En un mundo en donde la magia domina la tierra, y reinos se alzan en todo su esplendor, una joven peculiar le invade la curiosidad de saber que hay más allá de la torre en la que está encerrada, se incorpora cada noche a contemplar las estrellas, justo en el instante en el que los guardias que la custodian quedan profundamente dormidos y la oscuridad se entrelaza con sus oscuros rizos y su piel se funde en las sombras que abrazan las paredes del castillo; lentamente se aventura a abrir la puerta procurando que los chirridos de las gastadas bisagras no desgarren el silencio que reina alrededor. No sin antes colocarse un velo, para proteger sus reveladores ojos, se desliza por los pasillos del castillo como alma en pena, merodeando por los rincones y hurgando en las ventanas, bajando escaleras hasta llegar a los pisos inferiores en donde la espera una anciano de muy avanzada edad, con una ceguera pronunciada, extensas barbas blanquecinas y cabelleras despobladas hechas girones.
Suavemente las vaporosas telas de la joven se deslizan entre las sombras evitando los haces de luna que intentan de forma desesperad, alcanzarla, retenerla, acariciarla; sorteando los escalones llega hasta el final y arrodillándose a los pies del anciano deja escapar una dulce suplica.
- Querido amigo, he vuelto a tu lecho, a recargarme sobre tu espalda o postrarme a tus pies, implorando que me lleves a surcar los cielos y recorrer los valles juntos, como en sueños hemos añorado, te lo ruego, despliega tus alas y déjame recorrer contigo lagos, mares y prados, dejando este mundo atrás y así poder ser felices y libres de quienes nos oprimen-
Una voz temblorosa se asomó de la boca del anciano, revelando una dentadura gastada, escasa y amarillenta – Hermosa doncella, has vuelto a mis aposentos soñando con la libertad que alguna vez te brindé, pero recuerdo claramente esa noche, y aunque aún estando cegado con las tinieblas de la bruma que me agobia, pude ver claramente en esa ocasión que de mí quisisteis huir, y abandonaste a esta viejo ciego a su suerte – un olor a azufre invadió la habitación, la joven cubrió su boca en señal de aflicción, apenada, no hizo más que bajar la cabeza y con tristeza le contempló en silencio; una fresca briza arrastró el sofocante olor hacia la libertad que ella tanto le rogaba, y no quiso dejarse derrotar por el miedo.
- Prometo no volver a escapar- masculló la joven mientras se escondía a espaldas del anciano - seré tu guía e iremos con grandes magos para que disipen la niebla de tus ojos-.
- La que ha causado esta ceguera has sido tú- la rabia y la impotencia se hicieron presentes en la vos del anciano, que hacía un esfuerzo para encontrarla - con tus lágrimas, tus lamentos y tus ganas de escapar, negando tu destino a mí lado y luchando contra aquello que ya está escrito, es tu deber edificar este castillo y convertirte en la guardiana de este reino; tus ansias de ser libre te han apartado de tu verdadero camino y han causado miseria a tu pueblo - los ojos del anciano se abrieron dejando ver las carnosidades blancas en donde deberían estar sus pupilas, y ya el leve olor a azufre se había convertido en nubes espesas de gas y azufre que colisionaban entre sí produciendo chispas y cargas eléctricas alrededor de ellos.
- Lamento haberlo importunado, me retiraré a mis aposentos y procuraré no molestarle de nuevo – La joven hizo una profunda reverencia alejando sus manos de su rostro dejó caer su velo revelando aquellos hermosos ojos azules que resaltaban ante las penumbras que rodeaban a aquellas 2 joyas; por ese instante el anciano logró divisar a la doncella, incorporándose se dirigió hacia ella con pasos torpes, tropezando con escalones y muebles; ella ya presa del pánico subió su vestido, sujetó su capa y comenzó a correr, cada vez más rápido tratando de escapar de aquella criatura que se ha dispuesto a darle caza.
- No te resistas, no te dañaré, solo quiero tus zafiros y podré volver a ver- estrepitaban los pasillos, despertando a los guardias quienes se armaban en silencio por si tenían que intervenir, ya lo que la perseguía no era un anciano en sus últimos días, era una criatura inmensa de alargados colmillos de más de 5 metros de alto que a duras penas lograba deslizarse por los pasillos del castillo, casi en ruinas; ella, casi sin aliento, hizo un último esfuerzo logrando llegar al pórtico de sus aposentos, empujó la puerta dejando caer su cuerpo sobre la alfombra y pateó con fuerza la puerta dejando que el azote la regresara con estruendo a su lugar, cerrándose al fin, dejando a la criatura al otro lado de esta.
Sin aliento, quedó tendida en el suelo, forzando su respiración para recuperar el aliento, y pudo ver como un cerrojo de tres símbolos brilló en la oscuridad mientras una arremetida tras otra intentaba doblegar la puerta que se mantenía firme ante los poderosos golpes de la bestia.
Así duró horas, pero a cada instante disminuía el sonido a pequeños y apagados golpes de frustración, hasta que los esfuerzos de la criatura llegar hasta ella fueron quebrantados hasta terminar en un silencio ensordecedor, dejándola sola en aquella inmensa habitación vacía de bondad y llena de amargura.
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La doncella y el dragón
FantasyExisten mundos donde la naturaleza se burla de todas las leyes que ha escrito el hombre, donde las cosas no son lo que parecen y un castillo repleto de personas pueden caber en la palma de la mano.