La inmensa habitación estaba completamente a oscuras, en silencio a excepción del sonido del segundero de algún reloj perdido entre los estantes llenos de libros.
Había oscurecido hace tiempo, y uno que otro profesor quedaría dando vueltas por la universidad, arreglando los últimos detalles para retirarse a sus hogares. Ninguno se pasaría por la oscura biblioteca a esas horas.
Lo que era muy conveniente cuando los jadeos ya no podían permanecer silenciados en sus bocas, o la ropa comenzaba a ser una molestia a pesar de los cinco grados que ostentaba el resto de la ciudad. El fuego de la pasión sería más que suficiente para incendiar la biblioteca, la institución entera. Lo era, al menos, como para volver la respiración de ambos profesores irregular y pesada.
Aunque los labios de su amante sobre su cuello o las manos indiscretas bajo su camisa eran suficientes como para obligarlo a cerrar los ojos de puro éxtasis, no podía alejar su atención de cualquier sonido del resto de la habitación y, de vez en cuando echar una mirada de reojo hacia el mismo, nervioso, desde su lugar sobre el escritorio de caoba que su amante utilizaba todos los días de la semana.
–Deja de pensar tanto–gruñó el hombre sobre su oído, robándole un jadeo y un estremecimiento algo más que notorio.
–No puedo– gruñó, girando el rostro para fulminarlo con la mirada – ¿Por qué no pones llave? O mejor, esperemos a llegar a tu casa.
Un bufido cansino escapó de los labios del moreno que le apresaba sobre el escritorio de madera, causando que su cálido aliento rozara su piel en una exquisita caricia que le hizo suspirar a pesar de sí mismo.
–Nadie va a entrar.
–¿Y qué haríamos si lo hace?
Pudo sentir la forma en que los labios del hombre se arqueaban en una sonrisa ladina sobre su piel.
Tragó saliva, era la señal de que ya no tendría escapatoria.
–Pues yo tengo una buena idea de lo que te haré si no pasa– ronroneó, antes de atrapar el lóbulo de su oído entre ambos labios y succionar.
Tembló, antes de jadear con voz más ronca de lo que esperaba. Pronto el segundero y el silencio fueron acompañados por sus tímidos gemidos, y la preocupación de ser descubiertos, o lo que cualquiera podría pensar de la relación que ambos profesores llevaban se esfumó de sus mentes.
Nadie los había atrapado cuando sus cuerpos hicieron su propia melodía en la sala de Música, después de todo.
Ni cuando entraron en ebullición en el laboratorio.
O cuando hicieron un espectáculo en el taller de Teatro.
¿Quién los buscaría en el silencio de la biblioteca, entonces?
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El Silencio de la Biblioteca
RomanceUn breve relato sobre dos hombres y lo que se esconde tras el silencio en aquella biblioteca. Es un microrrelato, un poco de yaoi para el alma.