Dejar ir.

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Eran altas horas de la noche, y la tranquilidad que caracterizaba al pueblo Azalea se veía interrumpida por una llovizna que poco a poco tomaba más fuerza.

En medio de una profunda oscuridad, dos entrenadores corrían desesperados bajo la lluvia chapoteando sus pies con los charcos que se encontraban.
La desesperación se hacía notar con sus agitadas respiraciones. Por más que miraran a los alrededores, no pudieron identificar algún lugar para refugiarse del agua.

No hasta que uno de ellos divisó a lo lejos una tenue luz que era opacada por una silueta con un paraguas.

La esperanza dibujó una sonrisa en sus rostros; Se deshizo igual de rápido cuando se dieron cuenta de que la silueta estaba a punto de retirarse.

—¡ESPÉRENOS! —exclamaron unísonos, a todo pulmón.

A duras penas su grito fue escuchado. La silueta se detuvo para dar la vuelta y buscar con la mirada a los responsables. Aunque la lluvia le dificultó la tarea.

No fue después de unos instantes que por fin pudo distinguir a dos figuras aproximándose, intentando cubrirse la cabeza con sus mochilas.
Estando lo suficientemente cerca, los entrenadores descubrieron que la silueta se trataba nada menos que de la enfermera Joy, la cual abrió la puerta del centro pokémon para que ambos pudieran entrar de inmediato.

Hecho esto, la mujer brindó una última ojeada derredor para ingresar al establecimiento.

—¿Qué se supone que estaban haciendo a estas horas por las calles del pueblo? —interroga con reprensión.

Ambos jóvenes hicieron una rápida reverencia para disculparse, mojando aún más el suelo de lo que ya estaba por su presencia.

—Nos perdimos en el bosque. La noche cayó rápido y la lluvia nos sorprendió a mitad de camino —responde el chico, aún en reverencia.

La mujer se quedó en silencio mientras apreciaba lo empapados que estaban.

—Chansey, llévalos a una habitación, por favor —ordenó la mujer, dirigiendo su vista al pokémon.

Chansey asintió acercándose a los jóvenes que continuaban con su reverencia para llamar su atención. Después los guió a la única habitación que estaba disponible, que para su suerte era muy espaciosa.
Luego de agradecer y adentrarse en la habitación, los entrenadores se quitaron de inmediato sus calzados para acomodarse.

—Te dije que no pidieras indicaciones —reprocha la chica desde el baño, quién exprimía su vasta cabellera como si fuese un trapo.

—No hubiese sido necesario de haber comprado un mapa —se defiende el chico, que con una pequeña toalla secaba su rostro y parte de su cabello.

—Ay por favor. Si intentando leer un letrero te demoras cinco horas, ¿cuánto crees que tardarías en buscar una simple ubicación en un mapa? —dice ella.

A pesar de que pareciese que estuvieran discutiendo, ambos no dejaban de sonreír de manera divertida. Como si todo lo que les ocurrió no fuera la gran cosa porque por lo menos contaban con la compañía del otro.

—Si me da un resfriado por tu culpa, juro que te mataré por hacer que me pierda del festival —menciona la chica, aún sonriendo.

Esas fueron las últimas palabras que se escucharon durante el resto de la noche.
Una vez estuvieron secos, se cambiaron de ropa para finalmente ir a dormir.


Al día siguiente.


Cuando el sonido insoportable de una alarma empezó a inundar la habitación, la chica usó su almohada para cubrirse los oídos.
Dándose por vencida, decidió dar un rápido vistazo a la hora para llevarse un susto que por poco la hace caer de la cama.

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