prólogo; réquiem.

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La calle estaba vacía, el cielo estaba gris y a esas horas la luz era escasa.

El viento hacia bailar sus mechones naranjas y las hojas se enredaban a sus pies para volar lejos en cuestión de segundos. Avanzaba con un paso lento y sin prisa, pero sin dejar atrás su grácil forma de caminar. Sus manos descansaban en los bolsillos, mantenía la cabeza baja y los ojos en permanecian en sombra, cualquiera diría que era un alma pena.

La calle parecía infinita, tal vez una ilusión debido a que las calles largas eran algo poco común en un pueblo a las afueras de la ciudad.

El corazón le latia más rápido a medida que se acercaba, paso a paso, con las hojas secas crujiendo bajo sus pies. El tiempo pasaba y él llegaba a su destino.

Abajo, un lago seco lleno de barro y alrededor árboles y oscuridad. Arriba, un gran puente rojo de hierro, oxidado y lleno de hojas y barro.

Avanzó hacia el puente. Su rostro estaba sereno, y sus manos aún en los bolsillos. Había silencio. Subió a una de las grandes barras de hierro.

Ahora, un paso separaba la vida de la muerte. El viento acariciaba su rostro, peinaba su pelo, y le hacia enrojecer la nariz.
Abrió los brazos, como si pudiese aferrarse a la vida y abrazar a la muerte a la vez.
🍂🍂🍂

Hedía.
El vagón del metro estaba impregnado por un ácido olor a vómito, y el sórdido traqueteo mezclado con la charla de la multitud aglomerada no ayudaban a su migraña.

Se apoyaba en un pie y otro periódicamente, deseando que ese viaje a las afueras no fuera en vano, cosa que era ambigua, ya que las razones por las que se reunía con su familia solían ser un sin sentido o no solían salir bien.

Drop Valley lucía apesadumbrado. No es que esto sea una novedad, el pueblo siempre había sido sombrío y aburrido, las calles permanecían llenas de amarillentas hojas secas  que el viento transportaba de aquí para allá.
Avanzaba sin prisa, sacó un cigarro y tardó un poco en encenderlo debido a los vendavales que lo azotaban, diversos pensamientos cruzaban su mente, de los cuales esquivó todos para poder centrarse en la tarea que le suponía presentarse así a su familia.

De pronto, en medio de las casas victorianas sugio la que fue su casa en sus años de niño. Muchos recuerdos inundaban el jardín y el patio trasero, las enredaderas que adornaban la fachada estaban casi secas y la pintura de la madera estaba desconchada. Allí donde posaba el pie se sucedían varios crujidos alertando la vejez y el descuido de dicha casita.

Una casita que en tiempos anteriores había sido feliz, normal y calurosa. Unos tiempos que habían quedado muy atrás y que por mucho que lo deseara, no volverían.

En una de las masetas colgantes apagó el cigarrillo y tiró la colilla al montón de hojas del jardín.

La puerta accedió con mucha facilidad, lo que supuso como que lo estaban esperando. Trataba de mirar la casa lo menos posible, y guiado por el sonido de los cubiertos al tintinear entre si, encontró a la familia cenando. A decir verdad nadie advirtió su llegada unos minutos, hasta que al apoyarse de un pie a otro un chirrido brotó de la madera. 

El primero en levantar la cabeza fue su padre.

- ¡Hombre! ¿Tú por aquí? seguro que todos disfrutarán de tu presencia.

A continuación miro a su alrededor, pero tanto su esposa como sus hijos estaban con la cabeza enterrada en la cena. Deseó tener un cigarrillo, una calada bastaría para colmarle la ansiedad. Solamente levantó la cabeza y suspiró.

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