Su figura fue lo primero que mis ojos captaron al entrar al restaurante, aunque tardé en procesar lo que era en realidad. El lugar era de temática marina y por eso tenía ese gran estanque que abarcaba dos paredes, así que lo primero que pensé fue que se trataba de un tiburón, hasta que puse atención. Su cabello ondeaba bajo el agua, negro y brillante, y su rostro era la representación de una muñeca esculpida para tener un permanente gesto caprichoso de mirada gatuna: su labio inferior era más grueso que el labio superior. Nadaba con gracia de un lado a otro y parecía no reparar en nadie. La miré durante varios segundos, antes de que mi nuevo jefe reclamara que volviera mi atención a él.
-Es nuestra mayor atracción. De no ser por ella, no tendríamos tanto éxito- dijo con honestidad y después me hizo un ademán para que continuáramos con el recorrido. Apenas y pude desviar la mirada de los movimientos sinuosos del nado de la sirena, pero me obligué a fingir que tenía autocontrol y que había vencido el innegable efecto hipnótico de su presencia.
Desde mi estación de trabajo no podía verla, a excepción de las fugaces miradas que podía dedicarle cuando llevaba a los comensales a sus mesas. Al principio era suficiente para mi, porque siempre he sido conformista, del tipo de persona que cree que aspirar a más es inútil, pero con el paso del tiempo la ansiedad por estar cerca fue haciéndose tan poderosa que incluso venció esa terrible característica con la que siempre había cargado, y busqué la manera de pasar más tiempo con ella.
Me quedaba por las noches, acompañaba al personal de la limpieza hasta que cerraban el local. Al principio no hacía más que contemplarla a través del cristal; fantaseaba con que ella nadaba para mi aunque en realidad yo le era totalmente indiferente. La primera vez que se detuvo y me miró, la sensación que recorrió mi espalda fue tan violenta que pensé que me paralizaría de por vida. Ella parecía mirarme retadora, como si esperara algo, y con miedo me acerqué más al estanque, para recorrer con las puntas de los dedos su mitológica figura aunque el cristal estuviera de por medio. A pesar de no estarla tocando realmente, sentí un cosquilleo incontrolable en las manos, deseé meterme al tanque para sentirla de verdad con una necesidad casi dolorosa.
Desde ese día, nada fue igual. Si amé ese trabajo fue solo por ella, que me daba la motivación para levantarme por las mañanas y soportar mis actividades poco interesantes con la promesa de verla unos minutos durante el día y un par de horas durante la noche. Empezamos a desarrollar un lenguaje casi primitivo de señas y miradas, gestos, pequeñas reacciones del cuerpo apenas perceptibles para quien estaba fuera de la conexión silenciosa que habíamos forjado entre nosotras.
En esos días, ella también llegó a amarme. Lo supe por su sonrisa, por su mirada y por los movimientos que hacía en el agua, una danza exclusiva y expresiva que siempre terminaba con sus dedos pegados al cristal, con la boca entreabierta dándome a entender que sus deseos eran iguales a los míos. Pronto no poder tocarla se hizo insoportable y decidí sacarla de ahí, pero al día siguiente se me habían adelantado.
-Te dije que hoy era día de limpieza, pero jamás me pones atención- acotó mi jefe, que supervisaba cómo un equipo especial soltaba una red en el tanque para atrapar a la sirena.
En eco, escuché que el jefe me explicaba (según él, por segunda vez) que aquél era un procedimiento periódico. La vi acercarse a la red con suavidad y estoicismo, mi corazón estuvo a punto de detenerse. Caminé hasta ella cuando la sacaron pero al llegar a donde estaba y por fin verla de cerca, me horroricé.
Había esperado ver su piel nívea y húmeda para luego recorrerla por fin con los dedos, deleitarme con el brillo de sus escamas, hundir la mano en su cabello brillante, pero nada de eso fue posible. Su piel era de plástico, sus ojos eran de cristal y su cabello no era más que una cruel broma comparado con la alucinante suavidad que había soñado que tendría. Recorrí sus labios artificiales con la yema del dedo índice. ¿Lo había alucinado?, ¿jamás había sido real?
-Es una maldición- me explicó mi jefe con tono condescendiente, quizá solo por compasión al verme al borde del colapso. Escuché su voz como si estuviera muy lejos.-Ella no puede vivir fuera del agua de este tanque.
El jefe me advirtió que eso no era todo, pero no obtuvo respuesta de mi parte, pues mi mente ya estaba dedicándose a encontrar soluciones, a convencerme de que aquello no era tan malo; convertí el error de no preguntar por el resto de esa historia desdichada.
Por la tarde regresó al tanque y corrí hacia ella, pero de nuevo mis expectativas no lograron empatarse con la realidad. Esperaba ver la misma mirada encendida otra vez viva, la misma complicidad en las figuras que hacía con su cuerpo. Nadó de un lado a otro sin reparar en mi hasta que se detuvo y me observó largamente. La sirena poseía, sin más, la vacía mirada de la amnesia.

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Amnesia
Historia Corta"Apenas y pude desviar la mirada de los movimientos sinuosos del nado de la sirena, pero me obligué a fingir que tenía autocontrol y que había vencido el innegable efecto hipnótico de su presencia en el tanque..."