Parte 1 Vivencias

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Hijo amado...

Tu llamada de ayer por la noche me tomó por total y absoluta sorpresa! es más, yo hasta había considerado la idea de dejar un poco o un mucho las visitas, venía de regreso en el metro y pensaba una y otra vez en alguna solución... por ejemplo.

1) Cuando un hombre pide "espacio", es mejor darle la galaxia! así es que me dije a mí misma...
2)No quiero ser de esas madres sofocantes, tal vez si él se sintió asfixiado por mi presencia, lo mejor sea apartarme un mes o dos.
3)Es tragicómico, el domingo como no estaba segura, no fui preparada para pasar la noche allá...y justo me lo insinuaste, a lo cual tuve que decir que no. Y al día siguiente cuando iba full equipo y lo converse con tu tía pensando en darte una agradable sorpresa...la sorpresa me la lleve yo cuando casi me pusiste de patitas en la calle, di mas vueltas en la cama tratando de dormir que vueltas habrán dado en las fondas bailando cuecas!
Por lo cual cuando desperté tenia que salir más rápido que una bala de cañón. Y lo hice.
4)Decidí combinar la inteligencia con el amor natural que toda madre siente por sus hijos. Entiendo tu rabia, tu resentimiento y tu dolor. Alguna vez, a tu edad, yo sentí lo mismo, estuve allí, en ese mismo lugar. A los 20 yo ya había jurado "de abdomen" que nunca, pero jamas volvería a poner un pie en la casa que me había visto crecer. Solo quería seguir adelante con mi vida, salir otra vez del país que en esa época, empobrecido por el régimen militar no ofrecía ninguna oportunidad a los jóvenes (ni a nadie que no fuese acaudalado o vistiese algún uniforme, si tengo que decirlo por lo claro y breve) y también había decidido no tener historias de pareja estable ni casarme. De hecho, si me hubiese quedado en Chile no me habría casado ni hubiese tenido hijos, escandalizada de como tratan los hombres a las mujeres en este lugar, y de la tormentosa relación de pareja que tuvieron mis progenitores, las palabras "amor-de-pareja" o "matrimonio" me daban cuando menos, alergia y una desconfianza irreversible. Pero viajé a Japón. Y mi perspectiva cambió, se me activó la curiosidad y el optimismo. Tuve un breve, impulsivo y extraño primer enlace, de ésos que no están destinados a durar por que a pesar de que había una atracción física tremenda y un compartido gusto por el peligro y la adrenalina, por eso mismo alguno de los dos, o ambos, corríamos el riesgo de terminar patitiesos en alguna morgue como consecuencia de las correrías desenfrenadas y osadas que tantas veces compartimos. Quizá y con suerte, él aun éste vivo. En cambio, cuando conocí a tu papá, ya estaba más centrada, decidida a meterme de lleno en la enseñanza del español e inglés, en tener amistades "adecuadas" (chicas que estudiaban o enseñaban el mismo tema en el mismo instituto, casi todas casadas, con hijos, con vidas estable e historias más "tradicionales" de ésas que invitan a sus casas y con las que se comparten recetas de cocina y datos sobre moda) Cuando conocí  a tus abuelos japoneses me sentí aceptada, admirada y querida...y caí redondita, a los siete meses de habernos conocido ya estábamos firmando los documentos de matrimonio. Hijo amado, de todas las cosas que hice en mi vida, si volviera en el tiempo, ésa es una de las que volvería a hacer, porque, verás..si hubiese conocido a otro, no habrías nacido tú. Hubiese tenido a otros hijos o hijas pero no tú. Tenía que ser tu papá y yo para producir este niño...seguro que en Japón hay cientos de jóvenes con tu nombre, pero solo hay un "tú"! independientemente de que la relación de pareja con tu papa se desintegrara con el tiempo, le estoy y siempre le estaré agradecida por el maravilloso hijo que tuvimos. Y sin embargo...
...No es fácil ser humano, y vivir en un planeta como éste, lleno de violencia, injusticia, crueldad... perdóname, hijo, por hacerte nacer en este mundo. Nadie nos da un mapa para saber a donde ir. Nadie viene con un "manual de instrucciones" para saber qué apagar y que dejar encendido. A lo más vamos experimentando e improvisando por el camino, tratando de no copiar los errores de nuestros ancestros. Yo, por ejemplo, hice verdaderas reglas de oro el no golpearte ni tratarte mal, el no "ningunearte" ni menospreciarte cuando eras pequeño, si hay algo que aborrezco es el maltrato infantil, así como también le juré a tu papá que nunca te daría padrastro, en los tiempos que nos ha tocado vivir, "caras vemos, corazones no sabemos" y ninguna mujer puede asegurar que su flamante nueva pareja no vaya a ser un pederasta degenerado que no vaya a violarse a sus hijas o hijos (conozco casos en los que el propio padre abuso de sus vástagos, varones y niña, y la cuarta y última hija dormía  con la puerta con cerrojo y llego al extremo de tener que defenderse cuchillo en mano para no correr la misma suerte!) Y sin embargo, uno jamás puede estar segura de que a pesar de todas las precauciones, no asomaran su cara las feas emociones negativas, como el rencor, la rabia, la ira... Yo las sentí, cuando aún ni siquiera sabia ponerles nombre o identificarlas, allí agazapadas en el fondo de mi corazón. Busca tu ira, reconócela, identifícala, busca la raíz, ¿cómo creció?¿cuál fue la semilla?¿qué fue lo que la regó?
No puedes combatir un enemigo que no conoces. Tienes que haberle hecho frente aunque sea una sola vez.. y sea que la extermines o que la encadenes para estudiarla como se estudia a una rata de laboratorio, primero es necesario reconocerla. No podemos cambiar el pasado; lo pasado, pisado, ya se fué, solo sigue existiendo en nuestra memoria. LO QUE SI PODEMOS CAMBIAR ES LO QUE SENTIMOS AL RESPECTO. Te lo doy firmado ante notario, eso si se puede hacer. Todos podemos, cualquiera puede, es solo querer hacerlo...
Yo conocí a mi ira a los 14 años de edad, para entonces ya estudiaba en una escuela nocturna y trabajaba por el día, cuidando 4 niños, de Lunes a Sábado esto ultimo. Lo habitual era que mi madre me pegara de lunes a viernes, gritándome lo estúpida e inservible que yo era, yo era la pu-- que llegaba a las once de la noche, no por que anduviese estudiando, sino por que de seguro me andaba revolcando con hombres (eso era en plural, o sea, eran varios!)... en circunstancias de  que mi máxima osadía había sido caminar de la mano con un muchacho atractivo y muy decente cuyo padre tenía una barraca de fierros, en la cual cual ayudaba, luego por las tardes practicaba artes marciales, y por las noches estudiaba, como yo. Claro, él tenia advertido que con muchachas "de casa" hay que ser honrado y decente. En mi caso, mi madre se encargó de dejarme las cosas híper claras: "si me llegas a la casa preñada, ¡a la calle donde van a parir las perras...!" Y como no tenía ni un pelo de tonta, le hice caso hasta ultima silaba, estaba muy consciente de que si me metía en camisas de once varas, a esa edad mis problemas no tendrían límite. Pero también estaba convencida para mí misma de que primero era menester estudiar, ganarme la vida en algo con mejor sueldo, aún no sabia el qué, me gustaban los idiomas, una vez me compre un diccionario de ingles-español, y en uno de mis cuadernos me gustaba formar frases, o cuando me escapaba al cine los sábados por la tarde (iba a uno que estaba en Franklin, casi llegando a la Gran Avenida) me ponía a escuchar los diálogos cerrando los ojos para no mirar los subtítulos, quería que mis oídos se habituaran al sonido de esas palabras. Y amaba leer. ¡Como amaba y amo los libros...! Pero volviendo a mi amada madre, que en paz descanse: yo ya sabía sus secretos, sabía de su niñez de pesadilla con una madre golpeadora, la negligencia  y descuido que sufrió siendo sólo una bebe, las desnutrición que casi la llevó a ser internada en el sanatorio Alemán, mientras que el bebé de la infame que se suponía debía cuidarla usaba su cuna, su ropa, sus pañales y tomaba la leche y los alimentos destinados a ella. Ya me había enterado de que su padrastro la bañaba, y que en algún momento a los 10 años la empezó a tocar de manera sospechosa, hasta que terminó abusándola. Ahora, cuando miro hacia atrás y recuerdo las historias de terror que me contó sobre su vida, hasta me pongo a pensar en que con sus amenazas e insultos quería recrear parte de lo que había vivido, aunque ni ella misma fuese consciente de ello. Lo más seguro es que no tuvo tiempo de medir sus propias palabras, que me gritaba cuando estaba cegada por su propia ira. El problema empezó cuando alguien escuchó y regó el chisme. Cierta noche yo corría de regreso a casa, desde la escuela nocturna, ya que el hecho de ahorrarme el pasaje del bus me dejaba un dinerito extra cada mes. Y entonces me salió al paso aquel imbécil, queriendo ya sabemos qué. Quiso mi fabulosa suerte de que cerca hubiese un montículo de arena, seguro para incluirla en alguna construcción menor, así es que cuando el desgraciado trató de írseme de las manos, tomé un puñado y se lo arroje a los ojos, y le propine una patada justo allí donde más duele (mi pololo-platónico me había enseñado varios trucos de defensa personal, y aquella noche comprobé de primera mano que toda mujer debería aprenderlos) gimiendo de dolor, el tipejo me larga sin complicaciones que no entendía que yo fuese tan combativa, que yo no tenia cara de ser pu-- pero que eso era pura pose, que yo ya "iba-a-la-pelea"..."te lo grita tu propia madre así es que debe ser cierto...!", remató, y ahí si que me emputecí, y le dí de patadas hasta que el pobre bastardo, casi ahogado con su propia sangre y arena, escupió un diente y me pidió que ya dejara de golpearlo, que nunca más se me iba a cruzar, a lo cual después de darle "la propina", le prometí que si lo hacía, a la próxima le ponía un balazo. Así fue que le vi la cara a mi propia ira retenida, escondida y agazapada. Así fue que supe que tenia una fuerza física que ni había sospechado, una noche de marzo, cuando algo se rompió en mi pecho, cuando tuve la certeza de que por las palabras y gritos del ser humano que yo más amaba, corría el riesgo de ser abusada en plena calle. Cuando llegue por fin a casa, sumisamente recibí mi golpiza y los insultos habituales, y en los momentos en que por fin llegue a mi cama, tragándome mis propias lagrimas, me juré a mi misma que iba a juntar cada céntimo que ganara en los próximos tres meses, que tan pronto tuviese el dinero me largaría tan lejos como me fuese posible.. y que una vez que lograra eso, nunca, jamás nadie volvería a golpearme ¡nunca! o correría el riesgo de ir a dar al hospital o a la morgue. Aunque era solo una cachorra aullándole a la luna, aquella noche de Marzo del '78 me entere de que la ira es un demonio voraz, asesino, implacable y brutal.. y que podía tenerlo encadenado dentro de mí, y soltarlo cuando me fuera necesario para menesteres de autodefensa. Durante mis últimos meses en casa, descubrí que no tenia por que dejarme golpear, y me le escabullía a mi madre cuando quería descargarse, esquivaba, finteaba, corría al patio o alrededor de la mesa pidiéndole que se calmara, le quitaba el cuerpo...hacía bastante tiempo que los abrazos no existían. Yo había comenzado el inexorable proceso de separación afectiva y desapego emocional que precede a la separación física de alguien. Aunque en aquel tiempo no sabía explicar eso con estas palabras, ya había tomado la decisión, sabiendo que iba a cumplir con mi auto-promesa. Cumplí los 15 aquel junio, mi padre murió en julio, ya olvidé que día, y me fui el primero de septiembre. La tarde en que conté y sumé el dinero que había juntado y calculé lo que podría hacer con él, supe que el momento estaba allí y tenía que aprovecharlo. Empaqué lo necesario en un saco de lona azul, incluyendo un cuchillo de camping de unos 30 cms. de largo, por si acaso; me llevé eso por que era práctico, multipropósito, tenía una vaina adosada a un cinturón de cuero, era fácilmente disimulable entre la ropa puesta y hasta se podía dormir con él puestecito. Servía para pelar manzanas, cortar el pan de un improvisado sándwich en el camino, entretenerse practicando "lanzamiento ruso"__se coge el cuchillo por la punta y se lanza con fuerza al objetivo__ y por supuesto, es el producto estrella a la hora de disuadir a cualquier degenerado que se intentara meter a mi cama, como me ocurrió poco después trabajando de empleada puerta adentro en Coquimbo, ciudad nortina a la cual fui a dar gracias a la buena voluntad y decencia de Don Pedro, el camionero que me llevó, cuya familia vivía allí. No elegí esa ciudad, la ciudad me eligió a mi: cuando ya había llegado a la carretera, saqué mi primera arma de su bonita vaina de cuero, lo puse en el suelo y lo hice girar para que me indicara la dirección, y apuntó hacia el norte. Poco después pasó Don Pedro en su camión, le hice dedo, paró, me dijo que llevaba chatarra hacia Andacollo y de allí bajaría a Coquimbo...
"¿Te sirve eso, niño...?" me preguntó, y le dije que todo lo que tuviese ruedas me servia. Mi pelo corto, la gorra, el polerón ancho comprado en la ropa americana y el saco de lona lo habían engañado. No volví a ver a mi madre sino hasta casi una década después, cuando tuve que venir a cambiar el status de mi visa y ya estaba casada con mi segundo esposo japonés, tu papá. Por ese entonces me sentía tan feliz y tan amada por toda esa familia nipona que estaba convencida que me quedaría para siempre en Japón, de que allí tendría mis hijos, gozaría de una vida apacible y un día daría mi último suspiro rodeada de nietos de dulces  ojos orientales  entre oraciones de los ritos budistas. Pero la vida ocurre mientras uno hace sus planes para la vida...

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⏰ Last updated: Sep 30, 2017 ⏰

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