Capítulo 1

27 2 0
                                    


Vera estaba asustada, no entendía nada. ¿Por qué todo el mundo mencionaba a su madre? ¿Por qué su padre lloraba? ¿Qué pasaba? Este era el comienzo de una infancia muy dura. Ada no estaba, se había ido sin decir nada a nadie. Sin dar explicación alguna.

- ¿Cómo ha sido capaz? ¿Por qué lo ha echo? -Repetía una y otra vez León.

Unos meses antes...

- Han llegado rumanos nuevamente -comentaba León.

- Lo sé, ya me lo dijo antes tu madre -respondía Ada sin prestar mucho interés.

Esa noche de verano, como todas las noches, los niños del barrio salían a la calle a jugar y los adultos a charlar o debatir sobre diversos temas. Era una barriada donde todos eran parientes y se llevaban perfectamente, aunque había una de las familias donde Ada y su hija se relacionaban menos con ellos. Mientras Ada tiraba la basura, apareció uno de los extranjeros que se habían instalado entre ellos.

- Hola, ¿puedes decirme dónde puedo comprar tabaco?- Le preguntó con una mediocre pronunciación al ver que no había ningún cartel para guiarse.

A ella no le gustaba relacionarse con extranjeros. Sentía que no eran personas de las que se podía fiar, aún menos cuando había una mujer sola. Se puso muy nerviosa y no sólo por el miedo, si no por el atractivo de aquel hombre. Debería tener unos 30 años. Era alto, moreno, musculoso, tenía el pelo rizado y un color de ojos extraño, pero a la vez preciosos. Nunca había visto nada igual. Él se dio cuenta de la forma en como le contemplaba. Ella no era una mujer atractiva, era oronda, bajita, estaba muy descuidada, en su rostro reflejaba cansancio, humildad, timidez, sencillez, miedo... Pero había algo oculto en ella que, a pesar de todas sus imperfecciones, le hacía una mujer bellísima. Hubo un cruce de miradas en el que Ada sintió algo en su interior. ¿Amor a primera vista? No, ella estaba casada y tenía cuatro hijos. Aunque la relación con su marido no fuese buena, ella lo quería y no dudaba de sus sentimientos. Quizás fuese miedo a lo desconocido, llevaba mucho tiempo sin hablar con un forastero y, menos, que fuese hombre. Su marido era muy controlador y machista. Ada tenía que acatar las normas que le imponía si no quería recibir una tunda. No podía salir de la casa sin su permiso, debía tener la casa siempre limpia, cuidar de sus hijos, hacer la comida, obedecer todo lo que él decía y todo tenía que estar perfecto sin protestar... En resumen, todo lo que cualquier hombre machista, sin compasión y empatía quiere recibir de una mujer. Llevaban dieciocho años juntos, se fueron a vivir cuando Ada apenas tenía catorce años. Ella creía que era el hombre ideal. Al principio lo era, pero poco a poco se fue dando cuenta de cómo era en realidad. Sin embargo, ya tarde para intentar salir de ahí y empezar de nuevo con otra persona. Ada ya se había quedado embarazada de su primer hijo, David.

Retomando el momento...

Ella no sabía si responder, no quería que su marido se enterase de que había hablado con un hombre. Tenía mucho miedo hasta que por fin decidió contestarle al asegurarse de que nadie la veía.

- Sí, tienes que subir esa calle y a la derecha verás un estanco. – Respondió nerviosa– Tu eres un miembro de la familia que acaba de llegar a nuestro barrio, ¿no?

- Así es. Yo soy Velkar, nos quedaremos aquí dos meses. Muchas gracias por tus indicaciones -contestó él sonriente mientras se alejaba por la calle que le había señalado.

A los dos le había parecido extraño ese momento, tenía algo enigmático, algo de magia. Aunque sólo habían pasado juntos unos instantes, no pararon de pensar el uno en el otro durante toda la noche.

En la mañana siguiente...

