Miró por la ventana.
Las figuras de los árboles parecían acompañar sus pensamientos, más bien sensaciones.
Dejó su té sobre el apoyabrazos de la mesedora y cerró los ojos. Respiró y los abrió de repente mientras una sonrisa maliciosa se formaba en su rostro.
Ya era hora.
Tomó la taza de aquél té, que, minutos antes concentró pensamientos en blanco y emoción por una decisión ya tomada.
Se dirigió a la cocina a paso lento, dejando que el eco de sus zapatos (pasos) llenara la casa. Lavó cuidadosamente el recipiente de cerámica, como si se tratara de su posesión más valiosa.Cosa que solo hacia cuando se emocionaba por algo, hacia todo con más tranquilidad y dedicación. Como si fuera el último día de su vida,y ella lo vivía segundo a segundo, parecía disfrutar que el poder creciera en ella.
En su casa reinaba un ambiente ininterrumpible con el que terminó de lavar la taza.
Rápidamente miró su abrigo y salió de la casa sin vacilar, a pasos tranquilos y delicados pero con mucha decisión.
Era de noche y el gato salía con un poder aplastante.