Lazos de guerra

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En mitad de la desesperación de la guerra, tras la muerte de Neji Hyūga, el genio indiscutible de su clan, Naruto se sume en la oscuridad absoluta, ¿qué debo hacer? se preguntaba una y otra vez...

Se encontraba en lo más profundo de su ser, su conciencia no estaba en aquel momento con la alianza, estaba en lo más profundo de su desesperación, igual que cuando Pain atacó Konoha, en el mismo sitio exacto, un lugar oscuro, era parecido al lugar al que se transportaba para comunicarse con Kurama, antes de que se hicieran amigos. Al contrario que ahora, aquel sitio era un lugar frío y con un aire cargado por el intenso odio que portaba el Bijū



¡No permitiré que mates a mis compañeros! –resonaba una y otra vez en su cabeza.

Mentiroso...

–¡No voy a permitir que ellos mueran!

Mentiroso...

Mira a tu alrededor, este es el resultado de los sueños y esperanzas de las que tanto hablabas.

Duele...

–Ya no tienes padre, ni madre, ni si quiera a tu maestro Jiraiya a tu lado, e irás perdiéndolos a todos, el mundo nunca sabrá que exististe.

No quiero sentir nada...

–¿Qué sentido tiene...?

–¿Es que te vas a rendir? –la voz que escuchó, fue clara, directa.

Subió la cabeza para encontrarse con una mujer extraña, exótica: tenía un largo pelo de color rojo, tez pálida y unos preciosos ojos de color morado, parecido al Byakugan. Al mirar esos ojos, no podía dejar de pensar en Neji, en que había fallado a los Hyūga, y a toda la alianza Shinobi.

Sentía exactamente lo mismo que cuando vio cómo Pain empaló a Hinata.

No quería seguir.

No quería sufrir.

Quería rendirse.

–Uzumaki Naruto... ¿vas a rendirte? –volvió a preguntar la mujer.

–¿Quién eres? –preguntó

–Soy la Diosa Aimūn, he venido a ayudarte, Naruto Uzumaki.

–¿Cómo sabes mi nombre?

–He estado observándote, en la lejanía de la luna, junto a mi clan. Descendemos del Dios Hamura, y estamos orgullosos de que trates de seguir el propósito que tenían él y su hermano, el Rikudō Sennin.

No, él no era el héroe que el mundo necesitaba. No había conseguido nada, sólo dolor, sufrimiento y muerte. ¿Qué había hecho él? Fardar y hacerse el valiente delante de todos, como si pudiera conseguir algo, pero en realidad era un niño asustado con falsas ilusiones, tratando de cumplir el sueño de su maestro, el de sus padres. Todo el mundo había depositado una estúpida fe ciega en él, como si pudiera conseguir algo, como si pudiera hacer algo, pero él no era el indicado para ello.

Tenía el corazón arraigado de dolor, necesitaba cortar el sufrimiento. Éste le estaba ahogando tanto que no podía soportarlo, llevándose una mano al pecho, y apretando con fuerza, se derrumbó ante aquella elegante Diosa.



Ella sabía por el dolor que pasaba el pobre muchacho, tenía una misión importante y en estos momentos no podía soportar el seguir perdiendo a más aliados. Le miró con calidez, con amor fraternal.

Lazos de guerra [One-Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora