Era un día veraniego, la brisa acariciaba los rostros de los dos amantes, Orfeo y Eurídice, que paseaban por los verdes prados de Grecia, mientras el uno y el otro disfrutaban del hermoso paisaje que la naturaleza les brindaba. Orfeo agarraba, abrazaba y besaba a su amante mientras caminaban por el sendero camuflado por lirios y amapolas. Sin demora, Orfeo le propone a Eurídice adentrarse aún más y buscar un arroyo donde bañarse juntos y disfrutar del dulce agua. Eurídice asiente y se desvían del camino marcado por las pisadas y se dirigen al arroyo aludido por Orfeo.
Pero, cuando ambos caminaban abrazados y felices, sin congoja alguna, los hados prepararon una trampa mortal para la desdichada ninfa Eurídice, pues, entre los matorrales, una serpiente preñada de veneno mortal se lanzaba contra el desprotegido tobillo de Eurídice, la cual sintió un dolor tan profundo, que el bosque entero enmudeció para oír el gran desgarro de su suplicio. Los pájaros se lanzan al cielo desde las ramas, los ciervos huyen hacia el lugar del desastre para conocer qué ha ocurrido, las libres elevan sus orejas para atender las palabras del desventurado Orfeo, que gemía así:
Orf. – ¡Tú, cruel destino! ¿Por qué has dejado que la vida de una bella mujer se trunque sin pecado alguno? ¿Acaso merecía perecer sin gozar de sus últimos días? ¡Ay, hado caprichoso! No dejas que los amantes vivan, solo te sacia el odio y la perdición. ¿Qué he de hacer sin la persona que iluminaba mis ojos, ya sin brío y sin luz? Vagaré ciego por toda la Hélade si así quieren los dioses olímpicos, pero el recuerdo de mi amada está grabado en lo más profundo de mi ser, imborrable ante cualquier circunstancia.
Así rogó Orfeo, pero nadie prestó oídos a sus súplicas. El cuerpo de Eurídice, exánime, fue sepultado tanto por la penosa tierra como por las notas de la dulce lira de su amado, ahora hundido en la desdicha y en una depresión perpetua. Desde la separación de su amada debido a la muerte fugaz, Orfeo erraba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, con el corazón atravesado por la amargura, hasta que decidió detenerse a las orillas del río Estrimón, donde decidió tocar una balada con su lira para intentar animarse y que sus recuerdos pereciesen aunque solo fuera un instante.
Orf. – Aire, llena mis pulmones con cariño y, de este modo, poder tocar una canción con mi fiel instrumento, que desprenda de mi corazón las penas y sufrimientos que han sido impresos por el lápiz tenebroso del hado ¡Musas, inspirad a este tocador, que solo desea el fin de sí mismo!
Tras lo dicho, Orfeo comenzó a tocar. Pero las notas que de ahí brotaban, eran tan tristes que el bosque se estremecía de dolor, el canto de los pájaros y otras alimañas se apagó para escuchar la aciaga melodía de Orfeo. Las ninfas del río se detuvieron para oírla con más detenimiento, pero era peor: el dolor de Orfeo se propagaba por aquel susurro de su lira maldita, que las afligía aún más, pues conocían la trágica desventura de Eurídice.
Además, el viento, que había escuchado la súplica de Orfeo, elevó la abatida música a la magnífica morada de los dioses, que residían en el Olimpo. Estos, tras escuchar la triste canción, se conmovieron tanto, que sus corazones se ablandaron y decidieron tomar cartas en el asunto. Así pues, Zeus tomó primero la palabra:
Zeus – Yo, padre de los dioses y de los hombres, llamo ante mí a Mercurio, el mensajero de los dioses para que le comunique a Orfeo lo que tengo dispuesto a proponerle.
Una vez que el padre omnipotente se pronunció, los dioses buscaron a Mercurio con impaciencia, pues Zeus exigía su presencia. Entonces, con bastante rapidez, Mercurio se acercó a Zeus, atento para escuchar su dictamen.
Zeus – Mercurio, es preciso que te dirijas al río Estrimón. Allí verás al desgraciado Orfeo, tocando con su lira. Te aparecerás ante él y le propondrás lo siguiente.

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Orfeo y Eurídice
FantasyPequeña reelaboración del mito que a muchos antiguos fascinó: la historia trágica de Orfeo, el citarista, y de Eurídice, una ninfa. Esta reelaboración añade narraciones de paisajes y diálogos de los personajes, intervenciones divinas y duras decisi...