Capítulo 1

242 14 5
                                    


Inglaterra 1912

Un compromiso de nobles al muy estilo inglés. Celebrado en un suntuoso salón de paredes que estaban adornadas con pintura de oro, en puertas y ventanas había tapices que parecían tejidos con pétalos de rosas. En la bóveda del techo crecían enredaderas barrocas plagadas de flores doradas. Lámparas de arañas colgando en hilos de luz y magnificencia, iluminando cada rincón del lugar.

Una pareja hablaba animadamente entre murmullos, parecían felices, deslizándose por el recinto, destilando opulencia y elegancia. Pero que más se podía esperar de personas nacidas entre sábanas de seda y joyas. Todo un mundo perfectamente feliz. Belleza y riqueza en un solo paquete. ¿Y qué más se podía pedir teniendo aquellas cosas? ¿Algo más que desear para ser dichoso? Sí, había y por eso aquello era la falacia más grande del mundo.

Link soltó un suspiro de frustración y bajó la mirada a su ropa extravagantemente carmesí y apretada que marcaba su figura. ¿Quién había sido el hijo de puta que había confeccionado aquel horrible vestuario? Alguien muy imbécil que creía que resaltaba belleza para atraer a un rey, aunque dicho pensamiento era apoyado por su madre que solía repetirle 'cuanto más estilizado y más bonito se viera, más rápido obtendría al pez gordo'.

«Y una mierda» pensó con irritación.

Podía sentir las miradas mal disimuladas de todas las personas en aquel recinto y aquello causaba que le recorriera un estremecimiento por todo el cuerpo. Estaba fastidiado y tenía hasta miedo de girar su rostro hacia todo los invitados, todos tan elegantemente vestidos, sentía vergüenza, porque ese traje que traía casi gritaba ven-asústate-y-mátame.

«Seguro que parezco la muerte roja», se rió con amargura en su interior.

Porque Link era muy blanco. Rayando en lo pálido enfermizo, con un cabello rubio que remarcaba más aquella blancura. Y llevar un traje rojo sangre no le ayudaba en nada.
 A lo largo de su vida sus características físicas habían sido una maldición que remplazó su nombre por un sinfín de apelativos como «raro», «te vez bien», «duende» y otros que se sumaron de manera fugaz pero tan hirientes como los otros. Porque para empeorar el asunto, tenía unos ojos azul grisáceos. Su padre una vez le había dicho a media burla medio halago que eran los ojos de la luna. Lo plata de su brillo y el azul de su cuna.

Mientras seguía allí de pie, viendo por el gran ventanal, imaginaba que alguna catástrofe relacionado con Ganondorf ocurría y lo libraba de una buena vez de todo aquel tormento que sufría. Al menos muerto sería libre, dueño de si mismo. Suspirando cansadamente se volteó y se encontró con una melena rojiza recortada con elegancia, enmarcando perfectamente su rostro de caballero cautivador. De espaldas su prometido hablaba con su madre que estaba risueña recibiendo sus atenciones. Se le revolvió el estómago de solo verlos. Como los odiaba. . . a ambos.

A Groose y principalmente a aquel jodido pollo con aires de pavo real, Ghirahim.

Les lanzó una mirada venenosa. Pero en aquel preciso instante su madre alzó la mirada y sus ojos parecidos a los suyos lo vieron con intensidad remarcada por sus cejas fruncidas en un regaño mudo.

—Acércate —le dijo, formando las palabras con los labios—. Y quita esa cara de estreñido. Sonríe.

Y como de costumbre, Link optó por ignorar aquellas 'dulces' órdenes que le jodían cada segundo de su vida. Ignorándole se giró para concentrar nuevamente su atención en los árboles que se mecían al compás de un viento suave.

Escuchó a Ghirahim hacer un carraspeo suave y profundo antes de que su voz se alzara.

— ¿Me permiten su atención, por favor? — estaba diciendo con su tono de barítono.

TitanicWhere stories live. Discover now