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La primera impresión que tuvo del mundo se resumía en dos palabras clave: blanco y confusión.

Blanco, porque ése fue el color de la luz que lo hirió en el momento que abrió los ojos, por lo que tuvo que cerrarlos para, momentos después, volverlo a intentar, pero esta vez de una manera lenta, dejando a sus pupilas acostumbrarse a la iluminación.

Confusión, porque cualquier noción de dónde estaba, o por qué estaba ahí, eran inexistentes.

El mundo se desdoblaba y regresaba a la normalidad frente a sus ojos, danzando de una manera disonante. Miles de ideas sin sentido embriagaban su cabeza, la cual dolía. Oh, sí que dolía.

Habiendo recuperado su lucidez, cayó en cuenta del objeto blanco que rodeaba su cuello. Era molesto.

Dio un vistazo alrededor. Estaba en una cama. La luz provenía de un objeto fluorescente en el techo. (Lámpara. Es una lámpara). Tras recordar su nombre, cayó en cuenta de dónde estaba.

Se encontraba internado en un hospital. Pero ¿por qué? Intentó hacer un recuento de todo lo que había ocurrido con anterioridad, pero en su mente solo había un ruido blanco.

Se esforzó más, provocándose el aumento en su dolor de cabeza. Desesperado, decidió rendirse. Ya lo averiguaría más tarde.

Sintió sueño. Sus párpados le pesaron, y se dejó llevar por el mundo del subconsciente.

Soñó con él andando en bicicleta. ¡Qué buenos tiempos! Cuando no tenía más preocupaciones que estudiar. No había trabajo, no había (traición) cosas que lo estresaran, que no fuera el llegar a defender su base —un montón de tablas amontonadas en un terreno baldío cerca de su casa— de un ataque de robots del futuro.

Era una mente de adulto pedaleando y tarareando en un cuerpo de niño. Tenía cierto atractivo la idea y le llenó de paz.

Entonces resbaló, y cayó de la bicicleta dando de boca contra el piso. Comenzó a llorar, y cuando se enjugó las lágrimas el lugar había cambiado. Ahora estaba en una ciudad, abarrotada de gente. Frente a él caminaba una figura femenina.

¿Quién es? Se preguntó.

No lo vio, pero supo que ya no era su mente en un cuerpo de niño, sino de un adolescente. Otros buenos tiempos.

Escuchó que ella dijo algo, y ese tono de voz tan dulce le resonó una y otra vez en su mente, tocando su misma alma. Era tan hermoso para él.

Justo cuando la figura frente a él empezó a dar la vuelta, sintió que era arrebatado. El mundo se empezó a desvanecer y alejar con rapidez. Se escuchaba un sonido metálico, de un seguro desbloqueándose.

Despertó.

Estaba de vuelta en la cama de hospital. Una enfermera entró por la puerta y, al verlo, esbozó una sonrisa.

—Oh, está despierto —dijo ella.
—Eso creo —respondió él.
—Antes que nada, quisiera preguntarle si recuerda su nombre.

El paciente se quedó pensativo algunos momentos. Finalmente abrió la boca:

—Ealaender —susurró. Después repitió, ahora en voz alta—: Joseph Ealaender.
—Muy bien —dijo la enfermera—, ahora ¿recuerda algo de lo sucedido antes?
—Nada, en realidad. ¿Podría decirme qué hago aquí?
—Usted tuvo un accidente en auto.

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⏰ Última actualización: Jan 10, 2019 ⏰

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El Poeta de las EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora