Introducción

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La vida es un saco ruidoso, se siente que te falta el aire y hay un millón de voces mezcladas entre las fugaces ondas de sonido.

Cuando estás en la azotea de un hospital y ves los autos, la gente y la vida pasar, ves las cosas distintas, notas cada pequeño detalle. Las luces de los semáforos cambiantes, que se mezclan a su vez con las de los autos, te das cuenta que a nadie de allá afuera le importa cómo te la estás pasando tú, nadie va a esperar a que te levantes.

Desde la sucia y húmeda azotea se podía distinguir a una pareja peleando en los interiores de un Tsuru, la mujer iba cruzada de brazos, cosida al respaldo del asiento, queriendo desaparecer, el hombre se aferraba impotente al volante, gesticulando las palabras ferozmente. A un costado, teníamos a una apenas mujer al volante con un niño en brazos al cual alimentaba con su seno, y por último, abordando una 4×4 que parecía retumbar gracias a la música que desbordaba para el público que no quería presenciarla, estaba un hombre de caguama en mano y sombrero en cabeza. Y así, podían resumirse las noches en la pequeña casi ciudad, de la que dudo que conozcas su nombre.

Después de analizar un poco el comportamiento de personas que nunca había visto en mi vida, regresé a los silenciosos interiores del hospital, entre pasillos y elevadores, se encontraba una monja a la espera de algún paciente, en sus ojos viejos que ya apenas y podían distinguir entre un gato y un perro, había tristeza, angustia y preocupación. Sus temblorosas manos de ancianita estaban bien unidas en rezo.

Habitación 313. Abrí la puerta y la mujer que me dió la vida estaba recostada en cama, con las sábanas hasta el pescuezo, sus ojos vagabundos veían el florero con flores tristes que había traído la abuela, al notar mi silenciosa presencia, sus ojos azules se encontraron con los míos, caminé hacia ella y le acaricié la mejilla con ternura, era como estar viendo a una niña. Me senté en una (no muy cómoda) silla, estiré bien las piernas hasta llegar al borde de la camilla, me crucé de brazos y cerré ambos ojos. Con una sonrisa burlona ya en cara abrí bien grande un ojo y me hice el tonto, observando si mi madre ya había conciliado el sueño, efectivamente no, pues me miraba casi acariciándome con la mirada.

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⏰ Última actualización: Oct 14, 2017 ⏰

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