I.

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"Octubre 22, 1940.

Querida Heidi,

El frío ya se apodera de las calles de Munich, así como se apoderó del corazón de los integrantes del NSDAP, al que lastimosamente, tendré que unirme pronto.

Puedo sentir tu mirada de reproche, Heidi, créeme que puedo. Pero no tengo de otra. Somos humildes. Mi madre limpia una que otra casa cuando le piden, pero el dinero se va volando y algo tengo que hacer para mantener mi hogar. Y sabes como están los tiempos ahora. O estas a favor de la dictadura o en contra de ella. No olvides cual es mi postura. Pero no puedo permitir que mi familia se hunda por un acto de rebeldía mío. Si ingreso al partido, tendré más posibilidad de conseguir un empleo, o quizá un préstamo de un político poderoso. Quien sabe.

En fin, te contaré como me salen las cosas. Y por favor perdóname por ir en contra de mis ideales.

Con cariño,

Ric"

Heidi doblo la carta de quien consideraba su nieto mayor, y aquella carta que había recibido de la chica judía, Eliana, y las tiro al fuego mientras observaba como se consumían entre las llamas las palabras y el peligro.

Sin ella proponérselo, el recibir cartas de conocidos, desconocidos e incluso anónimos, se había convertido en una tradición desde el inicio del régimen.

Su ingenio le había permitido establecer un método para mandar y recibir las cartas sin que estas fueran interceptadas por la policía secreta.

Al principio, las cartas que recibía eran de sus conocidos y amigos, pues ella les había mencionado que manejaría un servicio postal (secreto obviamente) para aquellos que no compartían las opiniones del Führer. Pero pronto sus conocidos les dijeron a otros conocidos y las cartas que Heidi recibía eran cada vez más numerosas y diversas.

Antes contestaba las cartas. Ya no. Era demasiado riesgoso.

Las cartas que más disfrutaba leer eran las de Eliana y Ric. Ambos tenían una manera de escribir excepcional, que le permitía sentir lo que ellos sentían al escribir las emotivas cartas.

Muchas veces se vio tentada a escribirles, quizá con una respuesta por parte de ella no se sentirían tan solos. En especial Adalric.

Hay que hacer una importante aclaración respecto a los hijos de la señora Scheidemann. La casa de Heidi estaba contigua a la de esta humilde familia, y su madre dejaba a cargo de la anciana a su hijo, Ric, cada vez que debía hacer un trabajo. Luego vinieron las gemelas y la historia se repitió con ellas.

Así que Heidi era una especie de abuela/madre para los Scheidemann.

Es bien sabido que tener un favorito entre sus nietos es tanto un pecado mortal, como un acto incontrolable. Ric lo era, no solo por ser el primero que paso días enteros en la modesta casa de la señora Lustig, también por su ingenio, creatividad y energía.

Ric la hacía sentirse joven.

Por otro lado, Heidi podía percibir como el alma de Eliana Baum estaba deteriorada y envejecida por la guerra. Sus cartas emanaban tristeza e ilusión. Tristeza porque a una edad muy joven, le quitaron la posibilidad de ser alguien en la vida, de tener un futuro. E ilusión porque eso es la característica primordial de los niños y jóvenes, la ilusión de que en algún todo mejorará y el sol brillará radiante en un cielo azul.

Utopías.

De eso se alimentaba la gente en esos tiempos de guerra.

De sueños y esperanzas de que pronto el sufrimiento y la mísera llegarían a su fin. Pero Heidi, quien había vivido muchos años, sabía que la estupidez del ser humano era eterna, por lo tanto su sufrimiento también lo era.

Que vergüenza le daba ser parte de la raza humana, y mucho peor, de la llamada raza aria, raza superior. ¿No eran todos humanos al fin y al cabo?

Suspiro, mientras se levantaba para releer la carta que había recibido hace dos días y aún no se atrevía a contestar.

"Octubre 20, 1940.

Estimada Señora Lustig,

Le escribo en un momento de desesperación, donde no me quedan más recursos que usted. Espero de todo corazón que pueda ayudarme. Que el terror no la tenga tan aprisionada como a mi. Se acerca de las cartas que mi Eliana le envía semanalmente, ha sido de gran ayuda para ella, para que olvide lo precario y desolador de nuestra situación, también soy consciente que usted recibe cartas de otros opositores del régimen. Es por eso que el mayor deseo es que este dispuesta a ayudarme, aún sabiendo que esto puede ser extremadamente peligroso para usted y para su familia. El motivo por el que escribo, es porque han llegado rumores a la casa donde vivo refugiada, que los nazis se han enterado de que aún habitan judíos en este pequeño pueblo, por lo que todos están intentando huir sin ser detectados. Nosotros también estamos barajando nuestras opciones, y realmente la mejor (mejor dicho, la única que tenemos) es usted. Usted y mi niña Eliana. Verá, mi hijo corrió la buena suerte de tener un físico que fácilmente podría pasar por alemán, sin sospecha de la tradición judía. Así mismo, mi nuera y nieta. Pero es la pequeña Eliana por quien me preocupo más. No quiero sonar despiadada ni mucho menos, pero tanto yo como los padres, ya hemos tenido una vida placentera. Desgraciadamente, Eliana apenas va por sus dieciséis años. Usted más que nadie entenderá el dolor que me da el pensar que mi niña no tendrá un futuro más allá de la guerra. Es por eso que ruego que la señora Heidi Lustig me colaboré planeando el escape de la joven Baum. Yo ya no estoy para escapes mi señora, y mi hijo tampoco. Nos duele en lo más profundo de nuestra alma saber que no podremos ver los mayores logros de nuestra amada Eliana, pero encontramos consuelo en la pequeña esperanza de que ella llegará a mayor y entenderá las razones por las cuales hacemos esto. Espero su respuesta (por cualquier medio, aunque pronto se lo suplico).

Llena de agradecimientos,

Elsa Baum.

P.D: Mi hijo pide (ordena) que le escriba que si no hace esto, la delataremos, sin importar el costo.

P.D2: No me atrevería a hacer esto y le pido excusas por las palabras anteriores, si bien es cierto que estamos desesperados, no haríamos semejante cosa."

***

Releyó la carta un par de veces antes de pensar en una respuesta adecuada, debía medir sus palabras. Adémas pensaba en como debía de sentirse esta mujer para llegar al extremo de escribir una carta tan cruda y realista, en la que, no solo le pedía embarcarse en una misión suicida, también debía ayudar a planear la acción. Sabía muy bien las consecuencias que posiblemente traería a aquellos a quienes consideraba su familia. Incluso a ella misma. Analizo también (porque hubiera sido extremadamente egoísta no hacerlo) en el daño que podía causar a esa familia, dependiendo de su respuesta.

Luego de horas de pensar y darle vueltas a aquel complicado asunto, se sentó frente a su escritorio y escribió.

La descisión estaba tomada.

Cartas de ceniza. {PAUSADA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora