diciembre 2016, Brooklyn.
Llueve a cántaros, las gotas golpean con fuerza la ventana de mi habitación. Si no fuera porque estamos a finales de diciembre pensaría que de verdad estamos en pleno fin del mundo.
De vez en cuando las figuras y los libros que reposan sobre mis estanterías se mueven por el estrepitoso ruido de los truenos.
Observo con sin perder un pequeño detalle como la botella que hay llena sobre mi escritorio se agita al mismo compás que la tormenta.
La situación me parece un tanto graciosa ya que me recuerda a la épica escena de Jurassic Park cuando los niños protagonistas están dentro del Jeep y ven como el agua que hay dentro de los vasos de plástico se agita porque está a punto de aparecer el T-Rex. Sólo que en esta ocasión no voy a tener que huir por mi vida ni va a aparecer un dinosaurio de unos 11 metros de longitud y como mínimo con un peso de 5 toneladas por la puerta de mi habitación.
No me apetece en absoluto levantarme de la cama, aunque tampoco tengo nada productivo por hacer.
Esta mañana limpié hasta el último recoveco de la casa, planché la ropa, hice todas las camas e incluso me dio tiempo a preparar la comida para mañana.
Así papá no tendrá que preocuparse de nada por si no tiene suficiente tiempo antes de irse a trabajar.
El reloj marca las 19:00 pm y prácticamente parece que ya sea de noche entre los nubarrones y que se está acercando la hora de cenar.
No me preocupa si estoy desperdiciando un tiempo valioso de mi vida tirándome en la cama como si fuera un cadáver.
Hay ocasiones en las que casi preferiría que fuera así.
Cojo una de las tabletas de chocolate que tengo guardada en uno de los cajones de mi armario, me hago un pequeño ovillo debajo de las sábanas y escucho el tic tac del reloj dejando así las horas pasar.
-¡Faith! ¡Despierta! - Papá entra alterado por la puerta de mi habitación. Debe estar realmente alterado para no haber llamado antes. Me he quedado completamente dormida, aunque tampoco ha sido demasiado rato porque no pasan ahora de las 19:45.
-¡Maldita sea Faith, no recogiste la ropa que está tendida en la azotea!-
Vaya, parece que a papá siempre se le olvida el "bonito" detalle de que hace meses que no subo a la azotea. Llegamos al acuerdo que era él quien tenía que tender y recoger la ropa mientras que yo me encargaba del resto de tareas de casa.
Bueno, corrijo, él o cuando se daba la ocasión también lo hacía mi hermana pequeña Courtney.
-¿Por qué no subes tú ya que estás aquí?- Uso un tono de voz neutro, intentando que se ablande y lo deje pasar por alto como hasta ahora pero sin llegar a sonar del todo chantajista porque se lo mucho que detesta eso.
-No puedes seguir así toda tu vida. Yo acabo de llegar de trabajar y lo que más me apetece ahora mismo es darme una ducha de agua caliente y descansar. - Dice con voz serena.
-Pero papá....- Ahora si que recurro un poco a la emoción psicológica. -Por favor...-
-Sube. - Me señala con el dedo índice y me mira seriamente. - Ahora mismo. -
-Está bien. -Me rindo y doy un pequeño salto de la cama. -Me calzo y subo. -
-Cariño...- Mi padre da un pequeño suspiro.- Si sigues así será peor para ti. -
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EL OTRO LADO DE LA PUERTA.
Teen FictionUn hombre desconocido, una pistola y una bala. Cuando la joven Alex empieza disfrutando de lo que parecía un partido normal de su equipo favorito de fútbol americano jamás pensó que acabaría siendo la única persona capaz de salvarle la vida a uno de...