Podía sentirlo, con cada parte de mi cuerpo, con cada sentido. Sentía como el frío me iba consumiendo, lenta y progresivamente. Oía con claridad como bajaba el flujo de sangre, la cual llegaba cada vez menos a mí piel, de fluir como un torrente pasó a ser como un río durante épocas de sequía, casi un hilo. Notaba como mi organismo enfocaba todas sus energías en mantener cálidos mis órganos vitales, por lo cual también notaba como mis extremidades iban quedando inmóviles, inusables. Probablemente el silencio no ayudara, puesto que provocaba que me centre en mi interior y percibiera como este gélido clima me consumía. Al poco tiempo comenzaron las contracciones musculares, que en un principio fueron leves espasmos, pero que con el avance del frío se transformaron en un desgarrador temblor constante. No creo que haya sido buena idea embarcarme en este viaje por el sur, pero como biólogo marino creo que no hay mayor satisfacción que llegar a la Antártida con la ilusión de encontrar una nueva especie y tener el honor de nombrarla, por lo tanto, estoy seguro de que si me lo volvieran a ofrecer, aceptaría de nuevo sin dudarlo. Veía como se levantaban los vellos de mis brazos y piernas, dando origen a la famosa "piel de gallina"; noté como se erizaban los pelos de mi nuca cuando un viento helado me recorrió la espalda. Mi cuerpo quemaba calorías por montones, con el simple objetivo de que yo siguiera respirando. De pronto un hambre voraz se apoderó de mí, producto del aumento de metabolismo, que genera una mayor producción de calor en todas las células. Recordé cuando era pequeño y sentía frío; mi madre agarraba una manta y nos envolvía a los dos en un fuerte abrazo; esa visión me reconfortó, me hizo sentir fuerte otra vez, me dió ánimos para seguir luchando, pero lo que no sabía era que ese falso calor precedía un final terrible. Finalmente, luego de varios intentos, logré pararme. Me imaginé a mí mismo como un oso, una bestia feroz que iba hacia un refugio a comenzar su hibernación. De pronto vi una cueva a lo lejos, salida de la nada, casi irreal, o tal vez bastante; con pasos temblorosos me encaminé hacia ella, pero cuando estaba llegando me desplomé, y de un segundo a otro mi corazón dejó de latir. El frío ya no me era ajeno, éramos uno sólo, fucionados por siempre en una mezcla de humano y hielo.