Solo estamos tú y yo entre tanta gente. Es un día especial pero aún no hemos comprendido del todo su magnitud.
Bailamos, mi amor. Bailamos. Tu cuerpo en la luz refleja el cielo que nos cubre, el plano blanco, que eres tú, excede al astro padre y brillas tanto que opacas todo, y te muestras tan hermosa que enseguida exaltas todos mis sentidos, mi mente y mi cuerpo, que empieza a elevarse del suelo. Empiezo a flotar.
Yo me encuentro a tu lado. Atónito, te sujeto con delicadeza, aunque lo cierto es que, mientras te agarro las manos, me aferro con fuerza. Lo pálido de mi rostro y mi expresión despistada no reflejan en absoluto mi sentir. En cambio, si vieras mis ojos no podrías comprender lo que estos proyectan, y si veo tus ojos, la tensión, el volumen de la música y el eco del salón desaparecen, todo eso se esfuma. Si volteas y nuestras miradas se cruzan, veremos en el otro la importancia de esta noche.
Nuestros cuerpos son el centro de todo, una escena sobrenatural. A la vista de los hombres nos movemos lentamente. Tu y yo formamos una escultura, una obra maestra un cuadro hermoso que todos admiran extasiados, como si fuéramos el mejor espectáculo en la tierra, a pesar de que mis torpes pasos se despistan de la pieza, nos observan atentos, como si no existiera nada más.
En medio del salón, tu y yo, y alrededor está el mundo que se esfuma.
Bailamos, mi amor. Bailamos, y mientras lo hacemos, hemos olvidado el resto, todo a nuestro alrededor se deshace. Das un giro, suave como brisa, y veo el cielo alejarse detrás de ti. Te acerco a mí, en rápida reacción, y los aplausos, que apenas percibimos, parecen alejarse. Solo tú y yo, en perfecto balance, tú y yo, y no existe mundo que nos alcance, tú y yo, y lo que solía ser inmenso se reduce a una minucia.
Mi brazo en tu cintura se enreda entre blancas telas. La textura de tu velo me roza la cara y con cada segundo que pasa siento el cielo mucho más cerca. Mi corazón se agranda tanto que el espacio que ocupa en mi cuerpo me queda pequeño. Nos movemos lentamente, pero es rápido el ascenso. El salón se desvanece a la velocidad de tus pasos y la realidad se pierde, como tú entre mis brazos. Tomo tu mano una vez más y con este movimiento, tomo conciencia de tu calor y de lo lejos que estamos de aquel salón.
Bailamos, mi amor. Bailamos, en un azul infinito. Bailamos y ya no hay nada alrededor, solamente una azulina sombra, nuestro baile y dios.
En una niebla muy espesa, que poco a poco nos envuelve, y toma la forma de tus pasos, a medida que te mueves. Es tu sombra imitando lo hermosa que eres, y mientras tanto me roza pidiendo que me quede. En un azul hermoso, volamos tú y yo y mientras eso sucede seguimos bailando. No hemos cruzado mirada alguna, pero bastaría con hacerlo para que el azul que nos rodea se torne tan claro como el color del cielo, para que nuestro baile se convierta en una travesía y lleguemos al confín más lejano en el mundo entero.
Bailamos, mi amor. Bailamos, y lo que debió durar un instante lo hacemos eterno, con la luna como testigo de tu magia azul, que el tiempo ha detenido; te he jurado amor eterno, y por haber robado mi corazón, te he regalado el mío.
La música cambia su ritmo y ambos nos soltamos. En perfecta sincronía, en un segundo, de nuevo nos tomamos. Hemos dejado atrás nuestros cuerpos. Somos parte de la sombra azul y mientras flotamos, nos miramos desde lejos. Somos como dos almas, libres de atadura, pero algo aun nos une, como partes de un mismo elemento, somos parte de las sombras que rodean nuestro baile e imitan nuestros movimientos.
Yo te miro mientras bailas y parece que me miras, pero es tan solo tu mirada que atraviesa mi fantasma. Nuestras formas espectrales se mueven en la danza y mientras tú y yo nos movemos muy despacio, nuestras almas nos rodean tomadas de las manos, y se abrazan mientras vuelan, y se miran a los ojos sin ninguna restricción. Son tan silenciosas en su paso que apenas nos damos cuenta de que están allí, y yacemos ahí mismo, imperturbables, extasiados, bailando el ritmo de nuestra infinita danza.
Al ritmo de la canción nos movemos, cruzando el cielo que cubre la ciudad, y mientras flotamos, inseparables, rodeados de nuestras almas amantes, observamos las luces del pueblo, y prefiero verte a ti, antes que el paisaje. De nuevo me pierdo y soy preso de tu calmado semblante. Nuestros cuerpos entrelazados son como un haz de luz que surca por el cielo este mundo que apenas nos contiene.
Bailamos, mi amor. Bailamos. Hemos trascendido el mundo físico en una pieza musical, y en esta nueva dimensión nos amamos. Mientras la música se hace más lenta, aunque nuestros cuerpos ya no se muevan, te he mirado a los ojos, y pude saber lo que piensas. Durante un instante, cuerpo y alma se imitan, despojados de miedo alguno, se acercan hasta formar un cuerpo único, simétrico y brillante. Te tome de las manos y, en el final de la canción que nos envuelve, te he besado, en el mundo real y en este. Te bese en el azul profundo y en el salón terrestre.
En un beso hemos hecho uno, nuestras almas y deseos, nuestro baile y nuestro vuelo, y al abrir los ojos nos miramos y sabemos que jamás seremos dos de nuevo. El vestido blanco que llevas puesto te queda hermoso mientras estallan los aplausos, y bailamos, mi amor.
Bailamos.