Ada se había levantado muy temprano, debía hacerlo si quería tener todo listo para la hora que llegaba su marido de trabajar. Por otro lado, a esa misma hora, Velkar ya estaba trabajando en las viñas. En ese pueblo de La Rioja, la muchedumbre dependía mayormente de la agricultura. Era la fecha de la vendimia y la población se llenaba de forasteros que venían a trabajar en el campo por un salario más bajo de lo normal para, posteriormente, mandar dinero a los países en los que vivían sus familias, que eran extremadamente pobres. Mientras Ada limpiaba su casa vino Raquel, madre de León, que como solía acostumbrar, sólo venía para pedir algo de comida o simplemente para ver qué estaba haciendo Ada. Ella estaba cansada de esa situación, sus casas estaban al lado y no podía tener privacidad ni vida íntima. Además de Raquel estaban las primas, primos y hermanos de León que vivían en la misma calle. Eso era horroroso, no tenía intimidad alguna y lo peor es que tenían muy poco respeto y educación por los demás. Entraban y salían de la casa cuando les venía en gana y sin avisar. Como Ada y su hija se relacionaban escasamente con ellos, siempre eran las personas de las que comentaban e inventaban chismes la familia de León. Ada tenía que estar todo el día alerta porque si se descuidaba, le robaban en su propia casa. Estas eran situaciones a las que llevaba años enfrentándose por no dejarse influenciar por esas malas personas y no hacer lo mismo que ellos hacían. Por una parte se sentía bien consigo misma, pues tenía valores y no como esos individuos, pero no le gustaba ser diferente porque no se podía relacionar con nadie al no tener una grata relación con ellos y no poder hablar o salir con sus "amigas", a las que abandonó porque León, poco a poco, fue haciendo que se alejara de ellas. Se acercaba la hora a la que León llegaba de trabajar, se dedicaba a vender comida rápida en un puesto que ponía en diferentes sitios de las ciudades de alrededor y, a veces, en su propio pueblo. Su salario era proporcional a la cantidad de raciones o bocadillos que servía al día y su buen o mal humor también. Normalmente, León estaba de mal humor, por lo que la relación con sus hijos empeoraba cada vez más y más. Vera, su tercera hija, era un terremoto de alegría, siempre estaba sonriendo, jugando... Era súper cariñosa, pero también muy tímida. Tenía cinco años. Le gustaba mucho la escuela y sacaba muy buenas notas por lo que su madre le daba recompensas como libros, cosas para hacer deporte... Sus hermanos mayores eran todo lo contrario a ella. Eran machistas, eso lo habían aprendido de su padre. No le daban importancia a las mujeres, creían que ellas eran un objeto que podían usar cuando les viniese en gana y que sólo servían para estar a las ordenes de los hombres. El mayor tenía dieciséis años y el segundo quince. Tampoco estudiaban, nunca les había gustado la escuela, por lo que ya estaban trabajando en el campo como jornaleros. Ada odiaba que fueran machistas, pero no le quedaba más remedio que soportar sus actos si no quería recibir una tunda de su marido o el reproche de sus hijos. El pequeño de la casa se llamaba Enzo, tenía tres años y era el más consentido por ser el hijo menor. Todos querían estar siempre con él, comprarle golosinas, permitirle todo lo que él quisiera o pidiera... etc. Estas acciones en un futuro repercutirían en su vida.

-¡Hola papá!- Corría Vera entusiasmada al comprobar que su padre ya había llegado de trabajar.

-Hola Vera, ¿dónde está mamá?- preguntó León sin poner interés a su hija que le estaba contando que había hecho en la mañana. Él, a veces, le llamaba "tata", al igual que Enzo.

Ada salió de la cocina con una olla, estaba terminando de preparar la mesa para comer. Mientras ella colocaba todo, León y sus dos hijos discutían sobre los resultados del fútbol del día anterior. León y David eran del FCB, pero Enrique era del Real Madrid, a si que había mucha competitividad entre ellos. Por otro lado, Enzo y Vera estaban jugando con una pelota. Cuando Ada terminó de preparar la mesa para comer, llamó a todos pegando una voz. La comida estaba riquísima, como siempre. Ada llevaba muchos años cocinando. Raquel le había enseñado algunas recetas y ella después las había modificado a su antojo.

-Me ha dicho Velkar, uno de los extrangeros, que si queremos ir hoy en la noche a cenar con su familia.

Cuando Ada escuchó ese nombre se puso muy nerviosa. León no se imaginaba lo que había ocurrido la noche anterior, pero al ver la cara blanca de Ada intuyó que algo pasaba.

-¿Te pasa algo? -preguntó León preocupado al ver la expresión su cara.

-No, no te preocupes. Un simple mareo. Ya se me está pasando.

León no sabía lo que había podido suceder para que Ada se pusiera así. Por otro lado, ella estaba deseosa de que llegara la noche. Tenía ganas de verlo, aunque sólo fuera eso. Estando León delante sería muy difícil entablar relación con él, pero no perdería la oportunidad que tenía de estar cerca de Velkar, aunque sólo fuese para comprobar lo que sintió la noche anterior.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Sep 02, 2017 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

El secreto de VeraWhere stories live. Discover now