Para Maria.
Todo pasa demasiado deprisa. De golpe, sin previo aviso. Un frenazo en seco, la perdida de control y el dolor agudo del impacto; lo que viene después es la sirena de la ambulancia.
Siento que me zarandean de un lado a otro, siento los arañazos del asfalto en mi piel. Pero inexplicablemente no duele. Hay mucho movimiento a mi alrededor pero no soy capaz de abrir los ojos, los parpados pesan demasiado. Oigo a gente gritar, pero sus voces se distorsionan, me van rozando superficialmente hasta que dejan de tocarme y me hundo en un silencio espeso y pastoso.
No se cuanto tiempo estoy desconectado de la realidad, y de golpe siento que algo se parte dentro de mi y deja que el nerviosismo se vierta en mi sangre; ¿dónde está?
El silencio se escurre de encima de mi cuerpo y siento de nuevo voces, esta vez mas calmadas y pausadas. El aire empieza a coger textura y cada vez le cuesta mas a mis pulmones retenerlo, se ha vuelto tan claro y frío que me abrasa. Poco a poco voy reconociendo el olor del desinfectante, el olor a hospital. Dicen que alguien está estabilizado y que pronto despertará, pero no logro averiguar de quien hablan. Escucho su nombre, y de alguna manera se que la tengo al lado. Intento imaginar el estado en el que debe estar y me rompo por la mitad al ser consciente de que seguramente, es por mi culpa. Un terrible dolor se instala en mi cabeza y siento unas ganas horribles de gritar, gritar, y gritar hasta que se me desgarre la garganta, pero no puedo moverme; estoy atrapado dentro de un cascarón que no puedo romper.
“Los dos están estabilizados.”
Entonces ella está bien.
De nuevo el silencio se me traga e inunda mis sentidos, esta vez con la marca del dolor grabada a fuego en mi cerebro.
Vuelvo a elevarme hacia la superficie y floto de la misma forma en que lo haría una pluma encima del agua salada del mar. Poco tardan en llegar de nuevo las voces, pero estas no consiguen acabar con la calma que se ha instalado en mi. Escucho un pitido intermitente pero descompasado, y tras un breve instante de confusión me doy cuenta de que en realidad son dos pitidos diferentes que danzan muy juntos. Siento oleadas de dolor y paz, como si tuviese conectados unos cables enredados que envían señales erróneas y contradictorias continuamente, únicamente haciendo que me canse. Mi cabeza está adormecida y no me permite pensar, pero una persona consigue romper el velo que me ha cubierto el cerebro; aquella persona por la que mi corazón palpita. La siento, de alguna manera se que la tengo cerca y eso me reconforta. Ella hace que me sienta seguro.
Las voces vuelven a alterarse, y siento como la tranquilidad se rompe. Dicen que algo va mal, muy mal. Me asusto, ¿y si están hablando de ella? Siento la necesidad de decirle que va a conseguirlo, de asegurarle que va a despertar de este extraño sueño. Siento la necesidad de hacerle saber que ella es la única razón por la que no me doy por vencido y dejo que la marea se me lleve lejos del dolor y la impotencia que siente mi cuerpo. Es entonces cuando una inesperada calma me invade. Noto que algo ha cambiado, uno de los dos pitidos ha dejado de moverse para volverse constante. No puede ser, ella no. Tengo la necesidad de hacer que todo vaya bien, no puedo dejarla ir. Tengo que conseguir que su pitido vuelva a bailar al compás del mio. Las palabras se encallan en mi cabeza y no pueden salir hacia ninguna parte, haciendo que cada vez las ideas se vuelvan mas confusas, enterrando el único deseo que llevo en mente: Que ella esté bien.
“Corred, se nos va.”
«No, no, no. Eh, venga, tranquila, tu puedes conseguirlo.»
“Primera descarga.”
Y contra todo pronostico, soy yo quien siente un fuerte tirón hacia el exterior.