Frustrado soltó bruscamente sus maletas en el sillón, tanto que sintió un dolor que le recorría el hombro. Mauricio, su hermano, lo miraba ansiosamente removiéndose incómodamente en la silla del comedor y se mordía la lengua reteniéndola de soltar alguna palabra.
—Ya sabes que mamá necesita el trabajo—soltó tras una última mirada a su hermano.
—Papá me enseñó a jugar americano en ese mismo jardín—dijo señalando una sucia ventana abarrotada por la cual se distinguía un jardín triste y con poca vida.
—Hay cosas que se deben dejar atrás.
La tensión se intensificó en la habitación, Mauricio observaba a su hermano con un aire triste, como alargando el momento para confesarle que estaría solo de ahora en adelante y notaba cómo su hermano tocaba las fotos viejas de la vitrina reviviendo el momento, especialmente la foto más cuidada del lugar, en donde se encontraba su papá sujetando un trofeo metálico en forma de balón, con una sonrisa de oreja a oreja, cosa que a los dos hermanos les estremeció la piel y los asaltó una punzada en el pecho, pues este había sido el último partido de la temporada y el último que jugaría. Unos días después de tan alegre momento, un conductor alcoholizado manejaba un camión de carga, los sentidos lentos le jugaron una terrible broma al hacerle creer la visión de un coche frente a él, giró el volante bruscamente sin darse cuenta que tal acción arrollaría a un coche con un hombre en su interior, un hombre de familia con una esposa de nombre Marta, un jugador de americano excepcional, David López, su papá.
—Supongo que tú lo haces más fácil—Suspiró fuertemente y su ceño fruncido se relajó, al igual que la tensión de sus brazos.
—No será así.
—¿A qué te refieres?
—Me quedaré por la Universidad¬—Soltó Mauricio subiendo el volumen de su voz. Lo miró sin decir nada. No se sentía capaz de hacerlo.
—Alex, lo siento.
Ella lo miró desconcertada ante su mirada tan dura y fría. Una expresión que le pareció desconocida en el rostro de ese chico tan dulce, nunca lo había visto así.
—Quiero que cortemos—Repitió el chico de cabellos obscuros y ojos negros como la noche, una segunda vez.
—Te escuché la primera vez—Respondió ella casi atragantándose con su saliva al intentar aliviar el nudo que se había formado en su garganta. Seis años estaban siendo destruidos con solo tres palabras, entonces le pareció que todo en realidad era tan frágil como una hoja de papel.
—Sabes que lo siento, te lo dije antes—Dijo el chico, como si esas palabras fueran a sanar la herida ya hecha.
El corazón de la chica se encogió con cada palabra y sintió que simplemente quería llorar hasta que no le quedaran más lágrimas que expulsar de su cuerpo. Se sintió decaer y sus ojos le ardían, a pesar de esto ella asintió y apretó los labios formando una delgada línea recta. Sus ojos observaron el lugar a su alrededor lentamente, como queriendo memorizar la habitación y el momento, aquel lugar se había convertido como en su segunda casa, había pasado gran parte de su vida junto a aquel chico dulce que alguna vez conoció en un café. Y ahí se encontraba ella frente a él, haciendo añicos todas las vivencias, creyó que no podía sentirse peor pero lo que le dijo a continuación le hizo creer que podría haber sido preferible que le apuñalara el estómago.
—Shakty, yo la amo—Agregó finalmente el muchacho con el que había vivido tantas experiencias durante los últimos seis años, ella sabía que las cosas entre ellos no iban de lo mejor, sin embargo, jamás pudo imaginar la magnitud de la situación o quizá simplemente no se permitió verlo. No importaba al final, se había terminado.