I. A tantas lunas después

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«Qué lindo, la luz de este sol es como pocas a esta hora, ¿será acaso hoy una día especial? ¿o simplemente es la mañana? preciosa, como pocas recuerdo haber visto.» Pensó, tumbada en cama, perdida momentáneamente en las navajas de luz que se filtraban por una ventana. «Tantas mañanas soleadas preciosas, y yo apenas reparo en una de ellas...»

Piénsalo: son hermosas, los cielos más azules, horizontes que invitan a cualquiera dejar perder su vista en ellos y el clima es precioso, sin embargo ello de poco importa, porque las horas siempre pasan y se llevan ese dichoso momento.

Ella cavilaba en eso, tal vez esa rara faceta filosófica muy escondida en su inconsciente salió a relucir, pero ello poco duró; de la nada comenzaron a hacerse sonar los segundos iniciales de una canción, tal vez ya no la preferida de tanto tiempo atrás pero que reconoció al instante como su alarma de despertador. No era necesario que hiciera ese ruido, ella ya estaba despierta, y pensaba desactivarlo desde antes pero las ideas se ocuparon de llevarla lejos, y olvidar por completo el querer desactivar su alarma. En fin, despierta pero desganada comenzó a liberarse de las cobijas.

Alzó una pata al aire, lo cortó y de igual manera la canción se quedó callada; silencio. Decidió finalmente apartar las mantas que le aprisionaban contra el cálido colchón, sentada en un costado de la cama, y a su propia satisfacción algunos de sus huesitos tronaron...

Y sólo después de un profundo bostezo le dedicó una vista a la habitación.

Entrecerró los ojos, torció los labios y una de sus orejas se agitó, el desagrado de nuevamente encontrar desorden le atacó; avergonzada incluso de sentir con esa habitación emulaba aquella etapa de la vida en donde el orden no importaba "lo limpiaré mañana..." se instó a susurrar, aquellas exactas palabras que justo el día de ayer de igual manera había pensado, envuelta en aquella situación de ver basura, suciedad, papeles arrugados y tanta ropa oscura y clara regada por todos lados. Ella ya no era una adolescente de quien su madre tuviese que señorear, y en ese aspecto delataba comportarse como una.

Más sol, por la ventana a su izquierda más de esa deliciosa luz se filtraba, era el brillo de un día muy recién estrenado: luz limpia y preciosa que encontraba alojamiento dentro de su habitación sobre un escritorio acomodado con papeles, hojas rayadas con lo que fue un intento (varios) de dibujo, lápices y lo que se podría definir como computadora, inútil para la vulpina que con gesto poco expresivo ahora le dedicaba una mirada, al lado del aparato, otro un poco más funcional: un reproductor de discos compactos.

Ella nuevamente reparó en la luz, más específicamente en el objeto sobre el que esta incidía. Ese bajo, acomodado lejos de todo estorbo y de color negro, a sus ojos una forma precioso relucía casi como recién estrenado a esa luz dorada. Entonces fue momento de sonreír, ese precioso instrumento sólo logró arrebatarle una sonrisa para darle ánimos a levantarse y caminar a él, tomarlo con delicadeza y reguardarlo de la luz, que si bien ahora era de tranquilidad, poco faltaría para ser quemante.

—Ya a salvo, mi pequeño —susurró, tensando con una garra la cuerda más grave, casi escuchando en el sonido un gesto de agradecimiento.

Más animada, encontró enseguida el reproductor, de los discos amontonados a su lado o dispersos por la mesa ella seleccionó uno de cubierta verde, ya muy rayada por el uso y mal cuidado. A sus oídos melodías excelentes, sólo como Cleen Day sabía hacerlo se deleitó de escuchar su primera canción.

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⏰ Última actualización: Feb 23, 2019 ⏰

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Darma, yo pienso que tú eres gloriosa [Zootopia y Rock Dog]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora