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Mientras sollozaba en mi habitación, la escuché acercarse a pasos lentos y apoyarse en el marco de mi puerta. Mi mirada se ubicó directo en ella, trayendo así recuerdos que en algún punto de mi vida fueron valiosos, recuerdos que guardaba en mi memoria como mi mayor tesoro. 

—Lo lamento tanto, Daka —susurró.

—¿Que te hice? —pregunté en un ahogo —. ¡Dime que te hice!

—Te juro que te lo explicaré todo —se secó una lágrima que comenzaba a desplazarse por su mejilla—. Bajemos a cenar, esperemos que tu padre se duerma y hablemos. Sé que estás molesta, pero por favor, no hagamos que tu padre suba, esto se pondría muy mal —dijo ansiosa.

Con molestia me levanté de mi cama, sequé mis lágrimas y me apresuré en salir de mi habitación dejando a mi madre detrás. Estaba molesta, mi pecho dolía y mi garganta comenzaba a arder. Sentí la impotencia recorrer mi cuerpo mientras bajaba los escalones que me llevarían a cenar con Robert. 

—Hasta que por fin bajas, estaba por subir a buscarte. Ya sabes cómo es esto, si no es por las buenas, será por las malas — comentó Robert y seguidamente, comenzó a comer.

Con temor, tomé mi tenedor, inhale profundamente y comencé a comer. Deseaba levantarme lo antes posible. 

Al terminar, no dudé en levantarme rápidamente de la mesa con mi plato en mano, caminando así hacia la cocina para dejar el mismo y poder dirigirme a mi habitación rápidamente. Nuevamente no dudé en lanzarme a mi cama, mi pecho dolía y en mi mente no existía otra forma para desahogarme además de llorar. 

Estaba consciente que la vida a veces nos golpeaba y lo hacía sin piedad, golpeaba cada vez que le placiera y era capaz de abrir heridas, heridas profundas que tomaban tiempo sanar; pero en mi memoria la vida tenía años golpeándome el rostro, tenía años desgarrándome sin piedad alguna. Sentía pesado mi cuerpo, acumulaba tanta impotencia que comenzaba a sentir calor; deseaba hacerle saber al mundo que estaba harta de caer, que estaba dispuesta a levantarme y que lucharía por no ser golpeaba una vez más, deseaba hacerles entender a todas aquellas personas que si hay una salida al maltrato, que si hay salida del infierno; sólo debemos correr al cielo, el cielo es el límite. 

Cuando por fin me cansé de llorar, cuando las lágrimas habían dejado de salir y sólo podía sentir el dolor en mi pecho, la sentí entrar. Inmediatamente volteé a verla, a observar la timidez en su andar. Cerró la puerta detrás de ella y encendió la luz.

 —Daka...—susurró caminando hacia mí y seguidamente sentando a mi lado.

—No estoy interesada en escuchar tus lamentos. —informé. Lo único que sentía ahora era enojo—. Acepté hablar contigo por una razón; saber la verdad, te escucho.—hablé firme.   

—Es cierto, Robert no es tu padre— confesó en apenas un susurro—. Cuando tu padre y yo éramos jóvenes, él trabajaba sin tiempo alguno para dedicarme, por lo que un día salí con la madre de Elliot, ¿Lo recuerdas? —asentí lentamente—. Y conocimos a unos chicos, con los cuales nunca perdimos contacto. Para ese entonces su mamá estaba soltera y tiempo después se casó con quien ahora es el padre de Elliot, tú padre y yo estamos juntos desde que éramos prácticamente unos niños, por lo que al crecer y casarnos, yo simplemente me sentía prisionera. 

—Así que engañaste a mi padre con ese hombre —farfullé con ironía. 

—Así es —bajo la cabeza—. Fue solo una noche, pero al enterarme de mi embarazo lo único que se me ocurrió hacer fue contárselo, él me juró que todo estaría bien y que lo resolveríamos, por lo que me convenció de hacerle creer mientras tanto a Robert que estaba embarazada de él —contó.

 —¿Cómo es que te creíste ese cuento? — interrogué firme.

—No era experta en el amor, durante toda mi vida estuve con Robert, por lo que en ese entonces, era ingenua. Cuando naciste, él estuvo allí presente mientras Robert estaba en una junta importante. Me convenció de tomarme esa foto y luego de eso, desapareció. No volví a saber nada más de él, no tuve otra opción que vivir en una mentira con Robert —comenzó a llorar—. Al pasar el tiempo, cuando apenas tenías siete años, llegó una carta con esa foto y un escrito atrás, una carta que Robert leyó y que causó conflictivas peleas entre nosotros causando que él me golpeara, hasta que tú te revelaste... Tú una niña muy valiente y yo tu madre cobarde. Dejé que comenzara a golpearte a ti por miedo, por miedo a volver a ser golpeada; pero créeme, por cada golpe que te daba a ti, era uno que me daba a mí también —sollozó.

 —¡Una madre no le hace eso a su pequeña! ¡tenía siete años! —la observé llorar aún más—. Nunca he sido una persona que no pueda perdonar, te aseguro que en cuanto salga de aquí los perdonaré, pero no querré saber nada más de ustedes, nunca jamás. En éste momento odio a Robert, lo odio por golpearme sin derecho alguno, lo odio por colocar sus manos encima de mí sin siquiera ser mi padre. Pero te odio mas a ti por no defenderme, por dejarme entrar en sus garras, por hacerme vivir en ésta mentira. Te odio por no tomarme e irte conmigo. Ustedes no son mis padres.—sin más, me levanté y la observé por última vez—. No puedo creer que me hayas hecho esto, no puedo creer que hayas destruido el alma de tu propia hija, de tu única hija —lloré.

Rápidamente salí de mi habitación dispuesta a irme de casa, bajando así rápidamente las escaleras para seguidamente comenzar a correr lejos de mi infierno. Corrí bajo la noche mientras el viento impactaba en mi rostro y mi garganta comenzaba a arder, corrí sin mirar atrás y sin duda alguna, necesitaba encontrar a Elliot. 

   

A Thousand Years. |Terminada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora