Un escalofrío recorrió el temeroso cuerpo de Gabriel. Estaba ahí.
Su peor enemiga, la comida, había venido por él. Habló con su madre acerca de esto, pero ella no le dio importancia. Es simplemente ridículo que un joven de dieciocho años se muestre tan débil ante la presencia de un simple alimento.
—¡L-Lo digo en serio! ¿Ya viste? ¡Me mira como psicópata! —dirigió su dedo índice en dirección a la migaja de pan situada en una mesa metálica decorada con un débil azul claro.
Su madre llevó una mano hacia su frente, decepcionada. El psicólogo, en un acto de amabilidad y comprensión, le ofreció un humilde vaso de agua.
De un salto, la señora llegó a la mesa. Esta se hundió debido al sobrepeso.
En un brusco movimiento de brazo, derribó el vaso de agua. Se deshizo en mil pedazos, causó un gran estrépito y, por poco, hiere a el menor, quien observaba la escena desconcertado.
El psicólogo se mostraba atónito, pero en cuestión de segundos recobró la compostura―. Señora, lamento anunciarle que no solo su hijo sufre de una fobia anormal, Cibofobia... y me temo que usted también usted padece de una: Hidrofobia.
El silencio y la confusión se adueñaron del pequeño consultorio. El joven psicólogo suspiró. Los silencios lo volvían loco. Y, para colmo de males, este era fruto de la ignorancia.
Monofobia, ésa era su debilidad.
—Me explico: Hidrofobia es el miedo al agua, señora López.
Todos soltaron un largo y absurdo "ah" al unísono.
—Y... y... ¿qué nos recomienda para las fobias, doctor? —preguntó la señora López, jugando con sus manos, nerviosa.
—Oh, no —replicó el psicólogo—. Puede tutearme. Llámeme «Doctor psicólogo», por favor. —La Hidrofóbica ladeó la cabeza hacia la izquierda, confundida, mientras los demás presentes negaban decepcionados.
—Les recomiendo enfrentar sus miedos, ser valientes, no dejarse vencer...
—¡AHHH! —exclamó.
Una pequeña hormiga recolectora paseaba con serenidad por los zapatos grisáceos del psicólogo, lo cual ocasionó que este se lanzara hacia la espalda del pobre adolescente a su lado.
—¡MÁTALA, MÁTALA! —chilló, atemorizado
—Pero, señor, sólo es una simple hormi...
—¡¿UNA SIMPLE HORMIGA!? ¡¿NO VE QUE QUIERE MATARME?! —interrumpió el psicólogo, quien se encontraba fuera de sus casillas.
El Cibofóbico a su lado, aún desconcertado, posicionó suavemente a la hormiga en su dedo con dulzura, la situó en un lugar seguro, apartado del psicólogo, quien observaba la escena admirado y atemorizado, amenazando con una posición karateca que le daba un aspecto infantil.
—¡Vete, vete! Antes de que me arrepienta —exclamó Gabriel. Una sonrisa triste se formó en el rostro al contemplar cómo se iba su nueva amiga.
Su madre rodó los ojos—. Dramáticos.
La señora López tomó la posición de adulto responsable. No duró mucho. Al sentir una gota de agua en sus zapatos, un escalofrío aún más potente que el de Gabriel recorrió todo su cuerpo.
♦
Al llegar a la vecindad, el panorama no ayudaba a la situación. Todo era un completo caos.
Adultos de la tercera edad recorrían despavoridos las rocosas calles colmadas de personas que, igual a ellos, horrorizados, huían de todo a su alrededor.
De un momento a otro, todo se tornó borroso.
Una capa negra envolvió la vecindad, seguida por una roja amarillenta; y entonces Gabriel despertó.
—Por este tipo de cosas no duermo.
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Relatos descabellados de una descabellada vecindad.
General FictionEn esta vecindad, las cosas no son normales. Vecinos ruidosos e incendios intencionales son cosas comunes ahí. Únete, si te atreves. Obra registrada en Safe Creative. Código: 1712045016401