CASETE 3: CARA A

40 3 0
                                    

Courtney Crimsen. Qué bonito nombre. Y sí, una chica bonita, también.
Sonrisa bonita. Piel perfecta.
Y también eres muy agradable. Todo el mundo lo dice.
Me quedo mirando la foto del libro de visitas. El brazo de Hannah alrededor
de la cintura de Courtney en una fiesta cualquiera. Courtney está nerviosa.
Pero no tengo ni idea de por qué.
Sí, Courtney, eres dulce con todos los que te encuentras en los pasillos.
Eres dulce con todos los que caminan contigo hacia el coche al salir de la
escuela.
Le doy un sorbo a mi café que se está quedando frío.
Sin duda eres una de las chicas más populares del instituto. Y eres…
simplemente… tan… dulce. ¿A que sí?Pues no.
Le pego un buen trago al café para vaciar la taza. Sí, mis queridos oyentes, Courtney es agradable con quien sea que entre en contacto o con quien sea que hable. Y ahora preguntaos: ¿no será todo una
farsa?
Llevo la taza a la barra de autoservicio para rellenarla.
Yo creo que sí lo es. Y ahora dejarme que os explique el porqué. Antes de
nada, para todos los que estéis escuchando, dudo que Tyler os deje ver las fotos que me sacmasajeándole la espalda a Courtney.
El recipiente de mezcla de leche y crema se me escurre de la mano y golpea
la barra. Lo agarro antes de que caiga al suelo, y luego miro por encima de mi
hombro. La chica que está tras la caja registradora echa la cabeza hacia atrás
y ríe.
¿Era Courtney la que estaba en la habitación de Hannah?
Hannah hace una pausa mucho más larga. Sabe que esta información tiene
que asentarse.
Si has visto esas fotos, eres afortunado. Estoy segura de que eran muy
sensuales. Pero como ya sabes, también estábamos posando mucho.
Posar. Qué palabra más interesante para resumir la historia de Courtney.
Porque si estás posando, es porque sabes que alguien te está mirando. Pones
tu mejor sonrisa. Dejas que brille tu personalidad más dulce.
No como en la foto de Courtney en el libro de visitas.
Y en el instituto siempre hay alguien que te mira, así que siempre hay una
razón para posar.
Aprieto la parte superior del termo y un chorro de café negro se derrama
dentro de la taza.
No creo que lo hagas a propósito, Courtney. Y es por eso por lo que te he
hecho aparecer en estas cintas. Para que sepas que lo que haces afecta a los
demás. Más en concreto, me afectó a mí.
Courtney parece ser dulce por naturaleza. Escuchar su historia aquí, en estas
cintas, debe de haberla matado.
Courtney Crimsen. Hasta el nombre suena casi demasiado perfecto. Y como
ya he dicho, tú también pareces perfecta. Lo único que te falta… es ser perfecta. Vuelvo a mi mesa con el café, la leche y los azucarillos mezclados.
no recuerdo quién dijo qué, porque lo que tú dijeses era lo que yo también
estaba pensando.
—Qué raro.
—Ya.
—¿Qué narices?
—¿Te lo imaginas?
—Qué divertido.
Entonces, cuando por fin entró la señorita Dillard, te diste la vuelta para mirar
hacia la parte delantera de la clase. Y cuando la clase se acabó, te fuiste.
Busco en el mapa la estrellita roja que marca la casa de Tyler. Una parte de
mí se siente raro por estar siguiendo de tan cerca la historia de Hannah.
Como si estuviera obsesionado. Demasiado obsesionado. Mientras tanto,
otra parte de mí intenta negar esa obsesión.
No fue hasta que no salí al pasillo, de camino a la segunda clase que pensé:
espera un momento. No me ha dicho adiós.
Sólo estoy haciendo lo que ella me ha pedido. No es una obsesión, es
respeto. Estoy cumpliendo sus últimas peticiones.
¿Me dijiste adiós cualquier otro día? No, no muchas veces. Pero después de la
noche anterior, esta vez sentí que lo habías hecho a propósito. Supongo que
pensé que después de lo que habíamos vivido menos de veinticuatro horas
antes, ahora seríamos más que simples conocidas causales.
A— 4. Una estrellita roja en la casa de Tyler.
Pero eso, evidentemente, fue en lo que nos volvimos a convertir. Volvimos a decirnos hola en los pasillos y a veces me decías adiós después de clase, pero
nunca más de lo que le dirías a cualquier otra persona.
Hasta la noche de la fiesta.
Hasta la noche en la que me volviste a necesitar.
Necesito un momento para reubicarme. No puedo escuchar nada más hasta
que no lo haga.
Me quito los auriculares y me los cuelgo del cuello. La chica con la que hice
taller de carpintería anda por ahí con una bañerita de plástico, recogiendo
tazas y platos de las mesas vacías. Aparto la mirada en dirección a la ventana
oscura cuando recoge el sitio que está a mi lado. Su reflejo mira hacia donde
estoy yo varias veces, pero no me doy la vuelta,
Cuando se marcha, le doy un sorbo a mi café e intento con todas mis fuerzas
no pensar. Sólo espero.
Quince minutos más tarde, un autobús se para ante la puerta principal del
Monet y la espera se acaba. Agarro el mapa, me echo la mochila al hombro y
corro hacia la puerta.
El autobús está parado en la esquina más alejada. Corro por la acera, subo los
escalones corriendo y encuentro un sitio vacío en el medio.
El conductor me mira por el espejo retrovisor.
—Voy adelantado —dice—. Estaremos aquí parados un par de minutos.
Asiento, me meto los auriculares en las orejas y miro por la ventana.
Dejadme que os diga que aparecerá una fiesta más grande, más importante
más adelante en las cintas.
¿Es ahí? ¿Es ahí en donde aparezco yo?
Pero esta es la fiesta que hizo que Courtney entrase en este combinado.
Yo estaba en el instituto, con la mochila colgada del hombro, y me dirigía a la
primera clase cuando me cogiste de la mano.
—Hannah, espera —dijiste—. ¿Cómo estás?
Tu sonrisa, tus dientes… impecables.
Seguramente yo dijese “Bien” o “Bien, ¿y tú?”, pero sinceramente, no me
importaba, Courtney. Cada vez que nuestros ojos se encontraban en el pasillo
lleno de gente y veía cómo tu mirada saltaba a otra persona, te perdía un
poquito más de respeto. Y a veces me preguntaba cuántas personas en aquel
pasillo sentirían lo mismo.
Continuaste preguntándome si había oído lo de la fiesta que habría aquella
noche. Te die que sí, que lo había oído, pero que no me apetecía ir y andar por
ahí dando vueltas en busca de alguien con quien hablar. O que no me
apetecía andar por ahí dando vueltas en busca de alguien que me salvase de
tener que hablar con alguna otra persona.
—Deberíamos ir juntas —dijiste. Y ladeaste la cabeza, me ofreciste una
sonrisa y (aunque seguramente esto me lo esté imaginando yo) creo que
incluso te vi pestañear con coquetería.
Sí, esa es Courtney. Nadie puede resistirse a ella, y ella flirtea con todo el
mundo.
—¿Por qué? —te pregunté—¿Por qué deberíamos ir juntas a una fiesta?
Evidentemente aquello te cogió por sorpresa. Quiero decir, tú eres quien eres
y todo el mundo querría ir a una fiesta contigo. Para que por lo menos se le vea llegando a una fiesta contigo. ¡Todo el mundo! Chicos. Chicas. No
importa. Ese es el tipo de admiración que la gente siente por ti.
¿Siente? ¿O sentía? Porque me da la sensación de que eso está a puno de
cambiar.
La mayor parte de ellos, por desgracia, no se dan cuenta de lo
cuidadosamente que planeas esa imagen.
Repetiste mi pregunta:
—¿Qué por qué deberíamos ir juntas a una fiesta? Hannah, pues porque así
saldríamos juntas.
Te pregunté que por qué querías salir conmigo después de haberme ignorado
durante un tiempo. Pero, por supuesto, negaste haberme ignorado en
absoluto. Me dijiste que debía de haber malinterpretado las cosas. Y que la
fiesta sería una buena oportunidad para conocernos mejor.
Y a pesar de que yo todavía desconfiaba, tú eras quien eras y todo el mundo
querría ir a una fiesta contigo.
Pero tú lo sabías, Hannah. Lo sabías, pero aún así fuiste. ¿Por qué?
—¡Genial! —dijiste—¿Podrías llevar tú el coche?
Y el corazón me dio un pequeño vuelco.
Pero lo volví a colocar en su sitio e ignoré mi desconfianza de nuevo.
—Claro, Courtney —dije—. ¿A qué hora?
Abriste la libreta y arrancaste una hoja. Con unas letras azules diminutas me
anotaste tu dirección, la hora y tus iniciales: C.C. Me tendiste el papel, dijiste
“¡será genial!” y después recogiste tus cosas y te marchaste.
Las puertas del autobús se cierran y nos apartamos del bordillo.
¿Y adivina el qué, Courtney? De camino a la puerta, te olvidaste de decirme adiós.
Así que esta es mi teoría de por qué querías ir a una fiesta conmigo: sabías
que me molestaba que me ignorases. O por lo menos, sabías que yo me
sentía herida. Y que aquello no era bueno para tu reputación impecable.
Tenías que arreglarlo.
D—4 en vuestros mapas, todo el mundo: la casa de Courtney.
Vuelvo a abrir el mapa.
Cuando me paré ante el bordillo, la puerta de tu casa se abrió. Saliste, dando
saltitos por el porche y el caminito de entrada. Tu madre, antes de cerrar la
puerta, se echó hacia delante para poder ver bien el interior de mi coche.
No se preocupe, señora Crimsen, pensé. Nada de chicos aquí dentro. Nada de
alcohol. Nada de diversión.
¿Por qué me siento tan obligado a seguir el mapa? No tengo ninguna
necesidad. Estoy escuchando las cintas, todas y cada una de ellas, la primera
cara y la segunda, y eso debería ser suficiente.
Pero no lo es.
Abriste la puerta del copiloto, te sentaste y te abrochaste el cinturón.
—Gracias por llevarme —dijiste.
No estoy siguiendo el mapa porque ella quiera que lo haga. Lo estoy
siguiendo porque necesito comprender. Sea como sea, necesito comprender
sinceramente qué le ocurrió.
¿Por llevarte? Si ya tenía dudas sobre por qué me habías invitado, aquel no
era el saludo que quería escuchar.
D—4. Sólo está a unas cuantas manzanas de la casa de Tyler.
Quería equivocarme contigo, Courtney. Lo hice. Quería que lo vieses como
que yo te recogía para que fuésemos juntas a una fiesta. Y eso es algo muy
diferente a que yo te llevase a la fiesta.
En aquel momento, supe las consecuencias que tendría la fiesta para
nosotras. Pero ¿cómo acabó? Bueno, aquello fue una sorpresa. Aquello… fue
raro.
Atornillado a la parte trasera de cada asiento, tras una hoja cuadrada de
plexiglás, hay un mapa de todas las rutas de los autobuses de la ciudad.
Desde donde lo he tomado, girará a la izquierda una manzana antes de llegar
a la de Tyler, y se parará.
Aparcamos a dos manzanas y media de la fiesta, y era el lugar más cercano
que encontramos. En mi coche hay una de esas radios que continúan sonando
incluso después de haber apagado el motor. No se para hasta que alguien
abre una puerta. Pero aquella noche, cuando abrí la puerta, la música no
paró… solo sonaba lejana.
—Oh, Dios —me dijiste— ¡creo que esa música viene de la fiesta!
¿He mencionado ya que estábamos a dos manzanas y media de allí? Así de
alta estaba. Aquella fiesta estaba pidiendo a gritos una visita de la policía.
Por esa razón es por la que yo no voy a muchas fiestas. Estoy bastante cerca
de poder dar el discurso del día de nuestra graduación. Un error podría
arruinarlo todo.
Nos metimos dentro del torrente de estudiantes que se dirigían a la fiesta,
como si nos hubiéramos unido a un banco de salmones que remontan el río
para aparearse. Cuando llegamos allí, un par de jugadores de fútbol
americano —nunca los verás en una fiesta sin sus jerseys— estaban de pie a
ambos lado de la puerta recogiendo el dinero de la cerveza. Me metí la mano
en el bolsillo en busca de unas monedas.
Por encima de la música alta me gritaste:
—No te preocupes por eso.
Llegamos a la puerta y uno de los tipos dijo:
—Dos pavos por vaso —después se dio cuenta de con quién hablaba—. Oh.
Hola, Courtney. Aquí tienes —y tendió un vaso de plástico rojo.
¿Dos pavos? ¿Y ya está? Debe de ser que a las chicas les cobran diferente.
Hiciste un gesto con la cabeza en dirección a mí. El tío sonrió y me tendió un
vaso. Pero cuando fui a cogerlo, no lo soltó. Me dijo que su sustituto vendría
en cualquier momento y que podríamos quedarnos juntos. Le sonreí, pero tú
me agarraste del brazo y tiraste de mí hacia la puerta.
—No lo hagas —dijiste—. Confía en mí.
Le pregunté por qué, pero estabas dándole un repaso a la gente y ni tan
siquiera me escuchaste.
No recuerdo ninguna historia de Courtney con un jugador de fútbol.
Jugadores de baloncesto, sí. Muchos. Pero ¿de fútbol americano? Ninguno.
Entonces me dijiste que teníamos que separarnos. ¿Y quieres saber qué fue lo
primero que pensé cuando dijiste eso, Courtney? Caray, no le ha llevado
mucho tiempo.
Dijiste que había unas cuantas personas a las que tenías que ver y que ya nos
veríamos mas tarde. Yo mentí y dije que también había algunas personas a
las que yo tenía que ver.
Entonces me dijiste que no me fuese sin ti.
—Voy en tu coche, ¿te acuerdas?
¿Cómo me iba a olvidar, Courtney?
El autobús gira por la calle de Courtney, en donde hay carteles de “Se vende”
colgados en más o menos un tercio de los jardines. Cuando pasamos al lado
de la casa de Courtney, de alguna forma puedo ver una estrella roja pintada
con spray sobre la puerta principal. Pero el porche está enterrado en la
oscuridad. No tiene ninguna luz de porche. No hay luz en ninguna ventana.
Pero me sonreíste. Y, por fin, dijiste la palabra mágica: “Adiós”. Y adiós era
exactamente lo que querías decir.
—¿Te has saltado tu parada, Clay?
Un frío helado me sube por la espalda.
Una voz. Una voz de chicas. Pero no viene de los auriculares.
Alguien ha dicho mi nombre. Pero ¿desde dónde?
Al otro lado del pasillo, el cinturón de ventanas oscuras hace de espejo. Veo
el reflejo de una chica qué está sentada detrás de mí. Quizá sea de mi edad.
Pero ¿la conozco? Me doy la vuelta y miro por encima del respaldo del
asiento.
Skye Miller. Mi amor de octavo curso. Sonríe, o quizá sea más bien una risita
de suficiencia, porque sabe que me acaba de pegar un susto de muerte.
Skye siempre ha sido guapa, pero se comporta como si eso nunca se le
hubiera pasado por la cabeza. Especialmente durante sus últimos dos años.
Cada día se viste con ropa sosa y floja. Casi se entierra debajo de su ropa.
Esta noche lleva una sudadera gris enorme y unos pantalones a juego.
Me quito los auriculares de las orejas.
—Hola, Skye.
—¿Te has pasado tu casa? —pregunta. Más palabras de las que me ha dicho
en mucho tiempo. Más palabras de las que le he escuchado decir a nadie en
mucho tiempo—. Parará si se lo pides.
Meneo la cabeza. No. No es mi casa.
El autobús gira a la izquierda en el siguiente cruce y se para al lado del
bordillo. La puerta se abre y grita hacia atrás: —¿Alguien se baja?
Mira hacia la parte delantera del autobús, al espejo retrovisor y choco con la
mirada del conductor. Después me doy la vuelta hacia donde está Skye.
—¿A dónde vas? —pregunto.
Vuelve a poner la sonrisita. Sus ojos continúan fijos en los míos. Está
intentando con todas sus fuerzas hacer que me sienta incómodo. Y le está
funcionando.
—No voy a ningún lado —dice por fin.
¿Por qué me hace esto? ¿Qué ha ocurrido entre el octavo curso y ahora?
¿Por qué insiste en ser tan esquiva? ¿Qué ha cambiado? Nadie lo sabe. Un
día, o por lo menos pareció haber ocurrido así de rápido, simplemente dejó
de querer formar parte de nada.
Pero esta es mi parada y debo bajarme. Está a medio camino de dos
estrellitas rojas: la casa de Tyler y la de Courtney.
En vez de eso, podría quedarme allí y hablar con Skye. Para ser más precisos,
podría quedarme allí e intentar hablar con Skye. Tener una casi garantizada
conversación unidireccional.
—Nos vemos mañana —dice.
Y ya está. La conversación ha acabado. Una parte de mí, admito, se siente
aliviada.
—Nos vemos —digo.
Me pongo la mochila al hombro y camino hacia la parte delantera del
autobús. Le doy las gracias al conductor y vuelvo al aire frío del exterior. La
puerta se cierra detrás de mí. El autobús arranca. La ventana de Skye pasa,
tiene la cabeza apoyada contra el vidrio y los ojos cerrados.
Me coloco la mochila sobre los dos hombros y tenso las asas. Otra vez solo, comienzo a caminar. Hacia la casa de Tyler.
Vale, pero ¿cómo sabré cual es? Está en esta manzana, eso lo sé, y está a este
lado de la manzana, pero Hannah no me ha dado ninguna dirección.
Si la luz de su habitación está encendida, quizá vea las persianas de bambú.
Busco las persianas en cada casa por la que paso, intentando no quedarme
mirando durante demasiado rato.
Quizá tenga suerte. Quizá haya un cartel en su jardín: VOYEUR—ENTRA.
No soy capaz de contener una risita ante mi propio chiste infame.
Con las palabras de Hannah a un golpe de botón, parece algo malo sonreír
así. Pero también parece bonito. Parece como si fuese la primera vez que
sonrío en meses, a pesar de que sólo hayan pasado horas.
Después, a dos casas de allí, la veo.
Dejo de sonreír.
La luz de la habitación está encendida y las persianas de bambú están
bajadas. Una tela de ataña adhesiva plateada mantiene unida la ventana
rota.
¿Habrá sido una piedra? ¿Le habrá tirado alguien una piedra a la ventana de
Tyler?
¿Sería alguien a quien conozco? ¿Alguien de la lista?
Mientras me acerco, casi me la puedo imaginar, a Hannah, de pie al lado de
su ventana susurrándole a una grabadora. Son palabras demasiado débiles
para que yo las pueda escuchar desde esta distancia. Pero al final, las
palabras me llegan.
Un seto cuadrado separa el jardín delantero de Tyler del de al lado. Camino
hacia él sin evitar ser visto. Porque tiene qué estar mirando. Mirando hacia
afuera. Esperando que alguien abra su ventana de golpe.
—¿Quieres tirar algo?
El escalofrío helado vuelve a recorrerme cortándome. Me doy la vuelta,
preparado para pegarle a alguien y salir corriendo.
—¡Para! ¡Soy yo!
Marcus Cooley, del instituto.
Me echo hacia delante y apoyo las manos en las rodillas. Estoy agotado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto.
Marcus sostiene una piedra del tamaño de un puño justo bajo mis ojos.
—Cógela —dice.
Le miro.
—¿Por qué?
—Te sentirás mejor, Clay. De verdad.
Miro hacia la ventana. Hacia la cinta adhesiva. Después bajo la vista y cierro
los ojos mientras niego con la cabeza.
—Déjame adivinar, Marcus. Apareces en las cintas.
No responde. No hace falta. Cuando levanto la vista, los extremos de sus ojos
luchan para contener una sonrisa. Y en esa lucha, puedo decir que no siente
vergüenza.
Señalo con la cabeza en dirección a la ventana de Tyler.
—¿Lo hiciste tú?
Me pone la piedra en la mano.
—Serías el primero que dice que no, Clay.
El corazón comienza a acelerárseme. No porque Marcus esté aquí delante, ni porque Tyler esté en algún lugar dentro de la casa, o por la pesada piedra que tengo en la mano, sino por lo que me acaba de decir.
—Eres el tercero que viene —dice—. Además de mí.
Intento imaginarme a alguna otra persona que no sea Marcus, alguien más
de la lista, lanzando una piedra a la ventana de Tyler. Pero no puedo. No
tiene sentido.
Todos estamos en la lista. Todos. Somos culpables de algo. ¿Por qué iba a ser
Tyler diferente del resto de nosotros?
Me quedo mirando la piedra que tengo en la mano.
—¿Por qué haces esto? —pregunto.
Hace un gesto con la cabeza por encima del hombro, manzana abajo.
—Mi casa está ahí abajo. Tiene la luz encendida. He estado observando la
casa de Tyler para ver quién se acerca.
No puedo imaginarme qué les habrá contado Tyler a sus padres. ¿Les habrá
suplicado que no sustituyan la ventana porque podría haber más pedradas?
¿Y qué habrán dicho? ¿Le habrán preguntado cómo lo sabía? ¿Le habrán
preguntado por qué?
—El primero fue Álex —dice Marcus. No parecía ni lo más mínimamente
avergonzado de estarme contando aquello—. Estábamos juntos en mi casa
cuando, sin venir a cuento, me pidió que señalase la casa de Tyler. No sabía
por qué, no es que fuesen muy amigos, pero él quería saberlo de verdad.
—¿Y qué, le diste una piedra para que se la tirase a la ventana?
—No. Fue idea suya. Yo entonces ni siquiera sabía que las cintas existían.
Lanzo la piedra al aire unos centímetros y la recojo con la otra mano. Incluso
antes de que las piedras anteriores la golpeasen, la ventana no tendría
ninguna posibilidad de salvarse ante aquella. ¿Por qué ha elegido Marcus
esta piedra para mí? Él ya ha escuchado el resto de las cintas, pero quiere
que sea yo el que acabe con la ventana. ¿Por qué? Me vuelvo a lanzar la piedra a la otra mano. Más allá de su hombro veo luz
en el porche de la casa de Marcus. Debería hacer que me dijese cuál es su
ventana. Debería decirle que esta piedra va a atravesar una de las ventanas
de su casa, y que por lo tanto debería decirme cuál es la suya para no asustar
hasta la muerte a su hermanita pequeña.
Agarro la piedra con más fuerza. Todavía más. Pero no hay forma de evitar
que me tiemble la voz.
—Eres un capullo, Marcus.
—¿Qué?
—Tú también sales en las cintas —digo—. ¿A que sí?
—Y tú también, Clay.
La voz me tiembla por la rabia y por estar intentando contener las lágrimas.
—¿Qué nos hace tan diferentes de él?
—Es un voyeur —dice Marcus—. Es in friki. Miraba por la ventana de Hannah,
¿así que por qué no romperle la suya?
—¿Y tú? —pregunto— ¿Tú qué hiciste?
Durante un momento sus ojos miran a través de mí. Después parpadea.
—Nada. Es ridículo —dice—. Yo no debería estar en esas cintas. Hannah solo
quería tener una excusa para matarse.
Dejo caer la piedra sobre la acera. Tenía dos opciones, o eso, o tirársela en la
cara allí mismo.
—Apártate de mí —le digo.
—Estamos en mi calle, Clay.
Se me cierran los dedos y se tensan en forma de puño. Bajo la mirada hacia
la piedra, me duele volver a cogerla.
Pero me doy la vuelta. Rápidamente. Recorro toda la distancia de la acera
ante la casa de Tyler sin mirar hacia la ventana. No me permito pensar. Me
saco los auriculares y me los vuelvo a colocar en las orejas. Me meto la mano
en el bolsillo y le doy al Play.
¿Me sentí molesta cuando me dijiste adiós, Courtney?
No demasiado. Es difícil sentirse molesta cuando lo que esperabas resulta ser
cierto.
Continúa caminando, Clay.
Pero ¿me sentí utilizada? Completamente.
Y además durante todo el tiempo que Courtney me estuvo utilizando,
seguramente ella pensase que estaba limpiando mi imagen a sus ojos.
¿Podríamos llamarle… un fracaso?
La fiesta acabó convirtiéndose en una noche de primeras veces para mí. Vi mi
primera pelea, que fue horrible. No tengo ni idea de por qué era, pero
comenzó justo detrás de mí. Dos tíos se estaban gritando, y cuando me volví,
apenas había un par de centímetros de separación entre el torso de uno y el
del otro. Comenzó a formarse un corrillo que los iba incitando. La multitud se
convirtió en un grueso muro que no tenía ninguna intención de dejar que la
situación se calmase. Lo único que necesitaban era que uno de los dos torsos
salvase la distancia, aunque fuese por accidente, y ya estaría liada.
Y aquello fue lo que ocurrió.
La sacudida de un torso se convirtió en un empujón, que se convirtió
directamente en un puño golpeando una mandíbula. Tras unos cuantos puñetazos más, me volví y me abrí paso a través del muro
de gente que en aquel momento ya tenía cuatro cuerpos de profundidad.
Algunos de los que estaban atrás se ponían de puntillas para ver mejor.
Asqueroso.
Corrí hacia dentro, en busca de un lavabo en el que esconderme. No me
sentía físicamente mal. Pero mentalmente… mi mente se retorcía de tantas
formas. La única cosa en la que podía pensar era que necesitaba vomitar.
Saco el mapa y busco la estrella más cercana que no sea la de Courtney. No
iré ahí. No voy a escuchar a Hannah hablar de ella mientras mira hacia la casa
oscura y vacía.
Iré al punto siguiente.
Una vez vimos un documental sobre las migrañas en clase de salud. Uno de
los hombres a los que entrevistaban solía dejarse caer de rodillas y golpearse
la cabeza contra el suelo una y otra vez durante los ataques. Aquello hacía
que el dolor se desviase desde las profundidades de su cerebro, en dónde no
podía alcanzarlo, a un dolor en el exterior que podía controlar. Y de alguna
forma, al vomitar, aquello era lo que yo esperaba hacer.
Es difícil ver la ubicación exacta de las estrellitas rojas si no paro de caminar,
si no me detengo bajo una farola. Pero no puedo parar de caminar. Ni por un
momento.
Ver a aquellos tipos pegarse una paliza el uno al otro para que nadie
sospechase que eran débiles fue demasiado para mí. Su reputación era más
importante que su cara. La reputación de Courtney era más importante que
mi reputación.
¿Realmente se creyó alguien en la fiesta que me había traído como una
amiga? ¿O sencillamente pensaron que yo era su última obra de caridad?
Supongo que nunca lo sabré.
Vuelvo a doblar el mapa y me lo meto bajo el brazo.
Por desgracia, el único cuarto de baño que encontré estaba ocupado… así que
volví a salir. La pelea había acabado, todo había vuelto a la normalidad y yo
quería marcharme.
La temperatura continúa bajando y me rodeo el pecho con los brazos
mientras camino.
Cuando llegué a la puerta, la misma puerta por la que había entrado a la
fiesta, adivinar quién estaba allí solito de pie.
Tyler Down… completamente equipado con su cámara de fotos.
Ya es hora de dejar en paz a Tyler, Hannah.
Cuando me vio, la expresión de su cara no tenía precio. Y fue lamentable.
Cruzó los brazos pretendiendo proteger la cámara de mi vista. Pero ¿qué
necesidad tenía de hacer aquello? Todo el mundo sabe que está entre los que
hacen el anuario.
Pero aún así le pregunté.
—¿Para qué es eso, Tyler?
—¿El qué? Ah… ¿esto? Ejem… para el anuario.
Y entonces, detrás de mí, alguien me llamó. No os voy a decir quién porque no
importa. Igual que la persona que me había tocado el culo en el Blue Spot
Liquor, lo que estaba a punto de decir no era más que una consecuencia de
las acciones de alguna otra persona. De la crueldad de alguna otra persona.
—Courtney me ha dicho que debería hablar contigo —dijo.
Exhalo rápidamente. Después de esto, tu reputación está arruinada,
Courtney.
Miré detrás de él. Al final del jardín había tres barriles plateados en medio de una piscina inflable llena de hielo. Al lado de la piscina, Courtney hablaba con tres chicos de otro instituto.
El chico que estaba delante de mí le dio un ligero sorbo a su cerveza.
—Dice que quedar contigo es divertido.
Y comencé a ablandarme. Comencé a bajar la guardia. Claro, quizá yo tuviera
razón y a Courtney lo único que le importaba era salvar su imagen. Quizá
hubiera pensado que enviando a un chico mono a hablar conmigo me haría
olvidar de que me había ignorado durante toda la fiesta.
Sí, era bastante mono. Y vale, quizá yo tuviese ganas de tener un poco de
amnesia selectiva.
Pero ocurrió algo, Hannah. ¿El qué?
Después de hablar durante un rato, el tío me dijo que tenía que confesarme
algo. En realidad Courtney no le había enviado a hablar conmigo. Pero la
había oído hablar de mí y por eso había venido a buscarme.
Le pregunté qué decía Courtney, y él se limitó a sonreís y mirar hacia la
hierba.
¡Estaba harta de aquellos jueguecitos! Le exigí saber qué había dicho ella de
mí.
—Que es divertido quedar contigo —repitió.
Comencé a reconstruir mi guardia, ladrillo a ladrillo.
—Divertido… ¿cómo?
Se encogió de hombros.
—¿Cómo?
¿Todo el mundo está preparado para esto? Nuestra dulce, pequeña señorita
Crimsen le había dicho a aquel tipo, y a quien fuese que estuviera allí
escuchando, que yo tenía alguna que otra sorpresita guardada en los cajones de mi armario
Se me cortó la respiración como si me hubieran pegado un puñetazo en el
estómago.
¡Se lo había inventado! Courtney se había inventado aquello.
Y por el rabillo del ojo vi que Tyler Down comenzaba a alejarse.
En aquel momento comenzaron a brotarme las lágrimas.
—¿Dijo qué era lo que había dentro? —pregunté.
De nuevo, él sonrió.
Sentí la cara muy caliente, las manos comenzaron a temblarme y le pregunté
por qué la había creído.
—¿Es que te crees todo lo que dice la gente de mí?
Me dijo que me tranquilizase, que no importaba.
—¡Sí! —le dije—. Sí que importa.
Le dejé para tener una pequeña conversación al lado de la piscina de los
barriles. Pero de camino allí seme ocurrió una idea mejor. Corrí hasta donde
estaba Tyler y me paré delante de él.
—¿Quieres hacer una foto? —le dije—. Sígueme —lo cogí por el brazo y lo
llevé al otro lado del jardín.
¡La foto! La foto que estaba en el libro de visitas.
Tyler protestó durante todo el camino, porque creía que yo quería que hiciese
una foto a la piscina con los barriles.
—Nunca la imprimirán —decía—. ¿Menores bebiendo?
Vale, ¿por qué iban a querer un anuario en el que se mostrase la vida real de
los estudiantes?
— No es eso —dije—. Quiero que me hagas una foto a mí. A mí y a Courtney.
Juro que en aquel momento la frente le brillaba. Yo y la chica del masaje en la
espalda, de nuevo juntas.
Le pregunté si estaba bien.
—Sí, no, claro, bien —y esto es una cita exacta.
En la foto, Hannah está cogiendo a Courtney por la cintura. Hannah ríe, pero
Courtney no. Está nerviosa.
Y ahora ya sé por qué.
En aquel momento a Courtney le estaban llenando el vaso, y le dije a Tyler
que esperase allí mismo. Cuando Courtney me vio, me preguntó si me lo
estaba pasando bien.
—Alguien te quiere hacer una foto —le dije. Después la cogí del brazo y tiré
de ella hacia donde estaba Tyler. Le dije que dejase el vaso o la foto no podría
salir en el anuario.
Tyler la había puesto en el libro de visitas del Monet. Quería que la viésemos.
Aquello no formaba parte de su plan. Solo me había invitado a la fiesta para
limpiar su hermoso nombre después de haberme ignorado durante tanto
tiempo. Una fotografía permanente que nos uniese la una a la otra era algo
que no estaba previsto que ocurriese.
Courtney intentó soltarse.
—Yo… yo no quiero —dijo.
Me di la vuelta para mirarla a la cara.
—¿Por qué no, Courtney? ¿Por qué me has invitado a venir aquí? Por favor,
no me digas que solo he hecho de chófer. Vaya, creía que nos estábamos haciendo amigas.

Debía de haberla puesto en el libro de visitas porque sabía que nunca la
encontraríamos en el anuario. Nunca la hubiera conseguido colar. No
después de saber lo que realmente significaba aquella foto.
—Somos amigas —dijo ella.
—Entonces deja la bebida —dije yo—. Es hora de hacernos una foto.
Tyler levantó la cámara y enfocó el objetivo mientras esperaba nuestras
sonrisas hermosas y naturales. Courtney escondió la bebida a un lado. Y o le
rodeé la cintura con el brazo y le dije:
—Si alguna vez quieres coger algo de mi armario, Courtney, solo tienes que
pedírmelo.
—¿Preparadas? —dijo Tyler.
Yo me eché hacia delante, haciendo como si alguien me acabase de contar el
chiste más divertido del mundo. Clic.
Después les dije que me iba porque la fiesta apestaba.
Courtney me suplicó que me quedase. Me dijo que fuese razonable. Y quizá yo
estaba siendo un poco insensible. Bueno, ella aúno no podía marcharse.
¿Cómo iba a volver a casa si su chófer no la esperaba?
—Encuentra a alguien que te lleve —dije. Y me marché.
Una parte de mí quería llorar por haber acertado con lo de su invitación. En
cambio. Durante el largo camino de vuelta al coche, me eché a reír. Y les grité a los árboles:
—¿Qué pasa?
Entonces alguien me llamó.
—¿Qué quieres Tyler?
Me dijo que tenía razón en lo de la fiesta.
—La fiesta apesta.
—No Tyler, no es así —dije yo. Después le pregunté por qué me estaba
siguiendo.
Bajó los ojos hasta la cámara y jugueteó con el objetivo. Necesitaba a alguien
que le llevase a casa, dijo.
En aquel punto me eché a reír de verdad. No específicamente por lo que había
dicho, sino por la absurdidad de toda la noche. ¿De verdad que no tenía ni
idea de que sabía lo de sus rondas nocturnas—lo de sus misiones nocturnas?
¿O es que sinceramente deseaba que no lo supiese? Porque mientras no lo
supiese, podríamos ser amigos, ¿verdad?
—Está bien —dije—. Pero no nos pararemos en ningún sitio.
Intentó hablar conmigo varias veces a lo largo del viaje a casa. Pero cada vez yo le cortaba. No quería hacer como que no pasaba nada, porque sí pasaba.
Y después de haberlo dejado en su casa, tomé el camino a casa más largo posible.
Tengo la sensación de que yo haré lo mismo.
Exploré callejones y carreteras escondidas que no sabía ni que existiesen.
Descubrí barrios completamente nuevos para mí. Y al final… descubrí que aquella cuidad y todo lo que había en ella me ponía enferma.
Estoy empezando a pillarlo, Hannah.
Siguiente cara.

A alguien le gusta hush hush, si es así comenten 😜

Lo que no sabías sobre; "13 REASONS WHY"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora