El lazo

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— ¡Necesito que me creas! Yo... simplemente no puedo seguir chocando contra el muro de tu indiferencia. Estoy rompiéndome, Damian... —Dick podía sentir que sus manos estaban temblando.

Todo había comenzado la noche de la cena de gala otoñal. Una vez al año, la ilustre familia Wayne abría sus puertas para acoger en sus salones a duques, condes y barones. Por tradición, se ofrecía un festín donde todos los platillos de la mesa representaban el final de la cosecha, abundaban los manjares de tonos ocres y dorados y cada ocasión, sin falta, la familia Wayne ofrecía un exquisito licor de miel que hacía brillar los labios de los invitados.

Los labios de Richard todavía tenían el brillo de la miel y su boca guardaba el regusto del licor, cuando Damian lo empujó violentamente contra el escritorio del estudio principal y le arrancó el antifaz de plumas azules que usaba para bailar.

— Explícame, ¿cómo llegó el lazo de satén, de tu cuello al bolsillo de Lord Wilson?  —Los ojos verdes de Damian ardían, poseídos por el veneno de los celos. Su propio antifaz, de plumas negras, le confería una apariencia violenta y temible.

— Yo no... yo...  —Dick se tocó el cuello, confundido. No recordaba haber perdido su lazo de satén. Era su favorito porque Damian se lo había obsequiado, la mañana de su cumpleaños.

— ¡RESPONDEME!  —La voz del caballero del antifaz negro, vibró por cada rincón oscuro del estudio de lectura. El hijo sanguíneo de Bruce Wayne puso sus manos, grandes y fuertes, sobre los hombros de Richard y lo sacudió.

—¡No lo sé! No lo sé, ¡no lo recuerdo!  —Asustado, Dick se aferró a las muñecas de aquellos brazos y levantó su mirada, confundida y nublada por el alcohol. Se forzó a sí mismo, tratando de hacer un recuento de sus acciones, pero estaba nervioso, asustado y un poco borracho.

La noche era cálida y la luna de Octubre brillaba enorme en el cielo. Había bailado muchas piezas con Damian y en algún momento, dentro de todo aquel goce, se habían separado. Cuando llegó de nuevo el momento de reencontrarse, Damian lo había arrastrado hasta aquella habitación.

Dick ni siquiera se había dado cuenta que llevaba el cuello y parte del pecho desnudo, a causa de la ausencia de su lazo satinado.

—¿Qué te ofreció?  —Damian presionó— ¿Dinero?, ¿Una joya que yo no puedo costear?

—¿Qué...? ¡No! - Se enderezó y se lo quitó de encima. A causa de la angustia, le dolía respirar—¡Yo no soy una cortesana!

—Tienes razón, Richard. Las cortesanas guardan algo de clase. Tú en cambio, eres una puta.

Los ojos de Richard se abrieron con herido asombro y Damian salió como un vendaval por la puerta.

Días después de la pelea, el ambiente entre ambos se semejaba a la superficie frágil de un lago congelado. Se movían con tiento uno alrededor del otro, Richard buscaba la reconciliación, pero Damian parecía resuelto a la ruptura total de su relación.

Ya no cabalgaban juntos. Damian tomaba sus alimentos lejos de él y Richard era incapaz de recordar cómo demonios había perdido el maldito lazo azul. Todas sus palabras y sus intentos por explicarse, terminaban en miserables fracasos. Damián era como un león herido que le lanzaba zarpazos cada vez que se acercaba.

Luego, llegó la noticia del duelo.

Lord Damian Wayne y Lord Slade Wilson se habían batido en duelo en nombre de Richard. Desde luego que, siguiendo las reglas de la galantería, ninguno había mencionado jamás el nombre de Dick, pero todos sabían que aquel duelo era por él.

El lazoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora