Prefacio

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Aquello que menos espera, lo escucha.

“Debe ser el Cielo. Debo haber llegado.”

Pero no se siente bien, no es correcto.

El Paraíso no debería sentirse así.

No debería doler.  

Su nombre es escuchado nuevamente, pero la voz que lo pronuncia no es tranquila, no es como se imaginó la de Dios. El grito es desgarrador, lo sería aún para alguien que se hiciese llamar insensible si éste llegase a escucharlo. El nombre con el que nació, las tres sílabas que lo conforman; son éstas contorsionadas por la densidad de la sustancia que lo rodea mientras cae.

“Debe ser Dios. Debe estar llamándome.”

Pero no debería oírse así.

No debería sonar desesperado.

Sus pulmones arden, su corazón grita. Quisiera haber descansado en calma, en santa paz, pero el destino pareciera querer divertirse un rato, mirándolo desaparecer a la oscuridad.

Ya no oye nada.

Antes podía escuchar cada movimiento que hacía, cada vez que se metía ahí. Ahora no tiene las fuerzas para moverse. Pareciera que todo ha terminado.

La luz encima de él se apaga poco a poco, o se aleja, no está seguro; lo único que sabe es que ya no es visible. Aun cuando su cuerpo se empeña en luchar, su alma se apaga. Sus ojos se cierran.

“Debe ser el fin.”

Pero no debería ser así.

La historia, su historia.

No debería terminar así.














Porque te he visto desde siempre

De nada me arrepiento

Hasta el fin de nosotros

Condené nuestras almas a vagar

No me pesa, no lo siento

 

La Última Noche ↪ Taekey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora