Y así empezó todo...

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Aquella preciosa mañana de abril, un rayo de luz entró tímidamente entre las rendijas de mi persiana, anunciándome un nuevo día, un nuevo precioso viernes.
Yo, como siempre, me costó levantarme, no hay mayor felicidad que el abrazo de las mantas en una buena cama. Aunque me hubiese gustado más quedarme echado otros, cinco minutitos de esos que se acaban convirtiendo en veinte, ya llegaba tarde a otro día de infierno llamado instituto, donde me encontraría con todo el montón de amigos.
«¡Mierda!»
Pensé.
«David ya no estará, es muy tarde, se habrá ido ya»
Y así era, me asomé a mi pequeño pero acogedor balcón, y a lo lejos, vi una mochila de Nike, toda negra, muy simple, pero a la vez, muy bonita para los 16 años que tenemos.
Mi madre me dijo que llegaba tarde, que ya eran las ocho y veinte.
Me quedé frío.
Iba a llegar tarde, otro día más.
Comí dos galletas, que ni mojé en el ColaCao, me puse los vaqueros, la camisa a medio abrochar, cogí la mochila, y me fui.
Bajé por las escaleras, como siempre hago, pero esta vez, más bien me precipitaba por ellas, masticando esas galletas que me habían dejado la boca como un desierto, acabando de abrochar mi camisa preferida, blanca, con pequeños puntitos negros, que me había comprado hace unos días.
Cuando llegué al portal, mi móvil vibraba como un terremoto, tenía muchos mensajes, y yo ya me hacía una idea de quien era...
Mi novia Laura.
Me estaba diciendo que dónde estaba, que tocaba clase con Juan Fran, el profesor de matemáticas más malhumorado de todo el instituto, y el que más se hacía respetar.
Finalmente, llegué a clase.
Cuando entré, ya no había nadie, miré el reloj.
«Son 15 minutos, aún no han pasado ni a por el parte» (El parte es un papel donde de apunta a los chavales que no han ido ese día a clase. Se recoge a las 9, y se envía un mensaje a sus casa, informando de la ausencia)
Subí a mi clase, 4A.
Piqué a la puerta con suavidad, y al instante, vi a través del cristal, un par de sonrisas de mis amigos, que sabían la que me iba a caer...
El profesor abrió la puerta con esa fuerza que te informa de que no está el horno para bollos, y con un tono prepotente y enfadado me dijo que llegaba tarde.
Yo, sumiso cual mastín, le dije que me había dormido.
A lo que él me respondió que iba a tener tiempo para descansar,  mandándome al despacho del director...

Parece que el infierno de día tan sólo acababa de empezar.

The Marco's LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora