HISTORIAS DE UN ESCRITOR !!!

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Encontrándose en el balneario de Punta del Este en busca de un poco de salud para su cuerpo dolorido y cansado, conoció a una mujer extraña, de una dulce y marchita belleza. Representaba tener unos veinticinco años, aunque el sufrimiento sin duda, había puesto en su rostro un sello de prematura vejez.
Hacia una vida retirada, su única compañía era una señora anciana que fielmente y con aire de servidumbre la seguía a todas partes.
La extraña belleza de la desconocida, su rostro donde se reflejaba un oculto dolor, su vida apartada y silenciosa me impresionaron tan profundamente que sin quererlo empezó a forjar mi fantasía.
Una novela, novela absurda y disparatada de la que ella era la protagonista, el único y central personaje alrededor del cual  giraba el mundo entero.
Con motivo de una visita que el mismo día hicimos al museo de Casa Pueblo, cuyos muros conservan el más misterioso y extraño eco;  conseguí hablar con la enigmática mujer, que tan gran interés había despertado en mi, incansable curiosidad.
Buscando un pretexto para empezar la conversación me ofrecí en calidad de guía, puesto que conocía perfectamente el museo que estamos visitando. Ella que no se de que forma conocía mi condición de escritor, acepto gustosa y de esa sencilla manera empezó nuestra romántica amistad.
El sol acababa de hundirse en el ocaso, tiñendo el horizonte de una tonalidad violeta, en el cielo como una lágrima temblaba el lucero de la tarde.
Durante nuestro paseo pude adivinar que un gran dolor consumía lentamente su vida, nada me dijo ella pero en el fondo de sus ojos castaños leí como en un libro abierto.
Desde nuestras visitas al museo, nuestra amistad fue haciéndose cada vez mas intima. Por las tardes yo era su acompañante, le di libros, le leí mis versos, la hice, en fin, confidente de mi vida y la consejera en mis horas de duda y confusión.
Una tarde visitando nuevamente los alrededores del balneario, nuestra conversación fue descubriendo poco a poco los mas íntimos recuerdos que silenciosamente guardábamos en nuestras almas y sin darse cuenta, como obedeciendo a una oculta voz empezó a contarme la historia de su vida, una historia triste, humedecida por las lágrimas, llena de renuncias, de sueños rotos, de dolor.
Llegada la noche al ver una estrella fugaz, un deseo floreció de nuestros labios, nuestras manos obedeciendo a un impulso desconocido, se estrecharon fuertemente como si sellarán un pacto, eran ya hermanas nuestras almas, pues las unía el dolor.
A medida que pasaban los días, mi triste y bella confidente fue contando me todos los capítulos de la novela de su vida. Un vago y grato perfume de rosas marchitas, el recuerdo que deja en un alma sensible, un bello crepúsculo, el eco de una canción lejana que dejo su queja en la tarde y que confusamente llega a nuestros oídos.
Algo impreciso, inmaterial de refinada sutileza era el último drama, la silenciosa tragedia de mi amiga.
Así fue cuando mi pobre amiga, contando me su historia trajo a mi memoria aquellos días de mi fogosa y romántica juventud. Todo mi pasado surgió ante mí, y entonces fui yo quien le contó a mi compañera todos los acontecimientos de aquel  bello pasado, que conservo como una reliquia en el corazón.
La noche una vez más tendió sus alas sobrias sobre nosotros.
Volvíamos al pueblo por el estrecho camino, que parecía bajo la luna, una estrecha cinta de plata. Poco a poco en el cielo se iban encendiendo las estrellas de clara luz, unas como fantásticos diamantes, otras débiles y apagadas; la silueta de la vieja Casa Pueblo se recortaba en el horizonte, como un encantado palacio de leyenda.
Así fui escuchando las palabras de mi pobre amiga; una a una quedaron grabadas en mi corazón, aun creo escuchar su voz fina y apagada.
Dos días después, la vida destruyo nuestra amistad; en Francia me esperaban mis amigos, los periódicos, que de a pedazos de mi alma nutrían sus columnas, la agobiante lucha diaria en la que no puedo ver un momento de descanso, mi vacilación.
Guarde en la vieja maleta de cuero cartas, libros y a Francia volví, llevando en mi alma un poco de melancolía y en mis cabellos algún nuevo hilo de plata.
Fue muy triste la despedida, de mis labios floreció una promesa, una lágrima rodó por los surcos que en mi cara, había labrado el dolor.
Durante un largo rato, dos pañuelos se saludaban en la lejanía como prisioneras palomas blancas.
Seis meses después recibí una carta de Uruguay, era de la señora mayor que acompañaba a mi pobre amiga; al leer las cuatro estrofas que ella traía, un gran silencio surgió en mi despacho, un nudo en la garganta que no me dejaba respirar; mi pobre amiga había muerto.
Corrí despavorido hasta la primera iglesia que vi , caí de rodillas al pie del viejo altar, mientras mis labios decían una oración, oración extraña, de palabras confusas, para la pobre mujercita que apago la luz de sus pupilas, para que de su eterna noche surgiera una vida.
¿Cuánto tiempo estuve allí? No se. De mi éxtasis vino a sacarme un cura agitado y los fieles, que a pasar por mi lado me miraban como a una cosa rara dudando si aquel hombre que estaba ante el altar era un santo o un loco ¿Qué sabían esos pobres humanos de las grandes batallas del alma?...

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