El Caracol

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Unas vacaciones en la playa, un hermoso día de calor en Villa Gesell en el que no había ninguna nube bañando el cielo. Sentada en la arena observaba el mar y sus olas en las que la gente corría con sus hijos y los perros jugaban entre ellos. El calor empezaba a ser molesto, así que fui a meterme al mar, me levante de la reposera y camine a lo largo de toda la playa hasta la fría agua. Después de que una ola llegara hasta mis pies baje la vista y vi un Caracol, de un color rosado con franjas blancas y violetas que lo bañaban desde afuera hasta adentro, admito la emoción y sorpresa que tuve en ese momento, porque nunca había visto un caracol así; lo agarre y corrí adonde estaba mi familia y les mostré mi hallazgo, les pedí llevarlo conmigo a casa y guardarlo como recuerdo, porque creía que nunca volvería a encontrar uno tan bonito y llamativo como ese. Lo guarde en el bolso y con mi papá volví al mar para jugar en las olas, pero una tan fuerte me golpeó que me arrastró a la orilla. Mi papá me ayudó a levantarme, riendonos de lo que paso notamos un reflejo brillante en la huella que deje al caer, me agaché y lo desenterré y era otro caracol gigante, esta vez de color blanco manchado de lila y con algunas rajaduras. No podía creerlo, encontrar dos caracoles tan bellos en una tarde cuando en 8 años de explorar y buscar pequeñas rocas y caracoles en las playas de Villa Gesell nunca vi no uno partido al medio. Mi papá me dijo que corriera, que se lo mostrará a mi mamá para que lo guarde, porque sería una pena no hacerlo...
Al día siguiente, el que sería nuestro último día allá, antes de volver a Buenos Aires recorrimos con mi familia la playa, y en esa caminata en la que una ola arrastró la espuma salada del mar, casualmente, dejó apoyado un caracol igual que los dos anteriores pero más pequeño frente a nosotros. Me acerqué y lo levanté era tan delicado y bello, se podría decir el más perfecto que jamás vi, y me arriesgó a decir que veré; se envolvía delicadamente en si mismo con líneas de toda la gama del rosa y violáceo, parecía que me lo hubieran dejado ahí, especialmente para mí. Sin duda lo llevé conmigo y sus pares a la ciudad.
Después de un agotador viaje de 4 horas subí a mi habitación para dejar mi valija y apoyar a los tres bellos caracoles en un estante, para que estén justo enfrente de mi cama y poder verlos diariamente como un recuerdo de ese viaje, o como les decía yo: trofeos de mi suerte. Esa noche fue totalmente normal, o yo estaba muy cansada, pero las siguientes todo cambio.
Despierto y observó el lugar, parecía temprano, demasiado para lo que solía despertarme en esa época, miré el reloj y marcaba las 6:47am. Voltee y antes de intentar reanudar el sueño en rápida paneo vi a alguien verde parado en frente mio, cerca de los estantes ¿una persona? ¿verde?,sorprendida volví la vista en dirección a los estantes para confirmar que solo eran fantasías mías, pero no, una personita no muy alta, despeinada y de un ligero verde estaba parada ahí, junto a la estanteria donde estaban mis trofeos. Me paralice del susto, seguí mirándolo fijamente, porque sinceramente no se me ocurrió otra cosa que hacer. Estuvo ahí parado hasta que desapareció cuando los primeros rayos del amanecer se colaron por el ventanal. Él apareció por las siguientes noches, desde las 6:45 am hasta que marcaban las 7 exacta y pasaban esos primeros rayos que el árbol moderaba con sus hojas en la mañana, y yo, bueno, inexplicablemente me despertaba para verlo ahí parado hasta su desaparición, aunque sabia que volvería, siempre volvía.
La curiosidad y la confusión me empujaron a investigar sobre esto, encontré páginas, blogs y videos sobre el tema: era un Duende, protector de la naturaleza, eso explicaba porque aparecía en ese lugar y solo allí en la estantería con mis (o como aprendí después sus) caracoles, pero no había información sobre que hacer para que se fuera. Así asumí que tendría que convivir de alguna manera con él, que por suerte era un "buen empleado": no movía nada, solo estaba 15 minutos y no perturbaba la armonía de ninguna manera, solo me despertaba pero sin dificultad para volver a dormirme. De esta manera decidí dejar todo de esa manera.
Una noche todo fue diferente, subí a mi habitación para dormir, me acosté en mi cama y cerré los ojos, pero por algún inexplicable impulso que a uno le da o tal vez mi percepción hicieron que abriera los ojos y lo vea frente a mí, a solo centímetros, del susto me levanté y corrí como en mi vida lo hice, tan rápido como "volar" de alguna manera a las escaleras y bajar para quedarme toda la noche asustada en el sillón del living. La suiguiente noche dormir en mi habitación no parecía buen negocio, pero dormir, si a eso se le llama dormir, en un sillón le ganaba a cualquier susto que pudieran darme arriba así que decidida subí, rece y dormí. Lo extraño no fue lo que me pasó despierta, sino lo que me pasó dormida o mejor dicho, mi sueño. Yo quería soluciones, y creo que de alguna manera las tuve porque siempre creí en este sueño como una respuesta; recuerdo que tenía los caracoles en mis manos, caminando desde el final de la misma calle donde vivo, por la plaza, hasta el río para tirar los caracoles a este y dejar que volvieran a donde pertenecen. A la mañana siguiente pensé en lo que soñé mientras desayunaba y en ese nublado día, tal como en mi sueño, fui al sector del río que queda al final de mi calle me acerqué a la bajada y tire los caracoles al río, para que volvieran a casa. Desde ese día el Duende nunca más apareció, él solo quería llevarse sus caracoles. Y yo, nunca más vi caracoles como esos y mucho menos me llevé alguno a Buenos Aires.

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