Capítulo seis: Steve

8.3K 1K 708
                                    

Me quedé mirando la caja a nuestros pies, que más bien parecía un baúl, más sorprendido de lo que esperaba.

—Muy, mmm..., patriótico —comenté, luchando con la sonrisa que intentaba formarse en mi cara. Tony ya lucía bastante irritado, no había necesidad de empeorar las cosas.

De todas las personas, de quien menos me esperaba algo así era del hombre de hierro.

—Era el entierro de un soldado, ¿qué esperabas? —contestó a su vez, refunfuñando. Se inclinó hacia el baúl, tomando una de las asas—. Acabemos con esto de una vez.

Me incliné también y agarre la otra. De un tirón la sacamos del agujero y la colocamos en el suelo. Con el movimiento, la bandera se deslizó y cayó al suelo, mostrando la superficie metálica de la caja. La observé, comprobando que no tenía cerrojo, sino un panel numérico.

—Cuánta seguridad —apostillé, viendo como tecleaba una contraseña.

—Jarvis y yo tomamos una de las cajas de seguridad de mi padre —explicó, encogiéndose de hombros—, era lo que había disponible.

No me resultaba del todo creíble, pero no quería empujar a Tony aun más contra las cuerdas. Parecía lo suficientemente enfadado como para intentar lanzarme el arcón encima y hundirme en el hoyo a nuestros pies. Y parecía lo suficiente avergonzado, si es que eso en Tony Stark era posible, como para no sentir remordimientos por ello.

Un pitido, señalando que la caja estaba abierta, inundó el aire. Tony parecía receloso a abrirla, así que me limité a tirar suavemente de la tapa hacia arriba.

—He aquí tus restos, Capitán. Tome lo que considere necesario para recomponerse y no caerse a pedacitos como un zombie.

Hice caso omiso de la broma de Tony, una que hasta para él mismo parecía haber reflejado lo incómodo que estaba. No, me encontraba demasiado centrado en el contenido de aquel baúl para molestarme por ello. Cuando Tony me había dicho que había sido fan del Capitán América, no bromeaba. El rojo, el blanco y el azul inundaban aquella estancia acolchada. Tomé entre mis manos un oso Teddy de pelo rubio, vestido con un casco y un mono de algodón, iguales a los que usé en mi primer acto como el Capitán América, y el escudo redondo cosido a una pata. El osito bien podía tener treinta años, pero estaba tan bien conservado como el día que había salido de la tienda.

—No sabía que habían hecho peluches Teddy de mí... —susurré, acariciando la panza bordada.

—Y no lo hicieron —dijo Tony, tomando suavemente el peluche entre mis manos—. El traje lo cosió mi madre para él. Y el escudo lo hizo mi padre —los ojos de Tony destilaban un cariño tan puro y una nostalgia tan profunda que me costó un grandísimo esfuerzo no abrazarle—. Y pensar que antes parecías tan grande... Y ahora poco más tienes el tamaño de mi mano.

Me pregunté cómo fue su infancia, ver a un pequeño Tony abrazado a un peluche que tenía la mitad de su tamaño, acompañándole en cada una de sus andanzas. Como si se tratara de una respuesta celestial a mis preguntas, mis ojos se fijaron automáticamente en un marco ubicado en un lateral. Lo levanté, encontrándome con la mirada más dulce que podía tener un niño. El marco estaba dividido en dos, mostrando dos fotos horizontales. En una, ataviado con lo que parecía ser un pijama, estaba sentado junto a un árbol de Navidad. Estaba envuelto en una manta redonda con el diseño de mi escudo y abrazaba con delicia al peluche contra su pecho. Tenía el pelo alborotado de dormir y las mejillas enrojecidas de la emoción. En la otra, en lugar de un pijama, llevaba un disfraz de mi uniforme y parecía correr con el peluche en su mano y un escudo de juguete en la otra. Tenía una sonrisa tan grande que parecía estar riendo a carcajadas. La foto estaba un poco desenfocada, pero era encantadora.

The Time CapsuleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora