En el siglo XX...
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~-Mikasa, hija debes levantarte. Es tarde.
Se adentró una voz femenina adentrándose en la habitación a oscuras. Seguidamente abrió las cortinas y un poco las ventanas. La chica se revolvió en su cama quejumbrosa, con las sabanas por encima de su cabeza.
-Mikasa, por favor.
La joven hizo caso omiso. Su madre suspiró, se acercó hasta ella y depositó su suave beso en su cabeza por encima de las frazadas.
Eran mediados del año 851. Las calles de Shinganshina estaban cubiertas por una vasta niebla en aquel otoño.
Su madre se encontraba preparando en la cocina el desayuno para su hija.
Mikasa era una chica especial. Había sido diagnosticada desde pequeña con un trastorno generalizado del desarrollo no especificado. Es una especie de condición que afecta el poder socializar correctamente con las personas. Ya sea dificultando el desenvolvimiento verbal con otros o carecer de la habilidad de interactuar fácilmente con la gente.
Todo en su cabeza se encontraba bien. No tenía ningún problema cognitivo. No era una genio ni tampoco carecía de inteligencia. Su cerebro era el de una niña normal. La persona más allegada a ella, su madre, era con quien más palabras intercambiaban. Cualquier tipo de contacto humano que no fuera él la ponía nerviosa. Había sufrido un ataque de pánico en la escuela cuando era pequeña, los maestros y compañeros se asustaron mucho y no tenían idea de cómo contenerla, no fue hasta que su madre llegó al establecimiento cuando finalmente logró calmarla. Desde aquel día, sus padres decidieron que estudiaría en casa con una persona de confianza, sin exponerse a tanta gente a su alrededor que pudiera sofocarla. Ningún especialista había sido capaz de decirle con precisión si Mikasa dejaría de ser así en algún momento de su vida. Pero ella no perdía la esperanza.
Oyó los pasos de su hija bajando de las escaleras y se volteó ocultado algo tras su espalda. La adolescente de dieciséis años entró en la cocina lentamente vistiendo su pijama a rayas, con sus cabellos alborotados y frotando uno de sus ojos con su puño.
-Hola, Mika. ¿Qué tal dormiste? -preguntó en un tono dulce mientras servía las cosas en la mesa.
La chica sólo se encogió de hombros, sin ser grosera, y tomó asiento.
-Come antes que se enfríe.
Era jueves. Mikasa tenía clases particulares en el living de su casa de lunes a jueves con una mujer muy agradable llamada Hanji. Ella era su instructora desde hacía años, estaba acostumbrada a su comportamiento y Mikasa podía confiar en ella. Los viernes tenía cita con su psicóloga. No pasa tanto tiempo con esa mujer como lo hacía con Marianne. No habían formado un vínculo afectuoso entre ellas, entonces su conversación era más reducida. Los sábados eran sus días libres. Su madre no le exigía absolutamente nada. Podía dormir hasta la hora que quisiera e intervenir su tiempo como le diera la gana. Los domingos eran los días menos favoritos de Mikasa. Su familia se reunía en casa de sus abuelos a almorzar juntos. Iban sus tíos primos y ella tenía que soportar ese contacto humano durante un par de interminables horas.
Hoy tenía clases de matemáticas. Odiaba las matemáticas. No era mala en ellas, simplemente no eran de su agrado y su madre lo sabía perfectamente. Entonces siempre buscaba la forma para compensarlo, ya sea con su comida favorita o algún presente.
-Mikasa -llamó suavemente haciendo que la aludida dejará de comer y se fijará en ella-. Tengo algo para ti -pero la chica, como la mayor parte del tiempo, tenía una mirada inexpresiva.