan irreal, tan todo. El "cliché de los clichés", así catalogaba a ese amor inmediato. Y algo le decía que estar experimentado todo eso por ese chico de la bufanda azul y ropa verde, piercings y tatuajes, sexy y lindo, era una retribución de parte de Nayru por ser tan terca y predispuesta.

Así eran sus mañanas, una persona normal decía todas las palabrotas habidas y por haber si el tren se retrasaba, para Zelda, eso era bendición, podría admirar por un poco mas de tiempo al joven rubio, y éste también mostraba su alegría, ya que a ojos de un tercero, el chico era mas directo y descarado al contemplar a la bellísima joven. Ese cabello castaño liso y perfecto, su cara que parecía ser el rostro de las estatuas de Hylia pero con vida, su piel de porcelana con pequeños sonrojos, su bello cuerpo labrado por divinidades, sus ojos celestes, su expresión estoica, pero su mirada era su verdadero rostro, lleno de sensaciones y sentimientos. Aunque a veces algunos amigos del rubio lo acompañaban en la espera, nada le robaba la atención ni la posibilidad de mirarla con intensidad.

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⏰ Última actualización: Jun 21, 2018 ⏰

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